Hernán Cortés y sus hombres atestiguaron los avances tecnológicos y la organización política de los mexicas con su llegada a Tenochtitlan. Sin embargo, uno de los íconos que dio cuenta de su amplio poderío sobre muchos asentamientos mesoamericanos fue la pirámide del Templo Mayor. Aunque no es la más grande de la región, la estructura de 45 metros guardaba una carga simbólica de religión y poderío de la cultura que la erigió. A pesar de ello, sólo conocieron la etapa más superficial de la compleja construcción.
Para las culturas prehispánicas la construcción de los templos contemplaba decisiones basadas en la geografía sagrada. En el caso de Templo Mayor, los migrantes que se asentaron en el islote de Tenochtitlan por mandato del señorío de Azcapotzalco decidieron comenzar a edificar el templo memorial de Huitzilopochtli y Tláloc donde observaron al águila devorando a la serpiente. El lugar, sin duda, representó el portal con el mundo divino.
Así, donde se conjugó la fuerza de las dos deidades, Acamapichtli, el primer gobernante de los tenochcas, ordenó la construcción de un templo que rindiera homenaje a sus guías sagrados. Desde ese momento, los Huey Tlatoani que le sucedieron se encargaron de engrandecer la estructura, de tal manera que la arquitectura primigenia quedó cubierta por cada una de las capas que se añadieron.
Fiel reflejo del progreso y expansión del dominio de los mexicas sobre los pueblos mesoamericanos, la construcción original sufrió una gran cantidad de modificaciones en un periodo corto de tiempo. Mientras que la pirámide de la Luna, en Teotihuacán, y la de Cholula, en Puebla, experimentaron siete y ocho expansiones en medio milenio, la situada en el corazón del Tenochtitlan se extendió 13 veces en cerca de 150 años.
Sin embargo, cada una de las 12 capas que se añadieron posteriormente estuvieron motivadas por el crecimiento del imperio. Es decir, que “cada vez que crece la pirámide, crece el imperio”, así lo afirmó Leonardo López Luján, miembro del Colegio Nacional, durante la conferencia de “Cómo construir una pirámide. Arquitectura e iconografía del Templo Mayor”.
Huitzilihuitl y Chimalpopoca, los dos gobernantes que siguieron, trabajaron sobre la misma estructura. Sin embargo, la transformación más significativa estuvo a cargo del Huey Tlatoani Itzcóatl, quien entre 1427 y 1440 buscó plasmar una de las más grandes hazañas de su pueblo, es decir, la independencia de los tenochcas del yugo de Azcapotzalco.
Prueba del simbolismo fue la decisión que tomó Axayácatl, quien estuvo al frente del asentamiento entre 1469 y 1481. Una de sus más relevantes campañas fue el intentó por conquistar la región en dominio del imperio purépecha. Sin embargo, sufrió una humillante derrota, por lo que no vio las condiciones apropiadas para inaugurar su extensión arquitectónica. De esa forma, hacia 1480, emprendió una nueva conquista que consolidó en contra de las capitales de la provincia de Tochpan, hoy Tuxpan Veracruz.
Con Ahuizotl, el estilo arquitectónico tomó mayor forma. Bajo su mandato el desarrollo en el campo alcanzó su punto culminante y marcó la tendencia que seguiría Motecuhzoma Xocoyotzin. Él fue quien estuvo a cargo de la última gran reconstrucción, misma que conocieron los peninsulares con su llegada.
Qué materiales se utilizaron
De acuerdo con diversas investigaciones citadas por López Luján, el templo estuvo de materiales al alcance como arcillas y lodos, aunque fue necesario utilizar otros tantos que no se obtenían en el entorno inmediato. De esa forma fue necesario traer maderas de cedro, pino, abeto, ahuejote y ahuehuete de las zonas boscosas del Ajusco y la Marquesa.
La piedra fue extraída del yacimientos en el Valle de México, pues durante el cuaternario la actividad volcánica fue muy recurrente. De igual forma, el tezontle se obtuvo de regiones cercanas a los cerros de la Estrella y el Peñón de los Baños, así como la piedra del Tenayo. La cal, material indispensable, llegó a Tenochtitlan procedente del sur de Puebla, así como Oaxtepec y Yautepec, en Morelos. La mayoría de los materiales eran entregados en forma de tributo de parte de los pueblos sometidos.
Simbolismo dual
La confección a lo largo de los 145 años tuvo una característica común. En todo momento se rindió tributo a Tlaloc y Huitzilopochtli, es decir, una relación dual. Así, la parte más superficial de la pirámide estuvo adornada con detalles azules predominantes en la mitad norte del Dios de la lluvia. En tanto la mitad sur, en tributo a la deidad solar, tuvo más detalles cromáticos en ocre.
En la punta estuvieron situados los respectivos adoratorios, a los cuales sólo podían acceder los sacerdotes y autoridades. Mientras tanto, el resto del pueblo se conjugaba en la base de la pirámide. Dicha dinámica contrastó con la de las costumbres y los templos católicos en España y el continente europeo.
En cada una de las conquistas que realizó la corona española en la región ibérica, respetó los templos erigidos por las religiones islámica y judía. Tal es el caso de la Mezquita de Córdoba, la cual se acondicionó conforme a las características católicas. No obstante, al no encontrar similitudes en la dinámica y con las deidades mesoamericanas, los conquistadores obligaron a los pobladores originarios a derribar el Templo Mayor para extraer materiales y erigir sus nuevos recintos religiosos.
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