(Parte II)
La casa de Iván Tagle irradia luz natural. Todos los cuartos tienen ventanas amplias por las que se cuelan tímidamente los rayos blanquecinos del sol. Es un lugar tranquilo, silencioso, en medio del bullicio de la Ciudad de México; un refugio acogedor que en los últimos meses se ha convertido en su principal espacio de trabajo por la pandemia del COVID-19. Allí, con una sonrisa, recibió a Infobae México para realizar la entrevista.
Iván es fundador y director de Yaaj México, una organización que se dedica a proteger los derechos humanos de las personas LGTBI. Además, es activista y consejero de Naciones Unidas en temas de diversidad sexual. Su propia historia le inspiró a alzar la voz y todo lo que es hoy lo construyó a partir de mil pedazos rotos.
A los 15 años, Iván asistió al retiro del Grupo de Apoyo San Agustín, donde le sometieron a tratos crueles, inhumanos y denigrantes durante más de tres días por ser homosexual. Para que cesara el maltrato y lo liberaran, reconoció que era gay y le pidió perdón a dios por su conducta. Solo entonces los agresores le mostraron compasión, le abrazaron, le permitieron comer... Pero el ECOSIG no terminó ahí.
De vuelta a la Ciudad de México, el grupo le asignó un consejero con el que debía reunirse constantemente. Este asesor le acompañaría por siempre para evitar posibles “recaídas” de su homosexualidad.
“En esas consejerías te hacen alejarte de todas las redes de apoyo que puedas tener. Entonces es: ‘no te juntes con amigos que te dicen que está bien ser gay’; ‘si vas caminando por una calle y ves a un chico guapo, te tienes que cambiar de acera...’”.
Iván asistió a estas sesiones desde los 15 hasta los 17 años, cumpliendo religiosamente con las tareas que le pautaban. En ese tiempo, tomó una decisión que todavía no se perdona: se integró al Grupo de Apoyo San Agustín. Lo que hizo es una carga que aún le pesa.
“Yo me convertí en esa persona que le decía a otros chicos que ya me había curado, ¿no? Y eso por supuesto me duele a día de hoy porque definitivamente hice daño a otros con este falso testimonio. Y son cosas que te quedas 15, 16, 17 años viviendo, callando”, relata Iván.
Al militar en el ECOSIG descubrió la existencia de los anexos, casas de seguridad que la agrupación utilizaba para los casos más difíciles, principalmente “mujeres lesbianas y transexuales para las que una primera experiencia no servía, y una segunda tampoco”. A ellas las recluían junto a consumidores de drogas y alcohólicos con adicciones altísimas, y a Iván le aterraba terminar en uno de estos centros.
“Te hacen bastante daño. En lugar de concentrarme en... no sé, lo que hace alguien a los 15 años, a los 16 años. Estar pensando en, ‘¿me puedo ir al infierno?’ O en, ‘¿me pueden meter de nuevo a este lugar?’ O, ‘¿por qué soy así?’ No poder estar bien con una chica y sentir todo el tiempo esta frustración de... por más que lo estás intentando no puedes. Y no quieres decepcionar a nadie de tu familia. Y empiezas a mentir, y empiezas a ser una peor persona”, contó el ahora activista.
En realidad, la atracción de Iván por los hombres nunca cambió. A pesar de las tareas, de los consejeros, de los castigos, y de su esfuerzo por “restaurarse”, la verdad, su verdad, es que no se había curado, simplemente porque no había nada que curar.
Su momento Rosa de Guadalupe
Una de las prácticas favoritas de los ECOSIG es infundir miedo, y para ello utilizan a menudo la amenaza del infierno. Según pregonan muchos de estos centros, San Pedro cierra las puertas del cielo a los homosexuales que cometen “actos y pensamientos impuros”, y el altísimo los condena a vagar perpetuamente por los fuegos del averno.
Hoy Iván comprende que estas afirmaciones son disparatadas, pero a los 15 años le aterrorizaba pasar la eternidad entre llamas. Además, por esa época le torturaba pensar que estaba decepcionando a dios con su forma de ser. Y es que los líderes religiosos que promueven los ECOSIG insisten en que la atracción al mismo sexo (AMS) es un pecado; una conducta que el creador rechaza.
Aunque Iván acudía a charlas y retiros para contar que se había “curado”, en el fondo sabía que no estaba siendo sincero: en los tres años que recibió asesorías del coach hubo muchas “recaídas”.
“Por supuesto que me gustaba el chico de la calle o mi compañero de la escuela. Y a los 15, 16 años, era terrible porque empezaba a haber mucha culpa. Cada vez que yo asociaba a alguien de mi mismo sexo que me gustaba, lo primero que había era culpa. Empezaba a llorar, a temblar... En los peores casos empiezas a sentir asco, empiezas a vomitar... y todo eso lo manejan como recaídas”.
Cuando ocurría uno de estos episodios, su asesor le imponía un castigo. Con los meses, logró que Iván se quebrara por dentro y consiguió desdibujar su identidad. Así estuvo hasta que llegó el día en que no lo soportó más y se acercó a la Zona Rosa, un barrio de la Ciudad de México, ubicado junto al Monumento a la Independencia, en la Avenida Paseo de la Reforma.
“En algún punto supe que en Zona Rosa había gente gay y caminé por el lugar observándolos. Me daba mucha envidia porque veía toda la alegría. Eran felices y libres, y yo sentía mucha culpa caminando por allí. Y tenía un conflicto interno, decía: ‘dios, ¿por qué me hiciste así? Tú sabes que yo he hecho lo imposible por cambiar. Dame una señal de por qué me hiciste así'”, cuenta Iván.
En ese momento, se cruzó con un póster en el que pedían voluntarios para la respuesta al sida y cambió la pregunta.
“Cuando estoy en esta parte de, ‘¿por qué a mí?, ¿por qué a mí dios?, me topo con esta información de ‘se necesitan voluntarios’ y entonces cambié la pregunta. Ya no fue un ‘¿por qué a mí?’ sino ‘¿para qué a mí?’ Y entendí: ‘¡Claro, tú me hiciste así para que estas personas no pasen por lo mismo que yo!”, explicó.
A esta especie de epifanía la llama dulcemente “mi momento Rosa de Guadalupe”. Fue un punto de inflexión. A partir de entonces empezó a informarse. Descubrió lo que era la discriminación, la homofobia, comenzó a leer sobre derechos humanos... Y al final, todos esos conocimientos lo “empoderaron”.
Una “broma cruel”, noches en la calle y un violín en el metro
A los 17 años, poco después de su paseo por la Zona Rosa de la Ciudad de México, sus compañeros de clase llevaron a cabo un plan retorcido. Al recordarlo, Iván lo califica de “broma pesada”, pero fue más bien un acto cruel y homófobo que refleja la deuda que todavía tiene la sociedad con las personas LGTBI.
Cuando cursaba el final de la preparatoria, algunos estudiantes de su escuela se hicieron pasar por médicos y llamaron a los padres de Iván para decirles que su hijo había dado positivo en la prueba del sida.
“En la escuela siempre había un montón de bullying hacia mi persona. Cuando yo les fui a reclamar [por lo que hicieron...] este, todos se empezaron a burlar de mí y lo grabaron. Lo subieron a Youtube, y eso fue lo que vio mi papá”, recordó.
Iván temblaba de miedo, no sabía cómo iba a reaccionar su familia tras ver el video, pero tenía claro que no iba a esconderse más; necesitaba sincerarse. Aquella “broma” se convirtió en la chispa que hizo saltar todo por los aires. Por primera vez, le confesó a sus padres que era gay.
“Por supuesto empecé a llorar. Les conté que lo había intentado, que había intentado cambiar. Y su respuesta fue: ‘ahora que nos lo dices, te vamos a ayudar a cambiar [tu orientación sexual]’”.
La reacción no fue la que él esperaba. En ese momento, entró en pánico. Le aterrorizaba que lo llevaran a un anexo o que lo volvieran a torturar en un centro de conversión.
“Esa tarde agarré el violín, unos documentos y estuve en la calle. A los 17 años empiezo a vivir en situación de calle, movilidad forzada”.
Iván huyó de casa y se prometió que “jamás volvería a regresar al closet”. Por esos días comenzó a estudiar Ingeniería Química Petrolera en el Politécnico Nacional. Estaba solo, había perdido todo el contacto con su familia y no tenía dinero para comer. Para sobrevivir tocaba el violín en el metro de la Ciudad de México, y a veces, lo perseguían los ambulantes que querían apoderarse de los vagones.
“Creo que algo que puedo definir de los 17 a mis 25 años fue terror. Todo el tiempo preocupado por el dinero, mi comida, la escuela, mi familia, mi futuro. Por supuesto reprobé todos los años de la universidad, qué te esperas. O me concentraba en sacar para comer, o en el examen de reactores termodinámicos adiabáticos”.
En sus primeros meses tocando en el transporte público, conoció a otras personas que estaban en situación de calle por su orientación sexual. Entonces se dio cuenta de que su historia no era aislada, sino que era el relato de muchos.
“Me empiezo a dar cuenta que muchos de ellos vivían lo mismo que yo, y creía que era el único. Era la misma historia, el mismo cuento, la misma trama, pero con diferente locación, y eso me asustó”.
Comprendió que había grupos que se articulaban en todos los estados de México para reprimir la conducta de homosexuales, bisexuales y transgénero, empleando para ello tratos denigrantes y torturas.
“Mi reflexión fue... No es aleatorio. Hay gente que se está organizando para hacernos esto, ¿y qué hacemos nosotros? Esto me suena a la Segunda Guerra Mundial. Comenzamos a reunirnos en los parques. A un inicio éramos 12 jóvenes, la siguiente semana éramos 32, la siguiente 45. Con un montón de problemas, pero todos con un común denominador: en algún momento de sus vidas hubo un esfuerzo para reprimir su sexualidad”, explicó.
En esas reuniones nació su fundación, Yaaj, una palabra que significa “amor” en maya. Durante 15 años, la asociación y sus integrantes han luchado por los derechos de la comunidad LGTBI, resguardando a quienes sufren violencia en sus casas e incidiendo en la política del país. Y al final de todo, su historia tuvo un final bonito: tras años de activismo, el 24 de julio de 2020, en plena pandemia de COVID-19, el Congreso de la Ciudad de México prohibió los ECOSIG en la entidad.
En la capital del país, se reformó el Código Penal estatal para incluir el artículo 190 Quater, que impone “de dos a cinco años de prisión a quien imparta u obligue a otro a recibir una terapia de conversión”. Además, el texto aclara que cuando la víctima es menor de edad, la pena aumenta en una mitad y el delito se persigue de oficio.
Desde Yaaj, impulsaron también en 2018 una iniciativa en el Senado para penalizar los ECOSIG a nivel nacional. Pero la propuesta permanece congelada y su votación se ha pospuesto ya en dos ocasiones.
“Es la primera vez en la historia de México que tenemos tantos representantes en el legislativo abiertamente LGBTI; dentro del gobierno hay personas claves que sí empujan nuestros derechos. Sí hay un interés, pero no somos prioridad como figura. No es la agenda de López Obrador, no estamos en primera línea de la cuarta transformación”, indicó.
En su opinión, esta es la razón principal de que se haya retrasado la votación contra los ECOSIG a nivel federal. Para los expertos y activistas aprobar esta iniciativa en las cortes es vital. Primero, porque de 31 estados solo la Ciudad de México, el Estado de México y Baja California Sur han ilegalizado estas prácticas. Segundo, porque la reforma permitirá que en todo México los ECOSIG se persigan de oficio cuando la víctima sea menor de edad, sin requerir la autorización de familiares o tutores.
En YAAJ esperan que la propuesta se apruebe este año; de lo contrario, irán a contrarreloj y tendrán que impulsar “otro tipo de intervención activista”, para ejercer mayor presión, antes de que finalice el sexenio.
La actividad intensa de los ECOSIG
En el salón de su casa, ya cayendo la noche, Iván nos termina de contar su historia.
Tras huir de casa perdió todo contacto con sus padres. Durante mucho tiempo no supo nada de ellos, hasta que un día ocurrió un episodio aterrador que lo cambió todo.
Por la mala alimentación, el tabaco, la ansiedad, el estrés, Iván sufrió una arritmia y terminó en urgencias. El personal clínico le pidió el contacto de un ser querido porque no sabían si iba a sobrevivir al episodio cardíaco. Él no llevaba encima el celular, y el único teléfono que recordaba de memoria era el de casa de sus padres. Asustado por su delicado estado de salud, les dio a los sanitarios el contacto.
“Yo moría de terror. Afortunadamente el personal que me atendió era de la diversidad y me ayudó a sensibilizar a mis papás de alguna forma... Un poco les dijo, ‘o lo acompañan en vida, o lo acompañan en muerte’. Y eso creo que fue el detonante que hizo que nos volviéramos a acercar... la posibilidad de no volvernos a ver”, explicó.
Hoy mantiene una buena relación con su familia y eso le hace inmensamente feliz. Sin embargo, no olvida que el ECOSIG le distanció de sus padres, y todos los días lucha para que su caso no se repita más.
“Cuando compartimos quiénes somos y a quiénes amamos, lo que queremos es la aceptación de nuestros papás y mamás. Yo lo logré después de tantos años. Pero básicamente esas personas me quitaron a mi familia. Me quitaron ese derecho, por una cuestión de odio. Alguien que les infundió una mala educación, que les alimentó de estigmas... Y entonces, de repente 18, 19, 20 años sin una Navidad, sin un Año Nuevo con tu familia. Son cosas que las personas LGTBI no deberían estar viviendo a ninguna edad”.
A pesar de las dificultades, Iván se licenció en Ingeniería Química Petrolera. Su fundación, Yaaj México, creció rápidamente y hoy es una de las asociaciones más destacadas en la lucha contra los ECOSIG. Además, el activista volvió a estrechar lazos con su familia, y logró recuperar el control de su vida. Siempre quedan marcas del pasado, y por ello asiste a terapia con profesionales reales y cualificados. Es gay, es feliz y ama su trabajo.
Según explicó Iván, el Grupo de Apoyo San Agustín ya no existe como tal. Hace años se fragmentó en varias células y una parte de sus integrantes regresó a Querétaro.
Sin embargo, su historia se sigue repitiendo en otros centros, en más estados, con otras dinámicas. Desde el 2019, Yaaj dio apoyo a ocho sobrevivientes de ECOSIG. En Veracruz, la asociación de la activista Jazz Bustamante detectó seis casos; -en uno de ellos utilizaron descargas de electroshocks para corregir el “lesbianismo”-.
En Jalisco, el director de diversidad sexual del gobierno estatal, Andrés Treviño, indicó que de 2019 al 2021 ofreció acompañamiento a seis personas de la diversidad que pasaron por estas prácticas. Y estos son solo las historias que llegan hasta ellos, porque muchas veces la víctima guarda silencio y no denuncia los abusos.
Para Iván, los principales responsables de estas prácticas tienen “nombre y apellidos”: el Frente Nacional por la Familia, con Juan Jacobo Dabdú a la cabeza; la clínica Venser, del pseudopsicólogo Everardo Martínez; y las formaciones políticas que apoyan a estas dos organizaciones, como el Partido Encuentro Solidario (PES), que perdió su registro en las elecciones de junio de 2021, y el Partido Acción Nacional (PAN).
Pero además, recalca, no son solo estos espacios: los esfuerzos para corregir la sexualidad e identidad de género también se practican “bajo estricta confidencialidad” en Ministerios de culto de Iglesias, como hace la organización evangelista Exodus Latinoamérica o la católica Courage Latino; en centros de rehabilitación de doble A (alcohólicos anónimos), así como en consultas privadas.
Y precisamente estos métodos de ouija, rezos, exorcismos y tarot, llevan a esta serie a su siguiente destino: el puerto de Veracruz.
CONTINÚA: