El mismo año que se perpetró la masacre de Tlatelolco en la capital del país nació una asesina serial al norte de México. Silvia Meraz Moreno fue concebida en 1968 en Hermosillo, Sonora.
La líder de una presunta secta formaría parte de la historia tras perpetrar sus crímenes entre los años de 2009 y 2012. Fue sentenciada, junto con otros miembros de su propia familia, por el asesinato de tres personas en la ciudad de Nacozari.
Las muertes de las víctimas no se trataba de homicidios comunes: fueron rituales y sacrificios a la Santa Muerte.
Nació en el seno de una familia en pobreza extrema. Tuvo a su primer hijo, Ramón Omar Palacios Meraz, a los 16 años de edad, en 1984. Después, con Martín Barrón López, su primer esposo, tuvo otros tres: Iván Martín Barrón Meraz y Francisca Magdalena Barrón Meraz en 1991 y Georgina Guadalupe Barrón Meraz en 1992.
Silvia Yahaira es la última hija que se le conoce y a quien dio a luz a los 29 años de edad.
Sin embargo, durante el registro de los crímenes, Silvia Meraz Moreno vivía con un hombre cinco años menor que ella, Eduardo Sánchez Urrieta. Éste tenía un hijo menor de edad, producto de una relación anterior, llamado Martín Ríos Sánchez-Urrieta.
De acuerdo con los reportes, la asesina serial comenzó a creer que realizar sacrificios humanos a la Santa Muerte le brindaría riqueza.
“Silvia Meraz estaba convencida de que al ofrecer sacrificios humanos a la Santa Muerte le traería beneficios tanto en lo económico como en la salud y le daría protección a la familia, por eso persuadió al resto de la familia“, declaró José Larrinaga Talamantes, portavoz estatal del gobierno en ese entonces, reportó El Mundo.
Durante la detención, su hijo mayor, Ramón Omar Palacios Meraz, dio la siguiente declaración a medios locales:
“Mataron a un chamaquito y a una señora, a dos chamaquitos y una señora... Me di cuenta ya con el último chamaquito que mataron... Mi mamá los mandaba matar según eso, no sé que porque le pide a la muerte y todo eso... Ella y mi hermana, la menor, la más chiquita... Que la muerte les pedía que en la noche los matara, que en la noche los degollara...”, dijo.
La historia era inaudita: varios miembros de una misma familia de Sonora que asesinaron a sus propios parientes y amigos cercanos para ofrecerlos a la Santa Muerte.
Conforme las indagatorias continuaban, más detalles horripilantes salían a la luz. El abuelo, Cipriano Meraz Aguayo, de entonces 83 años, también estaba involucrado. La familia admitió que en un periodo de tres años mataron a tres personas durante rituales satánicos.
Las ofrendas y sacrificios los hacían ante la Santa Muerte para pedirle salud, dinero y protección.
El último asesinato fue el de un menor de 10 años de edad, cometido en marzo del 2012. Aunque distintos miembros participaron, todos señalaron a Silvia Meraz Moreno como la líder y la mente detrás de la secta.
La autora intelectual presuntamente convenció a todos a degollar a sus víctimas y así ofrecer su sangre a la virgen pagana. La primera que se les atribuye es Cleotilde Romero Pacheco, una mujer de 55 años y amiga de la asesina.
Romero Pacheco era una vecina de la colonia donde vivían. No tenía parientes cercanos y se ganaba la vida vendiendo paletas de hielo. Fue asesinada por Meraz Moreno en diciembre del 2009, cuando a través de engaños la llevó hasta un paraje abandonado para atacarla con un hacha.
La asesina reveló que le pidió que “recogiera un billete de 20 pesos” del piso. Cuando Cleotilde se agachó para guardar el dinero, recibió el golpe del hacha en el cuello y la decapitó, según CNN. La líder de la secta habría sacrificado a su amiga para obtener protección de la Santa Muerte “durante un tiempo”.
Después quemó el cuerpo de Cleotilde y enterró su cadaver cerca del domicilio de su familia.
De 10 años de edad, Martín Ríos Sánchez-Urrieta fue su segunda víctima. Era el hijo adoptivo de la líder de la secta y el hijo biológico de Eduardo Sánchez Urrieta, su concubino.
En junio del 2010 emborracharon al niño y, su hija menor de 13 años de edad, apuñaló a Martín aproximadamente 30 veces. Vivo, de acuerdo con el medio inglés The Telegraph, lo degollaron y esparcieron su sangre alrededor del altar de la Santa Muerte.
La tercera y última de las víctimas conocidas fue su propio nieto: Jesús Octavio Martínez Yáñez, hijo adoptivo de Iván Martín Barrón Meraz. Lo mataron en julio de 2010.
Su madre y su novio denunciaron su desaparición ante las autoridades. Según los reportes, Silvia cargó al menor frente al altar mientras una de sus hijas lo degollaba. Fue el caso de Octavio el que detonó las alarmas para que la policía iniciara una investigación, la cual culminó con el descubrimiento de los tres cuerpos enterrados a las afueras de Hermosillo.
Ernesto Munro, entonces secretario de Seguridad Pública estatal, informó que las autoridades tuvieron en custodia a tres niños de 1, 2 y 5 años de edad por haber sido testigos del homicidio, reportó el periódico español ABC.
“Cuando son chiquitos, como de 1 o 2 años, no hay daño, pero cuando tienen entre 4 o 5 años sí alcanzan a comprender el hecho. Se les está dando asistencia en sicología y siquiatría”, dijo Francisco Javier Gómez Izaguirre, ex procurador de la Defensa del Menor y la Familia.
Algunos medios locales reportaron que una de sus hijas mayores declaró que Silvia las tenía amenazadas de muerte para que formaran parte de los asesinatos.
La adolescente que participaba en los asesinatos, señalaron las autoridades, veía como algo “normal” lo que ocurría en su familia. “El informe que tenemos es que para la niña no era algo malo lo que estaban haciendo, porque desde que era niña le tocó ver ese tipo de prácticas en la familia y no veía ninguna maldad, creía que era algo normal”, afirmó Enrique Munro Palacio, entonces secretario de Seguridad de Sonora.
“Le van a dar por bastante tiempo terapia sicológica y, sobre todo, educación, en el sentido de que las acciones que realizaba su familia estaban equivocadas y fuera de la ley. Ella no sabía que estaba haciendo algo tan grave”, dijo, informó Reforma.
Silvia Meraz Moreno fue capturada, junto con los otros siete implicados, en abril del 2012. Fue trasladada a un Centro de Readaptación Social del Estado de Sonora, donde obtuvo una sentencia condenatoria de 180 años de cárcel. Los otros miembros de la secta, aquellos mayores de edad, fueron sentenciados a 60 años de prisión.
Los otros detenidos fueron los hijos de Silvia: Francisca Magdalena, Georgina Guadalupe y Silvia Yahaira, de en ese entonces 21, 20 y 15 años, respectivamente, y Ramón Omar Palacios Meraz, de 28 años. También el abuelo Cipriano Meraz Aguay y Eduardo Sánchez Urieta y su mujer, Zoyla Hada Santacruz Iriqui.
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