Cuando José López Portillo inició su periodo al frente de la Presidencia de la República, en 1976, México enfrentaba una severa crisis económica. Y es que, tras el periodo de desarrollo estabilizador vivido en la década de los sesenta, las políticas del gobierno de Luis Echeverría Álvarez se enfocaron en apaciguar el descontento social derivado de las protestas estudiantiles de 1968.
Durante dicho periodo, la administración federal empleó una mezcla de préstamos externos y financiamiento inflacionario, lo que provocó grandes déficits presupuestarios, que junto a las crecientes expectativas de una devaluación, frenaron la inversión privada.
El sexenio de Echeverría Álvarez se caracterizó por una fuerte intervención del Estado en la economía, sin embargo, a medida que el gobierno incrementaba la inversión pública, deterioraba su posición financiera.
Así pues, de 1973 a 1974, las tasas de inflación alcanzaron niveles sin prescindente histórico. En consecuencia, los inversionistas comenzaron a proteger sus activos en el extranjero, disminuyó la confianza en la moneda y los contratos acortaron su duración.
En suma, dichas condiciones exigieron un cambio un programa de estabilización. “La política monetaria fue más restrictiva y se impuso una postura fiscal más estricta”, señalan los autores Carlos Bazdrech y Santiago Levy. Aunque la recaudación fue efectiva y los ingresos del gobierno comenzaron a incrementar, el cambio llegó demasiado tarde, pues en ese momento los gastos públicos crecían con mayor prisa.
Aunado a esto, la deuda externa casi se duplicó. De igual forma, al terminar el periodo de Echeverría Álvarez, la moneda se devaluó 59 por ciento
“Sin tener opción alguna, con las reservas agotadas, con una inflación de 22%, deuda externa de 29,500 millones de dólares y relaciones tensas con el sector privado, la administración de Echeverría terminó por celebrar un acuerdo con el Fondo Monetario Internacional (FMI)”, explica el texto.
En este contexto, José López Portillo tomó las riendas del país. Uno de sus principales objetivos fue la reparación de las relaciones entre el sector privado y el gobierno. Durante su primer año, el crecimiento del Producto Interno Bruto (PIB) fue el más bajo de los pasado decenios.
Otra reforma que caracterizó su administración fue la que se hizo a la política tributaria, pues el nuevo Impuesto al Valor Agregado (IVA) sustituyó al sistema en cascada de los impuestos indirectos. No obstante, persistió el tratamiento fiscal especial a los sectores de transporte y agricultura.
Sin embargo, cuando se hallaron cuantiosos yacimientos de petróleo, el gobierno federal olvidó las reformas estructurales que habían comenzado a implementarse.
Durante los primeros años, de 1978 a 1979, el gasto público aumentó 13.7% en términos reales, no obstante, dichos cambios en el aumento de la demanda agregada no se vieron reflejados en el aumento de la inflación. Aunado a esto, la producción agrícola creció un promedio de 4.5%, la inversión privada respondió positivamente y creció 5.1% en 1978 y 22.7% en 1979.
A finales de 1979, un segundo choque petrolero, asociado con la inestabilidad en el Medio Oriente, provocó un sentimiento de euforia y afectaba la psicología del país, y quizá la del Presidente
De acuerdo con las declaraciones del mandatario, el problema del país sería ahora “administrar la abundancia”. Sin embargo, el déficit fiscal fue inevitable, pues resultó del gasto en infraestructura, salud, nutrición y en empresas públicas productivas.
Ante el Consejo de Administración de Petróleos Mexicanos (Pemex), López Portillo pronunció lo siguiente:
Administrar la abundancia es más difícil que administrar la miseria. El riesgo del derroche hace al hijo pródigo. ¡Cuidado con la prodigalidad, no tengamos que regresar vencidos! Hagamos del petróleo, uso inteligente
Sin embargo, la declaración del mandatario resultó en una profecía, pues el desplome histórico de los precios del crudo causó una grave crisis económica en México. Cuando esto sucedió, expertos señalan que era momento de realizar cambios macroeconómicos importantes, pero las medidas aplicadas fueron insuficientes para afrontar la magnitud de la crisis: la tasa de devaluación del peso se aceleró un poco.
“Defendamos nuestro peso, esa es la estructura que conviene al país, esa es la estructura a la que me he comprometido a defender como perro”, dijo el mandatario.
Al final del periodo de López Portillo, la fuga de capitales fue inminente, la deuda externa incrementó de 49 mil a 75 mil millones en un solo año, el de 1981. En los últimos 12 meses de gobierno, la administración federal se quedó sin reservas y ya no pudo sostener el tipo de cambio, lo que generó una devaluación nominal de 470 por ciento.
Ante estas cifras y luego de anunciar la nacionalización de los bancos del país y el control generalizado de cambios, el titular del Ejecutivo federal aseguró que México no volvería a ser saqueado.
A los que hace seis años les pedí un perdón, que he venido arrastrando como responsabilidad, que si por algo hoy tengo tristeza es por no haber acertado a hacerlo mejor, hicimos todo lo que pudimos, incluso los más satanizados, pero afirmo que sigue siendo imperativo del sistema conquistar por el derecho y el desarrollo la justicia, más no pude hacer
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