El día que asesinaron a Trotsky y el desconocido periodista mexicano que cubrió el crimen: el “Güero” Téllez

Eduardo Téllez Vargas es considerado, junto con Enrique Metinides, uno de los pilares de la nota roja mexicana. De todos los reporteros policiacos de la vieja escuela, probablemente el Güero haya sido el más significativo

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Eduardo Téllez Vargas y Lev Davídovich Bronstein (Foto: Especial)
Eduardo Téllez Vargas y Lev Davídovich Bronstein (Foto: Especial)

Eduardo Téllez Vargas es considerado, junto con Enrique Metinides, uno de los pilares de la nota roja mexicana. De todos los reporteros policiacos de la vieja escuela, probablemente el Güero haya sido el más significativo. En su larga trayectoria cubrió sucesos de gran relevancia como el temblor del Ángel en 1957, la detención de Goyo Cárdenas (”El Estrangulador de Tacuba”), el accidente de avión donde murieron la actriz Blanca Estela Pavón y el secretario de agricultura Gabriel Ramón Millán, y —probablemente el más importante de su carrera— el asesinato de León Trotsky.

Esa tarde del 20 de agosto de 1940 el “Güero” Téllez se encontraba sentado en un escritorio de la redacción del extinto periódico Novedades. Poco le faltaba para terminar las últimas notas. Su plan era salir temprano, pero un grito que interrumpió la calma de la oficina acabó con sus aspiraciones:

—”¡Comandante Téllez, al teléfono!

Malhumorado, el periodista se levantó de su silla y atendió la llamada. Era el “Monje”, uno de sus informantes de la Cruz Verde, para informarle que en la mansión donde dormía León Trotsky, actor clave de la Revolución de Octubre, se había registrado un fuerte tiroteo.

¡Vete pa’ allá, porque hubo una balacera muy grande y hay muchos muertos y heridos... Me pidieron muchas ambulancias!”, le dijo el “Monje” antes de colgar el teléfono.

Téllez y su compañero fotógrafo se fueron directamente a la fortaleza donde vivía el ex líder del Ejército Rojo, ubicada en la calle de Viena 19, que entonces bordeaba el Río Churubusco. Lev Davídovich Bronstein había llegado a ese lugar luego de vivir dos años en la casa de Frida Kahlo y Diego Rivera, hoy conocida como “La Casa Azul”, y tras haber sido expulsado de la Unión Soviética, Turquía, Francia y Noruega.

No era la primera vez que el “Güero” llegaba a la casa de Coyoacán, ni el primer intento de asesinato en contra del político exiliado. Ambos se conocieron la madrugada del 24 de mayo de 1940, cuando un grupo de agentes de la GPU, al servicio de Stalin, perforó la fachada de la casa con una lluvia de proyectiles. “Había alrededor de cuatrocientos boquetes producidos por disparos de armas de alto poder”, detallaría el “Güero” en una de sus crónicas.

El jardín de la casa de Trotsky (Foto: Archivo)
El jardín de la casa de Trotsky (Foto: Archivo)

A raíz de ese acontecimiento, Téllez tuvo la oportunidad de entablar una breve relación con León Trotsky, a quien describió de la siguiente manera: “Debía medir 1.65 metros; a pesar de sus casi 62 años, tenía una gran fortaleza, mirada de lince, penetrante, de ojos azules, y hablaba con fluidez el español, aunque con acento. En su trato era muy simpático, con un gran sentido del humor y poseía un extraordinario control de sí mismo”.

Sin embargo, a pesar de que el “Güero” acudió varias veces a la casa de Trotsky, aquella noche del 20 de agosto los guardias lo desconocieron y le negaron el acceso.

A poco estaba de darse por vencido cuando se le ocurrió la idea hacerse pasar por funcionario. “¡Soy agente del Ministerio Público!”, les dijo. Y tuvo éxito.

El mismo hombre que le había negado la entrada lo condujo hasta un despacho en el que había un gran charco de sangre. “Aquí cayó el señor Trotsky... Esto es con lo que le pegaron...”, le dijo uno de los guardias, al tiempo que le entregaba un piolet manchado con sangre y restos de masa encefálica.

Mientras fingía analizar la escena del crimen con fines exclusivos de la policía, observó sobre el escritorio un libro titulado “Stalin”, que tenía la firma de León Trotsky. “Quise robármelo, pero tuve miedo de hacerlo por tratarse de un documento muy importante y por las implicaciones internacionales que ese delito acarrearía para nuestro país”, confesaría Téllez tiempo después.

Un policía sostiene el piolet con el que mataron a Trotsky (Foto: AP)
Un policía sostiene el piolet con el que mataron a Trotsky (Foto: AP)

Antes de que la policía descubriera su identidad de periodista y lo acusara de usurpación de funciones, Téllez le entregó el piolet a uno de los comandantes y desapareció con sigilo de la mansión.

Su siguiente parada fue el hospital de la Cruz Verde, donde cientos de guardias custodiaban el edificio donde Trotsky luchaba por su vida. “Traté de convencer a varios guardias, pero era del todo imposible penetrar aquel sitio inexpugnable”, detalló el “Güero”.

Lo siguiente que se le ocurrió fue hablarle al director de los servicios médicos de la Cruz Verde, Rubén Leñero, pero la única respuesta que obtuvo fue una carcajada y una promesa que probablemente el doctor aceptó por el hecho de considerarla inviable. “Le hice prometer que si conseguía entrar al hospital, me prestaría un uniforme de médico”.

Entonces al “Güero” le vino otra idea genial: “volví hablar a la Cruz Verde y le dije al ‘Monje’: quiero que me hagas una ‘ballena’… Mira, me voy enfermar en la esquina de Pescaditos y Revillagigedo, para que me mandes una ambulancia y me metas al hospital”.

Minutos después, justo en aquel sitio, el “Güero” Téllez se llevó las manos al pecho y se dejó caer al suelo fingiendo un infarto. En ese momento una señora que lo había visto se acercó a ayudarle y llamó una ambulancia. En cuestión de minutos el periodista ya estaba al interior de la ambulancia y rumbo al hospital. Desde el vehículo alcanzó a escuchar el tumulto de afuera, y distinguió la voz de un general que conocía. Incluso aseguró que cuando uno de los paramédicos le informó que llevaban a un herido, el general —estresado por la responsabilidad que tenía en ese momento— le contestó: “¡Métanlo al fondo y que se muera el desgraciado!”.

León Trotski después de fallecer a causa de las heridas infligidas por el agente del NKVD Ramón Mercader. Ciudad de México, 21 de agosto de 1940 (Foto: AP)
León Trotski después de fallecer a causa de las heridas infligidas por el agente del NKVD Ramón Mercader. Ciudad de México, 21 de agosto de 1940 (Foto: AP)

De esa manera Téllez pudo entrar con facilidad al hospital, donde buscó al doctor Leñero para hacerle cumplir su promesa.

Luego, con toda calma, entré al quirófano en donde estaban interviniendo a León Trotsky del brutal impacto asestado en el cráneo con el piolet. Cuando veía la operación, llegó el doctor Gustavo Baz, quien empezó a comentarme los detalles de la intervención. Como el doctor Baz me hablaba en términos médicos, de los cuales no sé mucho que digamos, me concreté solo a asentir diciendo cada frase suya cosas como ‘sí, maestro’, ‘tiene usted toda la razón’, etc.

A las siete y veinticinco de la tarde del 21 de agosto León Trotsky falleció como consecuencia del golpe asestado por Jacques Mornard, más tarde identificado como Ramón Mercader. El “Güero” fue el único periodista que presenció su último aliento.

Gracias a sus notas el mundo entero se enteró de todos los detalles que rodearon la muerte del revolucionario.

Una carrera sobresaliente y un final injusto

Foto: Especial
Foto: Especial

Eduardo Téllez Vargas nació el 26 de marzo de 1908 en Yautepec, Morelos, entre Cuernavaca y Cuautla, a unos 100 kilómetros de la Ciudad de México. Su padre era abogado y su madre tenía dotes para la poesía. Tuvo ocho hermanos, de los cuales uno murió fusilado en el cerro del Ajusco en tiempos de la Revolución Cristera, cuando apenas tenía 22 años.

En 1910 su familia se mudó a la capital del país. Estudió la primaria en una escuela marista y sobre esta etapa llegó a decir que nunca fue un “alumno brillante”, aunque admitió que “siempre me gustó leer, a pesar de que no me considero un hombre culto”.

Antes de entrar al mundo de las noticias se aficionó por el cine, los salones de baile —llegó a ser campeón en el legendario Salón México— el béisbol y las corridas de toros.

Pero en 1930 abandonó un futuro prominente en el deporte y la licenciatura en Derecho que cursaba en la Universidad Nacional Autónoma de México para dedicarse de lleno a la profesión que más le atraía: el periodismo.

Sin embargo, sus padres, especialmente su madre, no estaban de acuerdo con su elección. Lo cual se hizo evidente cuando les quiso presumir la primera nota que escribió para un periódico. “¿Y tú quieres ser periodista escribiendo de esa manera?”, le preguntó su progenitora.

A Téllez le había tocado cubrir una tragedia en el pueblo de San Pedro Atocpan y así había descrito parte del suceso en uno de los párrafos: “Los cadáveres se habían ido colocando uno a continuación de otro frente al Palacio Municipal...

Yo no sabía que los cadáveres podían caminar”, le corrigió su madre en tono burlón.

Sus primeros pasos iban encaminados hacia la cobertura deportiva, hasta que una noche faltó el reportero que cubría la fuente de policía, y sin saberlo, a partir de ese momento el destino selló el que sería para siempre su camino.

El "Güero" Téllez durante una condecoración (Foto: Especial)
El "Güero" Téllez durante una condecoración (Foto: Especial)

Pasó por varios medios pequeños para ganar experiencia como La Época, La Palabra, El Instante, La Noche, para luego meterse a El Universal, donde trabajó por más de 30 años.

Con el paso de los años pasó de ser un periodista que revivía a los muertos en sus crónicas a ser el encargado de dirigir un curso intensivo de investigación en las oficinas del FBI.

Fueron más de 40 años los que el “Güero” Téllez dedicó al periodismo, y tal vez hubieran sido más de no haber sido por un atentado perpetrado por el narcotráfico que lo dejó inválido e indispuesto hasta el final de sus días.

En 1982 iba publicar una serie de reportajes sobre cómo y dónde se vendía la droga en México. Estaba por terminarlo cuando un día en que comía en el restaurante del Hotel St. Regis, llegaron unos hombres y pusieron una pistola y una cartera sobre mi mesa. ¿Qué escoges? Me preguntaron. ‘¡Soy un periodista honrado!’, les respondí”.

Días después, cuando bajaba de su auto afuera de la casa de una de sus sobrinas, un vehículo lo embistió y lo arrastró varios metros.

En 1983 El Universal lo declaró no apto para trabajar y le pagó una liquidación de 200 mil pesos. “Así de mala es la situación laboral de los periodistas en México”, llegó a decir poco antes de morir, solo y abandonado en un pequeño cuarto ubicado en la periferia de la capital.

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