Jazz Bustamante quema varillas de incienso en su pequeño salón de belleza, a las afueras de la ciudad de Veracruz. Le gusta que el aroma impregne el local mientras suenan de fondo canciones de Natalia Lafourcade. Todo el tiempo sonríe y da muestras de su inagotable vitalidad.
Días después de conocer la historia de Iván Tagle en la capital del país, Infobae viaja al Golfo de México para descubrir cómo algunos ECOSIG invocan conjuros, rituales y otros métodos burdos para “curar” la homosexualidad y la identidad de género. Las Iglesias y los Ministerios de Culto son los principales impulsores de estas prácticas, pero a veces, también las cometen centros de rehabilitación que se despegan de los dogmas de la ética para dar rienda suelta a la mística más inhumana y absurda.
Mientras charlamos en una cafetería del puerto de Veracruz, a unas calles del Zócalo, Jazz, de 30 años, nos cuenta que sufrió dos ECOSIG por ser una mujer transgénero. En el primero, un sacerdote evangelista le realizó un exorcismo; tenía unos 20 años. En el segundo, acudió con engaños a un retiro espiritual donde, por medio de torturas, le ordenaron renunciar a su “homosexualismo”.
Bajo el término ECOSIG se engloban todos los actos crueles y denigrantes que se cometen contra las personas LGTBI para corregir su orientación sexual o identidad de género. Aunque algunos ejercicios parecen medievales, propios de tiempos de inquisidores, en México aún se dan con frecuencia.
Hoy Jazz es una reconocida activista veracruzana que trabaja a través de su asociación “Soy Humano”. Ella explica que nunca pidió someterse a estas prácticas sinsentido. Es una mujer y siempre tuvo el arrojo necesario para ser fiel a ella misma, aunque en el camino le hicieron daño.
“Que salgan los demonios del homosexualismo”
La primera vez que Jazz se travistió tenía ocho años. A esa edad, se encerraba en el cuarto de baño, se probaba la ropa de sus hermanas mayores y pasaba unos minutos frente al espejo.
“[Agarraba] los zapatos, labiales y vestidos de mi hermana... Me veía frente al espejo y sentía paz cuando estaba travestida. Sentía tranquilidad. Lo hacía por lo menos una vez a la semana”, explicó en entrevista con Infobae México.
En su infancia siempre se sintió una niña y no le atraían demasiado los roles y las actividades que convencionalmente se asocian a los chicos. Creció en el puerto de Veracruz, en un hogar de bajos recursos “católico, apostólico y romano” en el que nunca se hablaba de sexualidad, y por eso, durante gran parte de su infancia creyó que era igual a sus hermanas.
“A los ocho años entré sin querer al baño donde estaba una de mis hermanas y vi sus genitales. Eso me impresionó demasiado. Al ver sus genitales yo comparé los míos. [Ese día] hubo un antes y un después, porque ahí descubrí que yo no era igual a ellas”.
Entonces, entendió que podía ser “la otra Jazz en la clandestinidad”, escondida en el sanitario y sintiendo paz frente al espejo.
Algunos veranos después, cuando tenía 14, se hizo amiga de unos estilistas que le recomendaron iniciar su transición cuanto antes. Le hablaron de los estrógenos, del estradiol y de todas las hormonas feminizantes que debía tomar. Jazz ahorró durante meses y con 15 años empezó a inyectarse estos tratamientos. A veces se maquillaba, se ponía un vestido y salía a la calle con sus amigas.
Al mismo tiempo, impartía catequesis en una Iglesia Católica. La religión y la vida parroquial eran un pilar en su vida, pero todo se torció cuando en su congregación descubrieron que se asumía como mujer.
“Obviamente yo iba al catecismo como chico”, recordó. “Un día me bajo de un taxi, con unas amigas. Era como medianoche. Nos maquillábamos muy bien, nos poníamos nuestros mejores vestidos y nos íbamos a caminar, a ligar, como le dicen por acá. Al bajar [del taxi] con peluca rubia, que me veía muy alta y muy feminizada, me vio la coordinadora de la Iglesia”.
Al principio, pensó que la mujer no la había reconocido. Pero unos días más tarde, al volver a la Iglesia, la coordinadora se acercó a ella y la invitó a marcharse.
“Me dijo, ‘el padre Colín me está pidiendo que le entregues el libro’, -un libro verde que usábamos las y los catequistas para apuntar las lecciones-. Le dije, ‘bueno, el padre no me ha dicho nada’, y me respondió: ‘Tú sabes por qué'... Ya no seguí insistiendo. Obviamente, hizo referencia a que me vio travestida”.
Aquel día se marchó de la Iglesia para no volver. Estaba dolida y molesta. “Me pasé como un par de años resentida con el catolicismo, con Dios, y los mandé a volar a todos”. Después, decidió embarcarse en una búsqueda espiritual que la llevó a conocer distintas doctrinas y creencias, y así fue como terminó en la iglesia evangelista El Buen Pastor, ubicada en la colonia Benito Juárez, en la ciudad de Veracruz.
“Ahí conocí a la hermana Vicky. Ella me invitó, me llevó, me dijo, ‘te vas a sentir muy bien, tú ve como quieras, no te vamos a juzgar’”, recordó la activista.
Desde el primer día Jazz se presentó en la Iglesia evangelista como mujer. Ya se había desecho de su antigua ropa masculina y había iniciado su proceso de cambio de género, arropada por su familia.
En el Buen Pastor la hacían sentir muy querida. La invitaban a fiestas y eventos, le celebraban el cumpleaños y lo más importante, no le pedían cambiar: “Era un entorno muy bonito”. Sin embargo, pasados los tres primeros meses la magia inicial de aquellos momentos se esfumó.
Un domingo, frente a una sala abarrotada de fieles, el pastor Juan Bautista Hernández llamó a Jazz y le pidió que pasara al frente. Después, le colocó la mano sobre la cabeza y, despeinándola con movimientos bruscos, proclamó:
- “¡Que salgan los demonios del homosexualismo! ¡Derrama tu sangre bendita señor Jesucristo sobre este cuerpo para que Jaziel sea nuevamente un varón de Cristo!”
Jazz se quedó sorprendida y extrañada. Junto a ella, el pastor continuó el exorcismo y recitó oraciones de sanación para expulsar al supuesto demonio. Este ritual, arcaico y ridículo, es muy común todavía en Iglesias evangelistas que aseguran que las personas LGTBI desarrollan su conducta homosexual o trans porque sufren supuestamente la posesión de un espíritu maligno. Según ellos, solo Jesús tiene el poder de curación.
Obviamente esta convicción es una necedad. Una creencia insensata y violatoria de los derechos humanos.
Jazz sabía que no había nada que curar, pero por la amistad que le unía con los miembros de la Iglesia, no dijo nada. Ellos le habían mostrado su afecto, y ella realmente ansiaba esas muestras de supuesto respeto y cariño. Lo dejó pasar y esperó que fuera un episodio puntual. Sin embargo, el viernes siguiente, mientras asistía a enseñanzas de discipulado, el pastor insistió.
“[En esas sesiones] nos hincábamos, nos agarrábamos de la mano, y nuevamente me decían a mí nada más que salieran los demonios del homosexualismo. Eso ocurrió durante casi un año y fue como el preludio para que yo empezara a sentirme culpable. Me preguntaba si estaba enferma, si ellos tendrían la razón y si yo en realidad estaba haciendo cosas malas al decir que soy una mujer”.
Las palabras del pastor se repetían en cada misa: “¡Derrama tu sangre para que Jaziel sea nuevamente un varón de Cristo!”. El tiempo que pasó en aquella Iglesia la sumió en la depresión.
Ya llevaba unos 12 meses en la Iglesia evangelista cuando un día, derrumbada, agarró unas tijeras y se cortó el pelo. Se dejó la melena muy corta y sin dejar de llorar, se aplicó gel en el cabello, se vistió con ropa de chico y se acercó a la parroquia.
“Fui como hombre y dije, ‘¡aquí estoy!’ Fui vestida como chico y le dije al pastor y a la hermana Vicky, ‘ahora, ¿quién me va a cambiar la mente? Yo me asumo como un género distinto a lo que ustedes están viendo ahorita aquí'”, narró. “No me dieron respuesta”.
Jazz se marchó de allí con la autoestima herida. Después de que la discriminaran dos instituciones religiosas, se dio cuenta de que la Iglesia no era para ella y comenzó una nueva búsqueda espiritual.
Desde Infobae México contactamos con El Buen Pastor y con su líder Juan Bautista Hernández para pedirles su versión. Declinaron la entrevista y rechazaron todas las acusaciones.
La Hacienda de Mina
“Todo lo que aquí escuche no lo divulgaré, y en caso de que lo hiciera, que se me regrese 70 veces siete”.
Una mañana en la que Jazz trabajaba en su salón de belleza, entró una clienta llamada Ofelia. Ya habían pasado dos años desde su experiencia en el Buen Pastor y en ese tiempo, había empezado a leer libros sobre el poder del pensamiento positivo y la superación personal.
Aquel día, las dos comenzaron a charlar sobre esos temas y Ofelia le recomendó asistir a las jornadas de un grupo espiritual, supuestamente enfocado en el crecimiento y desarrollo personal.
“Me dijo, ‘te voy a invitar a un retiro espiritual donde vas a experimentar mejores cosas, donde vas a nacer a una nueva persona”, recordó Jazz.
La clienta le contó que las jornadas se realizaban en un lugar casi de ensueño: una hacienda campestre en la que había caballos, venados, alberca y cabañas rústicas. Sin embargo, para ir allí tenía que acudir primero a unas sesiones que se impartían en la colonia Playa Linda, en el Puerto de Veracruz.
Animada por Ofelia, Jazz comenzó a asistir a las reuniones y, después de un mes, le informaron que ya podía participar en el retiro.
“Había una cooperación voluntaria de 300 a 2,000 pesos (de 15 a 100 USD). Tú decidías el rango y si no tenías [dinero] no dabas nada. Yo dije, ‘bueno, para no sentirme mal voy a dar 300 pesos’”, explicó.
El día de la excursión, Jazz llenó su maleta de ropa y maquillaje; metió también una lámpara y sus productos de higiene: “Pensaba, va a estar brutal todo esto”.
Salieron un viernes de diciembre en unos 10 autobuses que pasaron por distintos municipios, entre ellos, San Andrés Tuxtla. Cada vez que se detenían en un pueblo, subía más gente a los camiones. Alrededor de la medianoche llegaron a la finca, a la que llamaban “La Hacienda de Mina” porque estaba muy cerca de Minatitlán.
Nada más bajarse del autobús, Jazz vio que estaban en un paraje muy oscuro, escondido en medio del monte. Solo la luz tenue de unas antorchas iluminaba el camino, en el que había apostadas varias palmeras cubiertas con alambres y espinas. A su alrededor, vio entre 300 y 400 personas que como ella, iban a pasar allí el fin de semana. Entonces les quitaron el equipaje, les ordenaron cerrar los ojos, y uno de los organizadores exclamó:
“Has llegado al lugar de las debilidades humanas. Guarda silencio y pon tu mente receptiva. Estás en un lugar espiritual y no debes cuestionar. Vas a repetir: todo lo que aquí vea, todo lo que aquí haga y todo lo que escuche no lo divulgaré, y en caso de que lo hiciera que se me regrese 70 veces siete, 70 veces siete, 70 veces siete, siete veces’”.
Esta cifra es un número bíblico que representa el infinito. Según relatan los evangelios de Mateo y Lucas, Jesús ordenó a sus fieles perdonar “setenta veces siete”, es decir, de forma indefinida. Sin embargo, el Mesías no dijo en ningún momento que se pudiera utilizar esta expresión para amenazar y aterrorizar a otros.
A Jazz la maldición le pareció siniestra. Caminaron a ciegas por el sendero formados en hileras y, cuando abrió los ojos, le sorprendió el aura tétrica del lugar. En el centro había una fogata que olía a mirra, copal y carbón, y una pequeña capilla iluminada con muchas velas. A poca distancia, observó algunas casitas muy rudimentarias; a ella le asignaron la primera.
En su cabaña no estaba sola; había alcohólicos, adictos, depresivos, agresores sexuales, asesinos, sobrevivientes de abusos sexuales, zoófilos... Todos se presentaron y contaron su historia. Después, los organizadores les dieron papel y lápiz para que redactaran un inventario moral, una especie de examen de conciencia donde debían narrar su vida, destacando sus defectos de carácter, pensamientos impuros y actos inmorales que cometieron desde el nacimiento. A cada persona le asignaron un “padrino” o una “madrina” que les asesoraría en el proceso.
“Toda la noche estuvimos escribiendo. Como a las dos de la tarde del sábado les dije que tenía hambre, porque ya era tarde y había ido sin cenar. Nos dieron una torta y ya de ahí estuvimos sin comer hasta el lunes. Solamente nos daban agua, té o café”, explicó Jazz.
Todo el tiempo permanecieron encerrados en la cabaña. No los dejaban salir a pasear ni pararse hasta haber terminado su inventario moral. Además, a ella la trataban como a un chico: si necesitaba ir al baño, dos guardias la escoltaban hasta el sanitario de los hombres. Pidió su maleta con su maquillaje y el resto de sus pertenencias, pero no se la devolvieron.
El domingo, cuando por fin terminaron de escribir, les hicieron formar un círculo al aire libre, y les dijeron que tenían que seguir las instrucciones de sus padrinos.
“A mí me tocó un chico que me dijo que había sido trans y que dejó de serlo, que el señor le había sanado y que yo podía cambiar mi vida si me entregaba a Dios. Yo le dije, ‘bueno, tú cambiaste porque así lo quisiste, pero yo no vine aquí a cambiar. Yo vine a un retiro espiritual porque iba a tener crecimiento, pero no porque quiera dejar de ser trans. Tengo muy claro lo que soy”.
Jazz lanzó sus hojas a la fogata y vio cómo ardían. Al hacerlo, el padrino le advirtió que durante un año no podría tener relaciones sexuales ni románticas con nadie. Al principio, ella no se tomó en serio aquellas palabras e incluso, se estaba riendo por dentro. “Pensé, está bien loco este tipo, ¿quién se cree que es?”. Pero después, la situación se volvió más violenta.
“Agarra y me dice: ‘ahora te vas a hincar y vas a renunciar’. Y le respondí, ‘¿renunciar a qué?’ Repitió ‘¡híncate y cierra los ojos!”.
Ante la negativa de Jazz, dos hombres la forzaron a ponerse de rodillas en la tierra; le colocaron una biblia sobre la cabeza y a su alrededor, otras personas comenzaron a orar y a quemar incienso. Entonces el padrino proclamó:
Ahora vas a decir con todos tus sentimientos y tu corazón que ya no vas a volver a ser la misma persona. Pídele perdón a Dios y dile que renuncias al homosexualismo
Aquello le sobrepasó. Se sintió engañada. Su miedo inicial se convirtió en coraje y sintió a la vez frustración y desesperación. Solo había comido una torta en dos días y no había dormido. Estaba exhausta pero no podía salir corriendo y perderse en el bosque.
“No voy a renunciar”, contestó tajante.
Su padrino le aseguró que no se iría de allí hasta que pidiera perdón a Dios, así que durante tres horas, permaneció con las rodillas clavadas en la tierra. En ese período de tiempo, los organizadores la presionaron para que confesara que la habían violado en su infancia y que por eso era transexual.
“¡No me violó mi papá, no me violó mi hermano, no me violó nadie! Soy así porque así nací y siempre me he asumido así”, defendió ella.
Llegó un punto en el que no pudo más y colapsó.
“A las tres horas empecé a chillar del coraje, empecé a llorar y grité ‘¡renuncio!’. ‘¿Eso es lo que quieres? ¡Renuncio!’ Y patee el carbón. Los tipos me agarraron, me forcejearon. Y seguí: ‘¡renuncio!’, ‘¡renuncio!’ Me descontrolé, fue un shock de emociones”.
Un centro de cuarto y quinto paso
Cuando asistió al retiro en la Hacienda de Mina, Jazz tenía 22 años. Obviamente, no era un lugar de crecimiento espiritual como le había contado Ofelia. Allí llevaban con engaños a personas LGTBI para “curarlas” de su supuesta enfermedad, aplicando el cuarto y quinto paso del Programa de Recuperación de Alcohólicos Anónimos. Estos consisten en realizar un inventario moral de tu vida y después, leerlo frente a desconocidos.
Este famoso método creado por la Fundación de Alcohólicos Anónimos (AA) para superar la adicción comprende un total de 12 pasos. En las últimas décadas, diferentes grupos lo plagiaron para aplicarlo en sus participantes: Narcóticos Anónimos, Jugadores Anónimos, asociaciones para adictos al sexo o a la comida, y también, algunos centros ECOSIG que utilizan este programa para “sanar” a los homosexuales.
En concreto, en México, los 12 pasos los ponen en práctica ECOSIG religiosos como Courage Latino, o centros de rehabilitación que diversifican sus servicios y se dedican a reprimir a personas LGTBI, como el caso de la Hacienda de Mina -siempre mediante la intervención de Dios-.
La propia Ofelia había estado en aquel retiro de Minatitlán, y allí supuestamente había renunciado a su atracción hacia las mujeres.
En los últimos años, Jazz ha recibido mensajes y reportes de personas que viven en otros estados y que también estuvieron en este falso retiro de Minatitlán por su orientación sexual o identidad de género. Ahora cree que la actividad ya no se realiza allí, y desconoce a qué lugar trasladaron las jornadas. Tampoco supo nunca qué personas estaban detrás, y solo recuerda que al dueño de la propiedad lo llamaban “El Padrino”; un nombre muy común a la hora de designar a los jefes de los centros de AA.
Infobae México escribió a la Central Mexicana de Servicios Generales de Alcohólicos Anónimos A.C. para solicitar información. Aunque en un primer momento se mostraron muy dispuestos a concedernos una entrevista para explicarnos sus lineamientos, fue imposible contactarlos en el número de teléfono que nos facilitaron, y después, no respondieron a nuestro siguiente correo electrónico. En el directorio de centros oficiales que se encuentra en su sitio web, no aparece registrado ninguna instalación en Minatitlán.
Por supuesto, Jazz no renunció a nada aquel domingo en la Hacienda de Mina. Pero el fin de semana de ensueño se convirtió en una experiencia devastadora que le hizo revivir recuerdos dolorosos. De nuevo se preguntó si aquellas personas tendrían razón, quizás estaba enferma... Recuperarse del daño que le hizo el segundo ECOSIG fue un proceso complicado.
CONTINÚA: