La historia oficial cuenta que el 19 de junio de 1867, el Archiduque Maximiliano de Habsburgo fue fusilado en el Cerro de las Campanas, Querétaro, lo que marcó el fin del Segundo Imperio Mexicano.
Derivado de la lucha entre imperialistas y republicanos, luego de que el emperador se enemistara con los conservadores y de que Napoleón III retirara sus tropas del territorio del país, el austriaco tuvo la oportunidad de salir de México, sin embargo, decidió dirigirse a Querétaro junto a Miguel Miramón y Tomás Mejía, sus hombres más leales.
Las tropas dirigidas por el general Mariano Escobedo, del ejército republicano, siguieron la huella del emperador y lo sitiaron por dos meses.
No obstante, a lo largo del tiempo han surgido otras leyendas. Una de las más sobresalientes es la del investigador Ernesto Déneke, la cual plantea que Maximiliano de Habsburgo no fue fusilado y huyó a El Salvador haciéndose llamar “Justo de Armas”.
La historia señala que Benito Juárez, quien prometió acabar con los invasores extranjeros en México, le perdonó la vida porque ambos pertenecían a la logia masónica. El acuerdo consistía en que si bien el benemérito de las Américas lo dejaría huir del país, Maximiliano nunca podría revelar su identidad.
Para sostener su teoría, Déneke tuvo que aportar argumentos que refutaran la muerte del austriaco. Según el investigador, el fusilamiento fue pospuesto durante varios días, no hubo espectadores, existieron problemas al embalsamar el cuerpo, que quedó deteriorado y muy difícil de reconocer, así como tardanza en la entrega del cadáver.
“Después del fusilamiento, todas las potencias europeas presionaron a México para que devolviera el cadáver de Maximiliano y México respondía que por motivos de fuerza mayor era imposible acceder a sus peticiones. Tengo copias de las fotografías de tres posibles cadáveres del emperador que no se parecen entre sí y que tampoco se parecen a Maximiliano. Cuando el supuesto cadáver llegó a Austria, siete meses después de su ejecución, su madre, Sofía, exclamó que ese no era su hijo”, señala el salvadoreño.
De acuerdo con los rumores alrededor de la historia, Justo de Armas fue un hombre culto que aconsejó a un puñado de presidentes de El Salvador. Su estadía se sitúa en 1871, cuando participó en una donación de dinero para las fiestas patronales de la localidad. Durante sus primeros años fue acogido por familias pudientes de la época, especialmente por el vicepresidente Gregorio Arbizú.
Se sabe que dicho personaje hablaba más de un idioma y poseía gran influencia en la élite salvadoreña de ese entonces. Aunque la teoría que vincula directamente a Justo de Armas con Maximiliano de Habsburgo ha cobrado fuerza, investigadores aseguran que se trata de mitos que carecen de evidencia.
El especialista en la historia del Segundo Imperio Mexicano, Konrad Ratz, niega rotundamente dicha versión, pues asegura que la diversidad de lenguajes era común en oficiales bien educados del cuerpo de voluntarios austriacos, aunque estos no pertenecieran a la realeza.
“La hipótesis de que Maximiliano logró escapar de la prisión no tiene ningún sustento documental. Al contrario, hay más que suficientes documentos que prueban que maximiliano murió en Querétaro [...] Queda de todos modos la interrogante: ¿Quién era justo de Armas? [...] el hablar bien el alemán y otros idiomas europeos era habitual en muchos oficiales bien educados del cuerpo de voluntarios austriacos, aristócratas o no.
De los 6,000 integrantes de dicha tropa, solo 3,600 regresaron con los franceses, 800 después de la caída del imperio, y el resto, si no murieron en los campos de batalla, se quedaron en México o se fueron a otros países. Sin aventurarme a ninguna hipótesis de un campo que no es mío, sugiero que la persona con el pseudónimo Justo de Armas era uno de los oficiales voluntarios”.
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