Este 21 de junio se cumplieron 145 años de la muerte de Antonio López de Santa Anna, un personaje de la historia cuya reputación es desfavorable, ya que en el imaginario mexicano se le asocia con la “venta” de la mitad del territorio del país a Estados Unidos.
Sin embargo, su trayectoria abarca eventos peculiares, pues su desempeño en el campo de batalla le trajo consecuencias físicas irreparables. Hijo de una pareja acomodada, Antonio López de Santa Anna comenzó su carreta política en 1921, año en el que el Plan de Iguala de Agustín de Iturbide consagró al Primer Imperio Mexicano, mismo que más tarde rechazaría.
Así transcurrieron los primeros años de México independiente, lo que también ayudó a Santa Anna en su imparable ascenso. En 1828, organizó una rebelión para que Gómez Pedraza, quien había ganado las elecciones, fuera sustituido por el general Vicente Guerrero, inaugurando con esto el inicio de las interminables guerras civiles en el país naciente.
Los recursos económicos con los que contaba Santa Anna para financiar su movimiento fueron determinantes, ya sea por la herencia de su familia o por las relaciones que entabló con personas de las más altas esferas sociales. Nombrado presidente Guerrero, el militar tomó las riendas del Ejército nacional.
Después de que fue derrocado el gobierno de Guerrero por Anastacio de Bustamamnte, Santa Anna consolidó un acuerdo con Gómez Pedraza, el presidente que había derrocado años atrás, para llegar a la presidencia años más tarde. Así fue como, en 1833, comenzó el primer periodo de seis al frente de la presidencia de la República.
El 6 de abril de 1838 tuvo lugar el inicio de la llamada Guerra de los Pasteles, conflicto bélico en el que los franceses invadieran por primera vez el territorio nacional. Todo comenzó cuando algunos ciudadanos franceses que residían en la Ciudad de México, entre ellos un pastelero de apellido Remontel, reclamaron el pago de reparaciones por los daños sufridos en 1828, cuando oficiales mexicanos causaron daños a su local.
Aunque el ministro de Relaciones de ese entonces, Luis G. Cuevas, afirmó que “el Gobierno no encuentra obligación para hacer indemnizaciones, cuando se reclaman por pérdidas a consecuencia de un movimiento revolucionario”, Francia abrió fuego el 27 de noviembre de ese año hacia la fortaleza de San Juan de Ulúa, en Veracruz.
Fue en este conflicto cuando Santa Anna, al frente del Ejército mexicano, perdió una pierna y algunos dedos de la mano. Posteriormente, evacuó el puerto de Veracruz, retirándose hasta la zona de Pocitos en donde la población no correría mayor peligro y se recuperaría de sus heridas.
Los años siguientes se caracterizaron por inestabilidad política y social en el país, Antonio López de Santa Anna se hizo llamar “Alteza Santísima” y desconcertó a más de uno cuando organizó un ostentoso funeral en honor a la pierna que perdió en la Guerra de los Pasteles.
El militar decidió enterrar su pierna en “el cementerio de Santa Paula, fue una combinación de auto sacramental barroco y performance actual, que festinaron sus coros e indignó a sus enemigos”, indica un texto escrito por Luis Alberto de la Garza, doctor en Historia pode la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM).
Este evento causó sorpresa entre los hombres más ilustres de México. “La mañana del 27 de septiembre se hizo un brillante entierro... del miembro de un hombre vivo aún, al que concurrió por la novedad y rareza de la función, la gente más ilustre de México, y un inmenso pueblo, atraído por la novedad de este singular espectáculo”, escribió Carlos María de Bustamante.
Aunado a esto, de la Garza describió el funeral como un “gran carnaval, una mezcla de sacro y profano, de clases, de colores, de solemnidad y regocijo, herramienta de regulación política, de catarsis y de circo, pero también como las ceremonias barrocas de juramento del nuevo rey, un refrendo de vasallaje, que trata de adaptarse a las condiciones del país independiente
Posteriormente, Santa Anna regresó a la vida pública y utilizó el evento de su pierna para declararse “un mártir de la patria, defensor de la nación y de sus intereses”.
“Convirtió el funeral de su pierna amputada en un símbolo de su entrega patriótica, es decir, la pierna enterrada era una parte del país, pues el ultraje francés a México afectó la integridad física del héroe y el miembro sepultado fue la muestra de su sacrificio y redención”
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