Se desconoce la fecha exacta de su nacimiento. No obstante, la historia la bautizaría como la Gran Sacerdotisa de la Sangre.
Magdalena Solís fue la líder de un culto y una asesina serial responsable de cometer y planear varios homicidios donde los involucrados bebían la sangre de las víctimas.
Los crímenes eran perpetrados en un pueblo pequeño de San Luis Potosí: la localidad de Yerbabuena, ubicada cerca de Monterrey, en Nuevo León. Solís solamente fue condenada por dos de los asesinatos y sentenciada a 50 años de cárcel.
Autoridades en México, según la Crime Library, le adjudicaron ocho homicidios pero se le sospecha de estar involucrada en alrededor de 15.
El horror comenzó en la década de los sesenta. Pocas veces se registra una asesina serial motivada por la satisfacción sexual. Era organizada y hedonista.
La Gran Sacerdotisa de la Sangre no siempre fue venerada. Nació en el seno de una familia posiblemente disfuncional y de escasos recursos. Desde temprana edad empezó a trabajar como prostituta hasta que en 1963, junto con su hermano Eleazar Solís, se unió a la presunta secta de Santos y Cayetano Hernández.
El culto, fundado a principios de los sesenta, combinaba la mitología azteca con la inca para engañar al pueblo de Yerbabuena. Todo era una estafa: le prometían a los pobladores de la comunidad tesoros que aparentemente se encontraban en las montañas colindantes.
Así, los integrantes de la secta lograron que las personas ofrecieran favores sexuales y “contribuciones” económicas.
Magdalena Solís, siendo una fanática religiosa, tenía delirios de grandiosidad. No era lo peor: con sus crímenes evidenció sus perversiones sexuales al consumir la sangre de sus víctimas, el sadomasoquismo, pedofilia y fetichismo.
La comunidad marginada, con pocos habitantes, era el objetivo perfecto. La mayoría de sus ciudadanos eran analfabetos y vivían en pobreza extrema. Cuando Santos y Cayetano Hernández arribaron y se autoproclamaron dioses incas, les creyeron.
Tanto a hombres como a mujeres exigían tributos sexuales. De acuerdo con Martha Alicia Rendón Tamayo, de la Sociedad Mexicana de Criminología en Nuevo León, los hermanos Hernández dejaron de ser ladrones para convertirse en esclavistas sexuales y estafadores.
En Yerbabuena solían organizar orgías con el uso de drogas.
Magdalena entró a la secta después de ser reclutada en Monterrey. Los pobladores no veían resultados, mucho menos el tesoro, y comenzaron a pedirle a Santos y Cayetano una respuesta.
La asesina serial inmediatamente tomó el control. Cuando dos ciudadanos quisieron abandonar el culto y proclamaron su hartazgo ante los tributos económicos y sexuales, los otros fervientes los acusaron con los líderes.
La Gran Sacerdotisa de la Sangre decretó que debían morir. Según Richard Glyn Jones, en su libro The Mammoth Book of Women Who Kill, las víctimas fueron linchadas.
Tras los primeros dos homicidios, los delitos se convirtieron en algo más violento y oscuro. Ya no solamente se planeaban orgías con narcóticos. Ahora se debían cometer sacrificios humanos.
Y así nació el ritual de la sangre, que ocurría cuando la persona sacrificada, casi siempre alguien acusado de ser un disidente, era golpeado, quemado, y mutilado por los integrantes de la secta.
Después se realizaba una extracción, donde la víctima era desangrada hasta fallecer. La sangre era mezclada con sangre de pollo en un cáliz. Primero bebía la Sacerdotisa, seguido de Cayetano, Santos y Eleazar, y al final el resto de los miembros del culto.
Brad Steiger, en su libro Real Vampires, Night Stalkers and Creatures from the Darkside, dijo que con eso afirmaban que ganaban poderes sobrenaturales. El ritual terminaba con la extirpación del corazón del muerto.
Solís, señalan distintos medios, declaraba que era la reencarnación de la diosa azteca Coatlicue, diosa de la fertilidad. Que necesitaba beber sangre para conservar su juventud y mantenerse inmortal, porque la sangre, decían, es el único alimento que pueden ingerir los dioses.
Seis semanas de 1963 duraron los asesinatos. Por lo menos cuatro personas murieron en los rituales de sangre.
Una noche del mes de mayo, Sebastián Guerrero, de 14 años de edad, caminaba cerca de las cuevas donde la Gran Sacerdotisa de la Sangre llevaba a cabo sus ritos.
Los ruidos y las luces que emanaban de la oscuridad lo atrajeron: al acercarse se percató y observó en silencio de los horrores perpetrados por la secta.
Desde Yerbabuena corrió más de 25 kilómetros hasta llegar a la estación de policía más cercana. Cuando declaró lo que había visto, a un grupo de personas que bebían sangre humana como vampiros, los uniformados lo ignoraron y se rieron. Pensaron que se trataba de un adolescente delirando.
El investigador Luis Martínez lo escoltó de regreso a su hogar al día siguiente. En el camino, Guerrero le pidió si podía mostrarle la ubicación donde había visto a los miembros del culto durante su ritual de la sangre.
Luis Martínez y Sebastián Guerrero nunca más serían vistos con vida.
Tras sus desapariciones, la policía, con ayuda del Ejército, arribaron el 31 de mayo de 1963 a Yerbabuena, donde dentro de una finca arrestaron a Magdalena y Eleazar Solís con grandes cantidades de marihuana.
Santos Hernández fue acribillado con armas de fuego por resistirse a la captura, mientras que su hermano, Cayetano, fue asesinado por uno de sus propios seguidores. El creyente, identificado como Jesús Rubio, pensó que tener una parte del cuerpo de su líder lo protegería.
Los cuerpos descuartizados de seis personas fueron hallados cerca de las cuevas. También los cadáveres desmembrados de Guerrero y Martínez.
Los hermanos Solís ya no eran sacerdotes. Fueron condenados a 50 años de cárcel por solamente los dos homicidios que se les pudo comprobar y adjudicar: los del adolescente Sebastián Guerrero y el oficial Luis Martínez.
Ricardo Ham, en Asesinos seriales mexicanos: Las entrañas de una realidad siniestra, mencionó que mientras que algunos integrantes fallecieron durante el operativo y tiroteo con la policía, otros fueron arrestados y sentenciados a años de prisión.
Sin embargo, también hubo otros que se negaron a declarar para proteger a la Gran Sacerdotisa de la Sangre.
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