“Diez años antes de que los españoles viniesen a esta tierra, hubo una señal que se tuvo por mala abusión, agüero y extraño prodigio”, escribió Muñoz Camargo en su testimonio que forma parte de la Historia de Tlaxcala.
A 500 años de la caída de México-Tenochtitlan, resulta fundamental recordar aquellos indicios que pudieron adelantarles a los mexicas sobre su catastrófico futuro, a los cuales se les ha conocido a lo largo de la historia del país como los “funestos presagios”.
Desde el incendio del templo del Dios Huitzilopochtli hasta escuchar a una mujer lamentarse por la muerte de sus hijos, el historiador Miguel León Portilla, en su texto Visión de los vencidos, recopiló los testimonios sobre aquellas señales que aparecieron en suelo mexica.
En cada municipio del país hay un lugar donde existen testimonios sobre las apariciones de esta misteriosa mujer que vagando por las noches grita con una voz de dolor “¡Ay, mis hijos!”. Por ejemplo, en la capital mexicana afirman que se aparecía en el centro de Ciudad de México, en las alcaldías de Xochimilco (flotando en los canales) y en la de Coyoacán.
Pero la historia original de este personaje conecta con el mundo prehispánico, y se ubica aproximadamente una década antes de la llegada de los conquistadores españoles, en 1521.
En sus escritos, Fray Diego Durán, uno de los evangelizadores españoles, daba cuenta de que el emperador azteca Moctezuma II estaba preocupado por sueños que advertían el fin de su reinado. A sus oídos llegaron historias de paseantes nocturnos que contaban haber visto a una mujer que lloraba y gemía, por lo que les encomendó preguntarles el por qué de su dolor y que era lo que quería expresar.
Esta mujer salía del Lago de Texcoco sobre el cual se encontraba la legendaria Tenochtitlán.
La historia también se transmitió a Fray Bernardino de Sahagún (misionero franciscano cuyas obras han ayudado a la reconstrucción de los hechos del México antiguo), a quien los indígenas le aseguraron que por las noches esta mujer gritaba “¡Hijitos míos, pues ya tenemos que irnos lejos! Y otras veces ¡Hijitos míos ¿a dónde os llevaré?”, en referencia a su intento de salvar a los nativos de la masacre que estaba por venir con la llegada de los conquistadores españoles.
El fraile nombró a la mujer Cihuacóatl (mujer serpiente) o Tonantzin (nuestra madre).
“Dice la historia que es una mujer que aparecía para prevenir todo lo que iba a caer sobre los indígenas. Aquí lo interesante es ver como la leyenda se ha ido modificando y adaptando conforme a los tiempos. Después de la conquista, se seguía hablando de esta aparición y se decía que se trataba de una mujer indígena que había tenido tres hijos con un español, pero que él después de casó con una mujer de alcurnia. Ella, en venganza, mató a los hijos y se volvió loca”, expresó diálogo con Infobae la historiadora Guadalupe Villa, del Instituto Mora.
Cihuacóatl o Ciuhcóatl (en náhuatl: cihuacoatl ‘serpiente hembra’’ siendo cihuatl, ‘mujer’; y coatl —o cohuatl—, ‘serpiente’’) en la mitología mexica es la recolectora de almas de igual modo, se considerada la protectora de las mujeres fallecidas al dar a luz. El término también fue utilizado en la sociedad azteca para referirse al jefe de los ejércitos, dicho puesto era el segundo en importancia en la estructura política, semejante al de un primer ministro.
También era llamada Quilaztli, Yaocíhuatl (mujer guerrera y amante de los guerreros), Tonantzin (nuestra madre) y Huitzilnicuatec (cabeza de colibrí). Se le relaciona con las tribus del norte.
Es descrita como una mujer madura con la cara pintada mitad en rojo y mitad en negro, en la cabeza lleva una corona de plumas de águila, vestida con una blusa roja y una falda blanca con caracolillos. En la mano derecha lleva un instrumento para tejer y en la mano izquierda un escudo que hace juego con su corona.
De acuerdo a la mitología azteca esta entidad guerrera le dio la victoria sobre sus enemigos. Por otra parte, se supone que fue quien molió los huesos que trajo Quetzalcóatl del Mictlán para crear a la humanidad.
Es madre de Mixcóatl, al que abandonó en una encrucijada de caminos y cuando regresó por él ya no estaba, por eso se lamentaría. La tradición cuenta que regresa frecuentemente para llorar por su hijo perdido, pero solo encuentra un cuchillo de sacrificios.
Los historiadores consideran que podría ser una metáfora de la figura materna de miles de mujeres que perdieron a sus hijos en los sacrificios a los dioses, lo que era habitual en esta y otras culturas antiguas, además de las que los perdían por ser guerreros y morir en batallas.
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