A Nicolás Zúñiga y Miranda lo llamaban “el loco”, “el candidato perpetuo”, “el candidato del pueblo”, “el candidato de la gente”.
– Salud, “mi candidato”.
– Buenos días, “señor presidente”.
El saludo disimulaba la mofa a costa de aquel singular personaje de la política mexicana de finales del siglo XIX y principios del XX, que quiso 9 veces ser presidente de México, entre 1896 y 1924.
Su figura, en su momento, sirvió como referencia para comparar al presidente Andrés Manuel López Obrador, luego de sus dos intentos fallidos al contender como candidato presidencial y proclamarse, en 2006, “presidente legítimo”, como lo hizo Zúñiga y Miranda desde su primera derrota electoral –y en las siguientes– al denunciar fraude en su contra.
Tan conocido fue en su época que el muralista mexicano Diego Rivera lo inmortalizó en su famoso mural Sueño de una tarde dominical en la Alameda, pintado en 1947.
Allí aparece en dos detalles de la obra: en un periódico que levanta un voceador y conversando con Porfirio Díaz, el presidente que se convirtió en dictador y quien lo venció –digamos– en cinco de sus intentos como candidato independiente a la Presidencia.
Para Díaz, su eterno contendiente no era más que otra pieza en su juego electoral, como lo relató Jesús Silva Herzog en su ensayo Madero y el Plan de San Luis (El Colegio de México).
Cuenta que previo al proceso electoral de 1910, en medio ya de la crisis del régimen porfirista, el antirreleccionista Francisco I. Madero, quien proclamaba el “sufragio efectivo no reelección”, se encontró con Díaz para hablar sobre una posible salida negociada al conflicto que se avecinaba.
En aquella charla, al fracasar la negociación, Madero le advirtió a Díaz que participaría en la elección, y el general le responde: Entonces además competir en contra de Zúñiga y Miranda, lo tendré que hacer en contra de usted también.
“Porfirio se dio cuenta de que Zúñiga no era ningún peligro para él y que su candidatura podría funcionar como válvula de escape para la tensión que había en el país”, explica Rodrigo Borja Torres, historiador y autor de la biografía Nicolás Zúñiga y Miranda o el candidato perpetuo (editorial Porrúa).
Incluso después de la Revolución que estalló en aquel año de 1910, don Nicolás Zúñiga siguió compitiendo en las urnas. Primero contra Venustiano Carranza (1917) y después frente a Álvaro Obregón (1920) y Plutarco Elías Calles (1924).
El “Seismonos”
Nacido en Zacatecas, el 3 de marzo de 1865, en el seno de una familia de buena posición económica, Nicolás Zúñiga y Miranda viajó a la Ciudad de México para estudiar Jurisprudencia, como entonces llamaban a la carrera de derecho.
Todavía como pasante, inventó un aparato que llamó “seismeono”, el cual pretendía capaz de prever temblores con exactitud de fecha.
Con la casualidad a su favor, predijo uno en 1857 y se hizo famosísimo. Después, en 1887 publicó un folleto en el periódico El Siglo XIX el que anunciaba un terremoto devastador. Según él, ocurriría el 10 de agosto de ese año, provocaría la erupción del volcán Popocatépetl y la catástrofe en la capital y otras poblaciones.
Las crónicas de la época relatan los efectos de aquella publicación, pues en la fecha anunciada por el “profeta de la desolación” –como lo llamaron–, mucha gente salió de sus casas para concentrarse en las plazas y jardines, esperando la tragedia.
Por supuesto, no ocurrió nada. Pero a don Nicolás le costó una tremenda paliza pública que lo mandó al hospital, de acuerdo con sus biógrafos.
A partir de ese momento se hizo de la triste fama de “loco”. Los periódicos de la época se burlaron de él con el sobrenombre de “Seismonos” y hubo gente que pidió que lo internaran en un manicomio o en la cárcel.
No fue su única ocurrencia. También quiso enseñar artes marciales al ejército mexicano, se ofreció como negociador con el ejército revolucionario a comienzos del siglo XX, y quiso convocar una reunión de presidentes municipales, partidos y autoridades para analizar el efecto que tenían las estrellas sobre la política internacional.
Como practicante del espiritismo, muy de moda en aquella época, también organizó una sesión para invocar a Aristóteles, el rey de España (Alfonso XIII), el káiser de Alemania, el rey de Inglaterra y el zar de Rusia, con el propósito de conseguir la paz en Europa, durante la primera Guerra Mundial.
Aquella sesión incluso “salió publicado en los periódicos de la época”, de acuerdo con Borja, quien lo retrata como un hombre tranquilo, de gran bigote, que vestía levita negra cruzada y sombrero de copa.
Así aparece en la única fotografía que existe de este pintoresco personaje de la historia mexicana, que además editó varias publicaciones que sirvieron de vitrina para la promoción de sus ideas y de sus campañas como candidato del Club Nacional Zuñiguista.
Estas fueron: El Incensario, El Semanario Zuñiguista, La Voz Zuñiguista y El Mexicano.
Carrera política de largo aliento
Luego de su fallida predicción, Zúñiga y Miranda despareció por un tiempo de la escena pública. Pero a principios de 1892, un grupo de opositores de Díaz se presentó ante él para convencerlo de contender en las elecciones presidenciales de ese año.
No ganó un solo voto. Pero tampoco desfalleció en su intento y volvió a probarse en 1896. Pero su atrevimiento de enfrentar al presidente en las urnas lo llevó a la entonces cárcel de Belén, en el centro de la Ciudad de México, donde pasó 25 días de confinamiento solitario, acusado de conspiración.
A pesar de la derrota y su encierro, su ánimo no decayó y tuvo los arrestos suficientes para acusar fraude y declararse “presidente legítimo” en un editorial publicado en su periódico La Voz Zuñiguista, que tituló “El Presidente soy yo”.
Aquel texto llegó a manos de Díaz, que de nuevo lo mandó encerrar en la llamada cárcel del callejón de la Diputación, y de allí otra vez a Belén, donde permaneció 7 meses encarcelado.
A partir de entonces, sus facultades mentales decayeron progresivamente, pero no su intención de ser presidente. De modo que, otra vez, compitió por la presidencia en 1900, y luego 1904 y luego 1910 y luego en 1911 contra Madero y Díaz.
El cine mexicano lo inmortalizó en la cinta México de mis recuerdos (1944), del director Juan Bustillos Oro, la cual refleja la percepción que había del personaje en la época.
Para entonces, aunque él se creía el “candidato del pueblo”, la gente ya lo tildaba de loco. Y no obstante, en las elecciones de 1914, un año después de la traición de Victoriano Huerta que llevó a la muerte al presidente Madero y su vicepresidente José María Pino Suárez, “el candidato perpetuo” Nicolás Zúñiga ganó en la capital del país más votos que el usurpador Huerta.
El historiador Borja dice que la gente estaba tan enojada por el asesinato de Madero que prefirió votar por Zúñiga y Miranda. Eso, por supuesto, no lo hizo ganador, pues ya había otros contendientes en aquella turbulenta elección presidencial, que terminó anulándose ya en medio de la Revolución mexicana.
Aunque no desistió en sus intentos electorales en las siguientes tres elecciones, su salud mental y su condición económica ya estaban muy deterioradas.
El historiador William H. Beezley afirma que “en sus intervalos de lucidez, Nicolás reveló una sensibilidad a los problemas sociales de la época como la pobreza extrema y la falta de oportunidades para las personas de las zonas rurales”.
Afirma incluso que fueron Los Científicos, como llamaban al grupo de poder que gobernó con Díaz, quienes alimentaron su ánimo de ser presidente “porque pensaban que así mantenían viva la esperanza de las clases medias por acceder al poder”. Además, afirma, “brindaba un toque de humor para sus detractores”.
Nicolás Zúñiga y Miranda murió a los 60 años en la absoluta pobreza, viviendo en una casa de huéspedes de la calle de la Amargura, en el barrio popular de La Merced.
Guillermo Mellado, en su libro Don Nicolás de México, ofrece una anécdota que retrata su debacle.
“Cierta mañana, encontrándose en paños menores, de improviso fue a sacar del cajón de una cómoda una banda tricolor, la que con todo respeto cruzó sobre su pecho para después ir a contemplarse a una luna (espejo) que tenía en el ropero. Se erguía su figura. mirábase cómo le caía aquella insignia, daba un paso a un lado y al otro, monologaba a sí mismo. Entonces se percató de la presencia de doña Ramona, su casera, a quien le dijo: ‘no se vaya usted, la he llamado porque he querido que sea usted la primera dama que reconozca en mí al Presidente de la República”.
La imagen que perdura del “candidato perpetuo” mexicano.
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