Durante la época posrevolucionaria en México, se intentó hacer un cambio en el país contando con un candidato a la presidencia que vivió dos fraudes electorales con los que se le quitó el mandato del nuestra nación.
El 6 de julio de 1952, el pueblo votó a favor de un cambio que permitiera reivindicar el ideario revolucionario y del cardenismo. Para esto, votaron por el candidato Miguel Henríquez Guzmán, quien ya había hecho carrera dentro de las filas constitucionalistas, y al finalizar la Revolución, dentro del ejército mexicano, sobre todo durante la presidencia de Lázaro Cárdenas, quien lo apoyó y le brindó su confianza.
Fue en dos ocasiones que Henríquez Guzmán lanzó su candidatura, la primera, en 1945, como representante del Partido de la Revolución Mexicana (PRM), ahora Partido Revolucionario Institucional (PRI). En esa ocasión, Henríquez Guzmán contó con el respaldo de Lázaro Cárdenas y de buena parte de las bases partidistas, sin embargo, Manuel Ávila Camacho, quien era el presidente de México en ese entonces, prefirió darle su apoyo a quien era su secretario de Gobernación, Miguel Alemán Valdés, quien resultó electo en la jornada electoral.
Sin embargo, a pesar de no haber competido para la presidencia, Henríquez Guzmán y sus seguidores, los henriquistas, no se dieron por vencidos y se prepararon para la siguiente elección en 1952.
Durante el gobierno de Miguel Alemán, el descontento popular llegó a ser general, pues prefirió beneficiar el desarrollo de grandes empresas nacionales y extranjeras, que al de la gente. La pobreza se volvió una constante. A finales de 1950, surgió una nueva alianza campesina, independiente y contestataria de la Confederación Nacional Campesina (CNC), para ese entonces infiltrada por el gobierno alemanista y la corrupción. Se llamaba Unión de Federaciones Campesinas de México (UFCM) y fue ella quien respaldó la candidatura de Henríquez.
Desde el principio, el gobierno intentó desbaratar la organización, a través de sus ramales de seguridad y autoridad estatal, regional, municipal, etc. Utilizó todo tipo de mecanismos de violencia y corrupción, pero la organización se mantuvo. Para el 4 de junio de 1951 obtuvo su registro como partido político bajo el nombre de Federación de Partidos del Pueblo Mexicano (FPPM): tenía 43 403 afiliados de 28 estados.
Había logrado integrar personas y grupos de antagónicos orígenes e intereses políticos y sociales, aliadas por un sentimiento común: la recuperación, y puesta en práctica, del ideario revolucionario como principio rector de México, única forma de terminar con la corrupción del Estado y recuperar la dignidad y la calidad de vida. Además, entre las propuestas del FPPM estaban también la igualdad de derechos para la mujer, la preocupación y atención a los migrantes y la moralización de los funcionarios públicos.
El 19 de agosto de 1951, Miguel Henríquez comenzó formalmente su campaña presidencial, y recorrió el país haciéndose presente en los poblados y escuchando directamente de la gente sus planteamientos. Sus enemigos no perdieron ocasión para violentar a sus compañeros o asustar a sus seguidores.
Las elecciones se llevaron a cabo el 6 de julio de 1952, y pese a la proclama de garantizar elecciones limpias, el proceso estuvo marcado por irregularidades y violencia, sobre todo en las zonas con clara preferencia Henriquista.
Antes de darse a conocer las cifras oficiales, los periódicos ya habían dado el triunfo a Adolfo Ruiz Cortines, el candidato oficialista.
Un día después de las elecciones, el 7 de julio de 1952, los miembros del FPPM se congregaron en la Alameda Central de la Ciudad de México, tras una convocatoria a la Fiesta de la Victoria. Mientras llegaban al punto de reunión, los henriquistas gritaban “fraude electoral”. En ese momento, un infiltrado disparó desde un balcón al jefe de granaderos, el teniente Uribe, hiriéndolo.
Sin averiguar lo que había sucedido, las fuerzas armadas comenzaron a disparar a los congregados, a echar gases lacrimógenos, a golpear, obligando a la gente a dispersarse. En el encontronazo, se dice, murieron poco más de doscientas personas, y sus cuerpos fueron incinerados en el Campo Militar Número Uno. La policía secreta realizó detenciones de líderes y simpatizantes, más de quinientos.
En un artículo en la revista Siempre!, del 11 de octubre de 1972, Carlos Monsiváis, señala que el 7 de julio es “uno de los hechos menos documentados y más obscurecidos de nuestra historia” y cita la cifra de cerca de quinientos muertos en la Masacre de la Alameda, pues ese día se dispararon más de trescientas granadas de gases lacrimógenos y hubo cerca de cien agentes secretos, además del ejército, la policía montada y los granaderos.
SEGUIR LEYENDO: