Académicas y académicos en México, Ecuador, Argentina, Cuba y la India coinciden en una cosa cuando hablan de la COVID-19: los efectos de la pandemia en el mundo no se pueden separar de la emergencia climática y el daño al medio ambiente.
Desde su origen, la intensidad de su propagación y hasta la mortalidad de la enfermedad provocada por el virus SARS-CoV-2; todas estas cuestiones tienen una conexión directa y compleja con la relación entre las diferentes sociedades, sus gobiernos, los ecosistemas que habitan y los animales no humanos con quienes comparten esos territorios.
La Organización Mundial de la Salud (OMS) publicó en su informe de septiembre del 2020 sobre el origen del virus SARS-CoV-2 que el virus surgió por un fenómeno llamado “zoonosis”. Esto es la transmisión de enfermedades entre animales de diferentes especies. A lo largo de sus diferentes informes, la OMS se ha esforzado en dejar claro que se trata de un fenómeno que ocurre " de forma natural”, implicando que no hubo participación humana en la transmisión del virus.
Josemanuel Luna-Nemecio, geógrafo e investigador del CONACYT en México, rechaza la idea de que el origen de la COVID-19 es un “fenómeno natural”. Él, por otro lado, pone la lupa sobre la destrucción de las barreras biofísicoquímicas (que de manera natural evitan sucesos de zoonosis) por el monocultivo, la agricultura intensiva y la deforestación, además de los efectos de una con altos contenidos de carbohidratos, grasas saturadas y azúcar en el sistema inmunológico de las personas.
“El lugar que ocupó la cría industrial de animales no humanos en la emergencia y la transmisión del COVID-19 es algo que permanece en la total ignorancia para la mayoría de la gente, que sigue asignando culpas a murciélagos o ciudades distantes con culturas diferentes”, escriben María Marta Andreatta, Alexandra Navarro y Silvina Pezzetta desde Argentina.
Ellas acusan que la industria de la cárnica ha promovido la idea de que el consumo de productos derivados de animales no humanos es fundamental para la alimentación de las personas. Según estas académicas, se trata de una falacia (desmentida por varias publicaciones científicas donde se comprueban los beneficios a la salud de una dieta vegana) que refuerza la idea de que los humanos están por encima de otras especies animales. A esta jerarquía se le conoce como especismo.
Cabe recordar que el posible orígen de la pandemia por la influenza porcina AH1N1 del 2009 fue dentro de las Granjas Carroll en municipio de Perote, Veracruz. En el 2017 Granjas Carroll fue la empresa más grande en la producción y procesamiento de carne de cerdo en México. En el 2016 reportó ingresos de 209.23 millones de dólares.
Ellas creen que la COVID-19 es una oportunidad para repensar la manera en la que nos alimentamos. Y, de hecho, otro texto científico respalda las afirmaciones de las académicas argentinas. Desde la India, se desarrolló un artículo llamado “La paradoja COVID-19: El impacto en India y naciones desarrolladas del mundo”.
En la India, para mediados del año pasado, el porcentaje de mortalidad por infecciones de la COVID-19 era de 2.69%, mientras que en los Estados Unidos (EEUU) era del 4.28%, en el Reino Unido del 15.49% y en Francia del 18.54%. Para explicar por qué un país con graves problemas de pobreza como la India estaba mejor calificado en cuánto a índices de mortalidad que países desarrollados, una de las razones que ofrecieron los científicos fue su dieta.
En la India, entre el 31% y el 33% de las personas tienen una dieta vegetariana, mientras que en los EEUU el porcentaje es del 4%. Además, la dieta occidental, según el texto académico, incrementa los riesgos de padecer diabetes y otras enfermedades cardiovasculares que potencian los efectos letales del virus SARS-CoV-2.
Además de los efectos de la industria cárnica y la agricultura intensiva que la sostiene, está el tema del aire.
Desde México, Alejandro López-Feldman (Tecnológico de Monterrey), David Heres (Centro de Investigación y Docencia Económicas) y Fernanda Márquez-Padilla (Banco de México), encontraron evidencia de que la contaminación del aire en la Zona Metropolitana del Valle de México (ZMVM) incrementa las probabilidades de morir si se contrae la COVID-19.
Según sus hallazgos, la larga exposición a una concentración de partículas menores a 2.5 microgramos por metro cúbico (PM2.5) sí aumenta el riesgo de morir. A partir de los 45 años, el riesgo empieza a incrementar de manera significativa. Para una persona mayor a 40 años que contrae COVID-19, su exposición al aire contaminado de la ZMVM incrementa el riesgo de muerte en un 1.23%. Para mayores de 60 años, el riesgo incrementa en un 2%.
En general, la y los académicos mexicanos concluyeron que “Dado que el promedio del índice de mortalidad para nuestra muestra fue de aproximadamente 10.4%, nuestras estimaciones sugieren que en un incremente de 1 microgramo por metro cúbico en PM2.5 podría incrementar el riesgo de mortalidad en aproximadamente un 7.4%”.
En el marco del Día Mundial de la Tierra, la Comisión Ambiental de la Megalópolis activó la contingencia ambiental en la ZMVM por “altas concentraciones de ozono”. Además, un 84% del país es afectado por una sequía provocada por la falta de lluvias.
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