“En el estado de Guerrero no se había tenido registro alguno de este tipo de plantíos... Por eso es algo relevante”, dijo a los medios el pasado 9 de febrero el coronel Enrique Benítez Campoy, luego de que el Ejército Mexicano descubriera cuatro hectáreas de planta de coca y un laboratorio para procesarla en Atoyac de Álvarez, a 180 kilómetros de Acapulco.
El primero de estos hallazgos en territorio mexicano, según el Ejército, se registró en septiembre del 2014 en Chiapas, cerca de la frontera con Guatemala. Las autoridades localizaron en Tuxtla Chico un predio de 1.250 metros cuadrados con 1.639 plantas. El descubrimiento se produjo a raíz tanto de una llamada anónima como del interrogatorio a tres personas detenidas con 180 kilogramos de hoja de coca en un domicilio de Tapachula.
Sergio Ernesto Martínez Rescalvo, comandante de la 36 Zona Militar, aseguró en aquel entonces que era el primer plantío que se localizaba “a nivel nacional de este tipo de planta”.
La Oficina de las Naciones Unidas contra la Droga y el Delito fue más lejos al afirmar que se trataba del primer hallazgo de este tipo de cultivo en la zona Norte y Centroamérica, donde hasta entonces sólo se habían encontrado laboratorios para refinar la base de coca, no para cultivar y procesar la planta.
Contrastando con las declaraciones del Ejército, el profesor Armando Rodríguez Luna, director de proyectos de la División de Seguridad e Inteligencia en la consultora Strategic Affairs, explicó que los cárteles mexicanos intentaron desde los años noventa —concretamente el Cártel de Sinaloa— cultivar, transformar y producir la hoja de coca.
Sin embargo, la escasa tecnología con que se contaba en ese momento impidió que aquellos experimentos prosperaran, pues se dependía demasiado de las condiciones climáticas propicias para el crecimiento de la planta. Por sus condiciones geográficas, aunque con mayor relevancia en Colombia y Perú, la hegemonía de la producción mundial de cocaína prácticamente pertenece a los países andinos suramericanos.
“Colombia y Perú son los que más producen. Estamos hablando que entre los dos podrían generar alrededor de 500 a 600 toneladas métricas de producto. En el resto de los países andinos generalmente se producen 1000 toneladas métricas en promedio cada año”, dijo en entrevista para Infobae México.
Hoy en día la tecnología que se requiere para tener éxito en este tipo de cultivos es más accesible, particularmente en el tema de los fertilizantes, aseguró Luna, pero aún así es poco probable que en el corto plazo México produzca la suficiente cantidad de cocaína para impactar en el tráfico internacional.
“Para generar esto se requiere, además de extensas áreas, una logística muy compleja para el cultivo. En el caso de México, aún cuando se tuviera éxito en algunos lugares de Guerrero, no se tendrían en el futuro inmediato las condiciones propicias para producir una cantidad importante en términos de toneladas métricas”, afirmó.
De acuerdo con el investigador, a pesar de que esta actividad podría extenderse a otros estados como Jalisco, Colima o Sinaloa (aunque principalmente Nayarit), aún no se tendría la capacidad de competir con otros países latinoamericanos que cuentan con una mayor tradición de cultivo de coca.
Para que los narcotraficantes mexicanos se consoliden como productores de cocaína, aseguró el experto, tendría que llevarse a cabo un proceso intenso de transformación dentro de las muchas áreas de cultivo que existen en el país, las cuales están dedicadas principalmente al cultivo de amapola y marihuana.
Donde sí se vería un impacto inmediato, aseguró, sería en la violencia por el control de los territorios para poder llevar a cabo estos procesos de cultivo y producción.
“Ahí sí habría un impacto directo y sería algo muy similar a lo que vimos en el lustro pasado, los cinco u ocho años anteriores, donde el control por el llamado triángulo de la heroína generó una cantidad importante de violencia, principalmente en Guerrero, aunque también influyó en Michoacán y Nayarit”, explicó.
La zona conocida como Tierra Caliente, que comprende el norte de Guerrero y algunas partes de Michoacán y el Estado de México, desbancó al “Triángulo Dorado” —Sinaloa, Chihuahua y Durango— como el primer productor de heroína hacia los Estados Unidos, informó en 2016 The Daily Beast.
Quizá en un mediano plazo se podrá ver el auge de una “cocaína mexicana”, algo inédito hasta ahora. No obstante, aún falta tiempo para que esto implique un verdadero cambio en la producción de drogas estimulantes a nivel mundial.
“Tomemos en cuenta que si bien estos grupos criminales tienen capacidad trasnacional y logística para intervenir en el tráfico internacional de drogas, tampoco cuentan con una dimensión tal que además les permita llevar a cabo este tipo de proyectos, porque además están inmersos en una dinámica de violencia por el control de diversas rutas, aéreas, marítimas y terrestres en diversas partes del país”, explicó Rodríguez Luna.
“Digamos que están ocupando diversos frentes, y ahorita eso es lo que más les está tomando recursos y tiempo”, añadió.
El 17 de febrero el presidente Andrés Manuel López Obrador anunció que presentaría el programa alternativo Sembrando Vida para ofrecer otras opciones de trabajo a los campesinos de esa región.
Explicó que el objetivo del plan era que se sustituyeran los cultivos y se les diera “otra opción a los productores de la sierra de Guerrero que se dedican al cultivo de mariguana y amapola, que tengan la opción de sembrar maíz y frijol, árboles frutales y maderables, y que se les proteja también para que no los obliguen”.
Sin embargo, Rodríguez Luna aseguró que aún no se ha implementado una estrategia que de verdad proteja a las personas que se dedican a estos cultivos, que regularmente son campesinos en condiciones precarias que reciben mejores retribuciones que si sembraran aguacate o chile, aún cuando ellos representen la escala más baja de retribución dentro de la cadena.
Según un informe de la organización Internacional Crisis Group, en Guerrero operan al menos 40 grupos criminales.
“Aunque el gobierno implemente algún programa que les permitiera cultivar algún producto agrícola legal, el control territorial que tienen estos grupos y la violencia que pueden ejercer sobre las comunidades campesinas les impediría tomar cualquier tipo de acción gubernamental”, explicó el investigador especializado en crimen organizado internacional.
“Se necesita una estrategia que les permita ir recuperando el control, más que de los territorios, de las relaciones políticas, económicas y sociales, y eso no se ve por ningún lado, ni en este gobierno ni en los anteriores”, concluyó.
A pesar del auge de los opioides (sobre todo del fentanilo), el consumo de cocaína en los Estados Unidos sigue constituyendo una fuente importante de ingresos para los cárteles mexicanos, tanto para exportar como para vender en el propio territorio.
Un informe de la Oficina de las Naciones Unidas contra la Droga y el Delito (ONUDD) detalló que los mayores índices de consumo de cocaína se registraron en Norteamérica.
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