“Prometo ser breve -aunque desde que el tiempo es elástico, me temo que van a escucharme por unos 180 muy largos segundos-”, fue la forma en que el poeta, ensayista y diplomático mexicano Octavio Paz inició su discurso al recibir en 1990 el Premio Nobel de Literatura.
Inscrito dentro del modernismo y el realismo, Octavio Paz, se convirtió en uno de los escritores y poetas más influyentes de la lengua española del siglo XX. Sus obras abarcaron infinidad de temas, desde lo espiritual hasta lo físico, desde la vida hasta la muerte, desde la gracia hasta la maleza.
Pese a dedicar su vida a la literatura, el nombrarse escritor le resultaba difícil, es por eso que expresó en algunas entrevistas e inclusive en textos que “el escritor debe soportar la soledad, saberse un ser marginal. Que los escritores seamos marginales es más una condenación que una bendición”.
Octavio Paz Lozano nació en la Ciudad de México el 31 de marzo de 1914. Su nacimiento ocurrió durante la Revolución Mexicana, movimiento con el que él y su familia estuvieron estrechamente relacionados, ya que su padre, Octavio Paz Solórzano, se unió al ejército zapatista cuando el futuro escritor era un bebé de meses.
Aunque no nació en Mixcoac, sus primeros años de vida y hasta la universidad los vivió en el emblemático barrio de la Ciudad de México. Este lugar siguió apareciendo en sus diferentes trabajos, principalmente en la poesía, entre ellos Águila o sol (1951):
“En Mixcoac, pueblo de labios quemados, sólo la higuera señalaba los cambios del año. La higuera, seis meses vestida de sonoro vestido verde y los otros seis carbonizada ruina del sol de verano”.
Sin duda, uno de los textos más importantes en la carrera de Paz fue el ensayo El Laberinto de la soledad (1950). En este se dedicó a retratar el pensamiento y la identidad de todo lo que significa ser mexicano.
Escribiendo desde la primera persona, tanto del plural como del singular, Paz intentó hacer una radiografía de aquellas heridas históricas que el pueblo mexicano no ha sanado, que forman parte de su identidad y que lo han llevado a repetir procesos históricos: “Toda la historia de México, desde la Conquista hasta la Revolución, puede verse como una búsqueda de nosotros mismos, deformados o enmascarados, con instituciones extrañas“.
En 1979 publicó el ensayo Vuelta a El laberinto de la Soledad. Ahí centró su crítica sobre los políticos en México y la influencia que tuvo el PRI como partido único en el país, tanto así que escribió “los presidentes mexicanos son dictadores constitucionales, no caudillos”. Pensamiento que defendió en 1990 cuando debatió con Mario Vargas Llosa en el Encuentro La Experiencia de la Libertad.
Aunque en gran parte de sus textos se apreciaba la crítica al sistema político mexicano, él fue señalado por formar parte del gobierno, por trabajar para éste como embajador (en la India y Francia) y encargado de negocios de México ante Japón.
“Lo que a mí me parece inaceptable es que un escritor o un intelectual se someta a un partido o a una iglesia”, fue lo que escribió en el ensayo del 79 para defenderse de las criticas hacia su participación como funcionario en los asuntos políticos del país.
Por su parte, se destacó también en el género de la poesía, pese a que él siempre explicó que estaba lejos de ser un poeta como los que se conocen, “escribí poemas, no poesía, porque se puede discutir interminablemente sobre la segunda mientras que no es difícil convenir en el significado de la palabra poema: un objeto hecho de palabras, destinado a contener y secretar una substancia impalpable, reacia a las definiciones, llamada poesía”.
Dentro de este género, en Águila o sol (1951) o Piedra del sol (1957), uno de sus temas predilectos fue el tiempo, éste lo retrató desde recuerdos de su niñez hasta el pasar de las estaciones del año, pero también añadiendo retratos de los aprendizajes que le había dado hasta ese momento la vida, inclusive reclamándole por lo que había vivido.
“Al cabo de tantos años de vivir, aunque siento que no he vivido nunca, que he sido vivido por el tiempo, ese tiempo desdeñoso e implacable que jamás se ha detenido, que jamás me ha hecho una seña, que siempre me ha ignorado. [...] Así yo: no tengo nada que decirle al tiempo. Y él tampoco tiene nada que decirme”.
Él creyó que la “memoria no es lo que recordamos, sino lo que nos recuerda”, es por eso que elaboró también trabajos biográficos, como “Sor Juana Inés de la Cruz (1982)”, en donde afirmó que la poetiza mexicana tomó el camino de ser monja porque vivió en una sociedad con valores culturales desde lo masculino, en donde nacer hombre te daba privilegio.
En los últimos años de su vida se dedicó a estudiar el arte contemporáneo, diferentes perspectivas que le ayudaron a ampliar su legado. Realizó críticas y estudios detallados sobre diferentes técnicas y artistas.
“El Nobel no es un pasaporte a la inmortalidad. La relativa inmortalidad de las obras literarias y artísticas la da la calidad”. El escritor falleció a las 84 años en la Ciudad de México.
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