Existen muchas leyendas alrededor del arribo de los españoles a México, una de las más populares es sobre Moctezuma y cómo interpretó los presagios funestos previos a su encuentro con Hernán Cortés, a quién pensó como parte del esperado regreso de Quetzalcóatl a la tierra.
Miguel León Portilla, en la Visión de los vencidos, retrató cómo fueron los días anteriores al llamado “encuentro de dos mundos”. En su texto, con base en el testimonio de Alvarado Tezozómoc, se relató cómo el Huey-Tlatoani manejó el temor y la angustia ante lo desconocido, pues nadie, ni magos ni hechiceros, pudieron dar respuesta a lo que estaba sucediendo.
El encuentro entre Cortés y Moctezuma se llevó a cabo el 8 de noviembre de 1519 en el corazón de Tenochtitlan; sin embargo, desde meses antes los mensajeros le advirtieron al tlatoani sobre el arribo de grandes naves en las costas del Golfo de México, específicamente en las playas de lo que hoy es Veracruz.
“Torres o cerros pequeños que venían flotando por encima del mar. En ellos venían gentes extrañas, de carnes muy blancas, más que nuestras carnes, todos los más tienen barba larga y el cabello hasta la oreja les da. . .”, fueron las primeras descripciones que se dieron sobre los ibéricos.
Ante tal información, Moctezuma envió a cinco nobles mexicas para investigar los relatos, quería saber qué es lo que estaba pasando, si el arribo de tales naves podría estar conectado, de alguna forma, con los hechos fuera de lo ordinario que se estaban presentando en la capital del imperio Azteca.
Siguiendo sus detalladas instrucciones, los emisarios llevaban tres conjuntos consigo: uno asociado a Tezcatlipoca, otro de Tláloc y otro de Quetzalcóatl. Cada dios náhuatl tenía elementos específicos y Moctezuma quiso creer que aquellas “gentes de carnes blancas” podían estar relacionado con Quetzalcóatl.
El tlatoani mexica se dejó llevar por la profecía que decía “del este vendrán hombres blancos y barbados”, pensó que aquellos seres desconocidos permitían que los adornasen con sus atributos, quedaría probado que la leyenda era cierta, puesto que nadie osaría dejarse ornar de tal forma sin estar autorizado por la deidad.
Sin embargo, mientras los emisarios viajaban, Moctezuma reunió a los mejores nigrománticos, es decir, a los mejores magos o hechiceros de la ciudad, necesitaba respuestas. Poco o nada obtuvo, pues nadie podía explicar qué es lo que estaba pasando o si aquellos hombres que descendían de grandes barcos eran parte de la profecía.
“Decidles a esos encantadores que declaren alguna cosa, si vendrá enfermedad, pestilencia, hambre, langosta, terremotos de agua o sequía de año, si lloverá o no, que lo digan; o si habrá guerra contra los mexicanos o si vendrán muertes súbitas o muertes por animales venidos, que no me lo oculten; o si han oído llorar a Cihuacóatl, tan nombrada en el mundo, que cuando ha de suceder algo, lo interpreta ella primero, aún mucho antes de que suceda”, fueron las palabras que pronunció Moctezuma, según Alvarado de Tezozómoc en su Crónica Mexicana.
La desesperación ante lo incierto era palpable en el sucesor de Cuitláhuac, lo cual no se calmó con el arribo del macehual, un mensajero del pueblo, que se presentó ante el tlatoani y le avisó sobre el arribo de más naves, de más hombres que poco a poco se iban acercando a Tenochtitlan.
Ante lo inesperado y pensando que realmente que se trataba del regreso de Quetzalcóatl, Moctezuma decidió preparar la ofrenda para aquellos caballeros de carnes blancas y grandes barbas, pidió que se tallaran piezas en oro, que se otorgaran joyas y manjares.
Así fue como llegó noviembre de 1819, cuando el reino de Castilla, representado por Cortés, se presentó ante el Imperio Azteca. Hernán se mostró complacido cuando lo vistieron con el traje de Quetzalcóatl. Esto aterrorizó a Moctezuma Xocoyotzin, quien pudo notar como aquellos hombres quizá no era un dios y que podían ser las últimas horas de la vida como lo conocían.
Después de las primeras batallas, Moctezuma cedió ante todas las solicitudes de Cortés, ya que no pudo reunir un ejército lo bastante grande como para poder vencerlo. Sus 400 hombres con 40 caballos y más de 3000 aliados tlaxcaltecas fueron alojados en el suntuoso palacio de Axayácatl.
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