Un cigarrillo a medio fumar frente a una taza de té en la cocina, fotografías de la reina Isabel II en un armario, cremas del baño que usaba para cuidarse o un libro dedicado por Octavio Paz en la estantería exhiben la cara más íntima de la pintora Leonora Carrington en su Casa Estudio recién terminada de rehabilitar en la Ciudad de México.
“Las cosas que nosotros tenemos, que nosotros heredamos y con las que decidimos acompañarnos hablan mucho de nosotros mismos. Cuando la gente venga aquí va a poder completar una figura de Leonora que quizá no se conoce del todo”, ha dicho este miércoles a Efe Alejandra Osorio, directora Académica y Cultural de la coordinación general de Difusión de la Universidad Autónoma Metropolitana (UAM), organismo a cargo de la rehabilitación de la vivienda.
En la calle de Chihuahua número 194, en la céntrica colonia (barrio) Roma, ahora uno de los puntos más cosmopolitas de la capital, vivió durante 60 años Leonora Carrington (1917-2011), de origen británico y nacionalizada mexicana, en los que sufrió y disfrutó de su vida familiar con su esposo Emérico Weisz y sus hijos Gabriel y Pablo.
EL DESEO DE CONSERVAR VIDA
La vivienda, que fue adquirida por la UAM en 2017 con el objetivo de conocer parte de la intimidad de la artista surrealista y crear un lugar de visita y estudio, se encontraba llena de objetos que pertenecieron a la familia y que atesoran una parte importante de la esencia de la pintora y escritora.
Pablo, uno de sus hijos, deseaba conservar esta esencia y compartirla con los mexicanos, un pueblo que despertó la imaginación de la artista y en el que falleció cuatro años después de su esposo húngaro, a quien apodaba Chiki, y quien pasó sus últimos días en la misma casa.
Durante tres años, los responsables del proyecto mantuvieron constantemente la comunicación con Pablo, quien vive fuera de México, pero también realizaron entrevistas, recogieron testimonios, visualizaron imágenes y analizaron fotografías, entre muchas otras cosas, para reconstruir cada detalle de la vivienda, tal y como estaba en los últimos años de vida de Carrington.
También tuvieron que tomar decisiones complejas para encontrar el equilibrio entre llevar a cabo las urgentes reparaciones que la casa necesitaba y convertirla en un espacio cultural accesible, y mantener la identidad del edificio.
“Buscamos encontrar el equilibrio entre recomponer muros, quitar humedades, etcétera, y ponerla funcional. Y al mismo tiempo y de manera principal queríamos preservar la esencia de la casa cuando Leonora la habitaba. Eso fue importantísimo”, explica a Efe Francisco Mata Rosas, coordinador general de Difusión de la UAM.
UN INVENTARIO CASI INFINITO
Pero una de las partes más importantes, laboriosas e interesantes del trabajo fue crear un inventario de los más de 1,800 objetos que encontraron en la casa, proceso que se llevó a cabo desde junio hasta diciembre de 2019 por un equipo de entre cinco y diez personas, dependiendo de las necesidades.
Entre todas, inventariaron objeto por objeto, se hizo un registro fotográfico, se hizo una ficha de cada uno de ellos y se examinaba por si había algún tipo de hallazgo “especial”. Como podrían ser inscripciones, dedicatorias o fotografías en medio de un libro o cuaderno.
“Duró alrededor de seis meses y fue un proceso que nos permitió saber exactamente qué teníamos en la casa, en términos de documentos, fotografías, archivos clínicos, la historia de las ventas, de los préstamos que se hizo de la obra de Leonora, cartas que le llegaban, algunas que terminó no mandando...”, relata Osorio.
UNA MUJER NORMAL
Una inscripción en la mesa del salón en la que se lee “Leonora + Chiki”, que talló un amigo de la pareja con un picahielos, o fotos junto a sus hijos y sus mascotas en un mueble de la cocina, la recuerdan como una mujer normal.
Más allá de lo enigmático de su arte y de los enredos y curvas en los que se enfrascaba su obra, Leonora vivía como una persona más. No tiraba a la basura sus gafas rotas, que permanecen en una estantería del baño, y mantenía sus delantales para pintar desde hacía años.
“Este espacio de intimidad, saber en qué libros se inspiraba, de dónde venía la idea de las espirales y las figuras elípticas, esas respuestas están aquí”, comenta Osorio.
El martes, la Casa Estudio fue por fin presentada, aunque de manera virtual y con diversos materiales audiovisuales.
Se podrá visitar de manera cibernética y con acceso a visualización de objetos en tres dimensiones.
Y cuando la pandemia lo permita, esperan poder recibir a grupos para visitas guiadas y así, por fin, formar parte del acervo museístico de la Ciudad de México, aunque para ellos la casa se aleja del concepto “museo”.
“Para nosotros no es un museo, usamos la figura de casa estudio entre muchas otras razones porque para nosotros es un proyecto académico y cultural, en la misma proporción”, detalla Mata Rosas, quien destaca la importancia de que, en crisis como la actual, la universidad pública fomente la cultura.
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