Se convirtió en la segunda esposa del general Porfirio Díaz el 7 de noviembre de 1881. Tres años más tarde ocupó el lugar de primera dama de México, título que le trajo popularidad y por lo que inspiró una famosa pieza musical.
Carmen Romero Rubio, mejor conocida como “Carmelita”, nació en el seno de una familia acaudalada de Tamaulipas. Su padre, Manuel Romero Rubio, era el ministro de Gobernación y su padrino de bautizo, Sebastián Lerdo de Tejada, fue presidente de México después del fallecimiento de Benito Juárez.
Conoció a Díaz en una cena de la embajada estadounidense y a partir de ese momento ya no se separarían. En dicho evento acordaron que ella le enseñaría a hablar inglés y fue ahí donde comenzaron a conocerse. Contrajeron nupcias cuando Carmelita tenía 17 y Porfirio 51 años, el testigo de su casamiento fue el entonces presidente de México, Manuel González.
La joven tamaulipeca fue una pieza fundamental en la carrera política del general, pues el matrimonio consolidó la alianza entre diversas facciones liberales que aún no aceptaban a Díaz, a través de la intermediación de Manuel Romero Rubio, quien poseía buenas relaciones con diversos grupos de poder.
Ya como primera dama, emprendió obras de beneficencia, asistió a ceremonias de inauguración de efificios públicos y a actos de tipo religioso, cívico y cultural. Fue en 1893, cuando el compositor Juventino Rosas creó en su honor el vals Carmen. En agradecimiento, Romero Rubio regaló al músico un hermoso piano de cola de manufactura alemana.
“A partir de entonces, dicha pieza se interpretó numerosas veces en tertulias públicas y privadas, y en festivales dentro y fuera del país. Sobre todo, nunca faltó en los actos efectuados en honor de la señora Carmen Romero Rubio de Díaz, donde era como un himno que los mexicanos escuchaban con deleite”, señala un texto publicado por el Instituto Nacional de Bellas Artes y Literatura (INBAL).
Cuando la revolución encabezada por el coahuilense Francisco I. Madero se concretó, la pareja presidencial fue exiliada del país.
Sin embargo, de acuerdo con el historiador Enrique Krauze, ambos tenían la esperanza de que, al calmarse las pasiones y “(…) juzgarse con absoluta frialdad a los hombres y las cosas de México, la verdad acabaría por abrirse paso. Un optimismo inicial que lentamente se desvaneció, al igual que la salud del estoico general Díaz. Es la fatiga ¡de tantos años de trabajo!, solía asegurar él. Sin embargo, a media mañana del 2 de julio de 1915 la palabra se le fue acabando y el pensamiento haciéndosele más y más incoherente. Parecía decir algo de la Noria, de Oaxaca”.
Aunque la última voluntad del dictador era ser enterrado en su natal Oaxaca, la viuda desistió de dicha ideal al enterarse de que en México seguía en medio de una intensa lucha armada. En este contexto, Carmelita compró un lote en el cementerio Montparnasse y decidió sepultarlo ahí.
El regreso de la viuda de Díaz a México supuso un cambio importante en su estilo de vida, pues durante el periodo de exilio, la familia había perdido propiedades y poder adquisitivo. El panorama económico era turbulento, la crisis de la Gran Depresión (1929) y la inestabilidad causada por la Segunda Guerra Mundial habían mermado sus inversiones.
Su manera de vivir se adaptó a las circunstancias financieras por las que pasaba la familia ese momento, aunque gozaba de ciertas comodidades, ahora tenía que acomodarse a ciertas limitaciones.
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