Las micheladas banqueteras son una combinación entre fiesta y peligro: uno puede ir a cualquier mercado sobre ruedas (conocidos como tianguis) y beber sin ser molestado, escuchar música y bailar, pero el riesgo de hacerlo en masa implica un probable contagio masivo de COVID-19.
Y no importa lo estrecho del lugar y mucho menos el precio de las bebidas, el puesto de “El Güero” en Tepito abraza a todas, todos y “todes” para que se puedan olvidar un poco de los problemas y poder “pistear” a gusto.
Me habían dicho que iríamos a un lugar de la Lagunilla, pero nunca me imaginé que me encontraría bebiendo cerveza en el corazón de Tepito.
Cansado de hacer ejercicio y después de un desayuno con chilaquiles y café, algunos dijeron que se les antojaba una cerveza. Sin decidirse por el lugar, uno de ellos lanzó una idea que muchos lo tomaron como loco, pero después decidieron aventurarse.
Agotado y con los pies destruidos de correr algunos kilómetros, tomamos fuerza para seguir la carrera en la Lagunilla.
Pueden llegar a la entrada de la Lagunilla por diferentes vías: en auto, Metrobús, metro o taxi, siempre habrá una manera de llegar al lugar, pero es mejor caminar por Eje 1 y adentrarse al tianguis.
Desde Reforma caminamos en sentido de los autos hasta pasar por dos o tres calles, nos dimos vuelta a la izquierda en una de ellas y ahí empezó la aventura.
Tepito siempre me lo han pintado como un lugar en donde debes tener cuidado: Te asaltan, desapareces, recibes golpes, sales manoseado y cuando dices que fuiste a la Lagunilla hasta te consideran aventurero.
Hoy en día no es el único lugar en donde puedes recibir esto, también corres peligro en distintas calles de la ciudad que están fuera de Tepito. Sin importar las leyendas, los cuentos o las notas de periódicos seguimos nuestro camino.
Los gritos de los marchantes, los puestos de ropa, calzado, películas y comida inundaban el largo camino para llegar a las micheladas banqueteras. Por suerte el clima estaba soleado, pero conforme uno caminaba por el tianguis las mantas que protegen a los locatarios del sol y lluvia ocultaba más el cielo.
¡Llegamos! Escuché que uno de nuestros acompañantes gritaba con desesperación, pues tenía antojo de una cerveza y ya se había formado. Algunos cuantos lo siguieron, aunque la gente empezó a desviar su camino e irse por otro lado.
El lugar es grande a comparación de los otros locales que buscan sobrevivir de películas o ropa. Hay una barra para mostrar las salsas que preparan, refractarios con hielo para mantener la cerveza y una tornamesa para sacar la música y que muchos bailen mientras disfrutas del domingo.
Lo bueno de beber en el centro es que no te cobran la caguama (medida de cerveza equivalente a un litro) tan cara como en otros lados. Los precios van desde los 80 hasta los 120 pesos y depende de la bebida que quieras es lo que cuesta.
Pero lo mejor de “El Güero” son las salsas con las que escarchan tu vaso. Podrás ponerle chamoy, miguelito y de todo tipo de sabores. Además de ajonjolí, tamarindo o lo que lleguen a tener ese día.
Esta mezcla hace que el ambiente y el paladar tengan buena combinación para un domingo de descanso con amigos y fiesta.
Hasta ahí la fiesta en la banqueta se disfrutaba más. El calor estuvo soportable y no se preocupen por el baño, pues hay diferentes casas que abren sus puertas para que con cinco pesos la gente entre a hacer sus necesidades.
Si tienes hambre puedes ir a otro puesto para comprar comida, así todos los locatarios ganan más, pues en esta pandemia les ha bajado la clientela.
Y mientras unos bailan al son de Selena, Thalía o incluso corean las canciones de los noventa, otros prefieren beber y disfrutar de la vista, algunos dan un sorbo a su bebida y se ponen el cubrebocas y los más aventurados se llevan el vaso a boca de otros sedientos del prestigiado néctar color ámbar.
Seis cervezas, dos probadas de otros licores, varias bailadas en el centro de la pista y no sé cuántas manoseadas, “El Güero” nos alertó de seguirla en la casa, pues ya era la hora de guardar el changarro y la noche caería pronto.
Los consumidores pedían a gritos no cerrar y a pesar de despedirse con música electrónica sus compradores no querían irse.
Al salir de las micheladas banqueteras se podían percatar los esqueletos metálicos de los puestos que anteriormente habían servido para la venta del día, pero el azul claro del cielo empezaba a guardar a todos, y a esa hora es mejor salir de Tepito.
La caminata parecía que duró horas y más cuando tienes ganas de ir al baño. Lo único que tienes que hacer es esperar a que tus amigos caminen más rápido. La lluvia no hizo de las suyas, solamente a la hora de subir al taxi pues fue entonces cuando empecé a sentir la cruda de la ciudad.
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