Desde cómo un viaje a Acapulco dio inicio al primer párrafo del libro de Cien Años de Soledad hasta cómo se endeudó 18 meses para dedicarse a su libro: así vivió Gabriel García Márquez la gestación de su obra más famosa.
En el marco de la celebración de su natalicio el 6 de marzo recordamos algunas anécdotas sobre cómo el Nobel de Literatura vivió en México la gestación la novela.
Cien Años de Soledad se ha traducido a 49 idiomas, pero detrás del éxito de la historia del coronel Aureliano Buendía y su familia, García Márquez sufrió algunas privaciones y también experimentó una epifanía.
Un viaje a Acapulco
García Márquez cuidó la novela para que se hundiera en la bruma del mito, esto lo explicó en el artículo La novela detrás de la novela que se publicó en la desaparecida revista Cambio, en 2002, donde relató el origen de la obra:
“De pronto, a principios de 1965, iba con Mercedes y mis dos hijos para un fin de semana en Acapulco (México), cuando me sentí fulminado por un cataclismo del alma tan inmenso y desgarrador que apenas si logré eludir una vaca que se atravesó en la carretera. Rodrigo dio un grito de felicidad:
-Yo también cuando sea grande voy a matar a vacas en carretera.
“No tuve un minuto de sosiego en la playa. El martes, cuando regresamos a México, me senté a la máquina para escribir una frase inicial que no podía soportar dentro de mí: ´Muchos años después, frente al pelotón de fusilamiento, el coronel Aureliano Buendía había de recordar aquella tarde remota en que su padre lo llevó a conocer el hielo´. Desde ese entonces no me interrumpí un solo día, en una especie de sueño demoledor, hasta la línea final en que a Macondo se lo llevó al carajo”.
En el libro de conversaciones titulado El olor de la guayaba (1982), donde charló con su amigo Plinio Apuleyo Mendoza, García Márquez dio una versión más profunda de lo que ocurrió ese día:
“(…) Un día, yendo para Acapulco con Mercedes y los niños, tuve una revelación: debía contar la historia como mi abuela me contaba las suyas, partiendo de aquella tarde en que el niño es llevado por su padre para conocer el hielo.
-Una historia lineal.
-Una historia lineal donde con toda inocencia lo extraordinario entrara en lo cotidiano.
– ¿Es cierto que diste media vuelta en la carretera y te pusiste a escribirla?
–Es cierto, nunca llegué a Acapulco”.
De acuerdo con la biografía de Gabo y su historia con respecto al viaje a Acapulco, el británico Gerald Martin mencionó “sea cual sea la verdad, desde luego ocurrió algo misterioso, por no decir mágico”. Y desde su publicación, en mayo de 1967, ha sido protagonista de anécdotas.
La portada
La portada de la primera edición de Cien Años de Soledad se tuvo que improvisar con un galeón azul contra un bosque espectral y unos lirios amarillos, esto sucedió porque la portada original diseñada por Vicente Rojo (famosa por tener la letra “E” al revés en el título) no alcanzó a llegar a tiempo y fue publicada en la segunda edición.
Y una de las anécdotas de Vicente Rojo, que compartió en su libro Gerald Martin, reveló que uno de los libreros de Ecuador se dedicó a corregir la “E” al revés en cada uno de los ejemplares, pues creía que se trataba de un error tipográfico.
18 meses de trabajo
Gerald Martín relató en su biografía de “Gabo”, cómo el autor creó la novela en un cuarto que llamaba “La cueva de la mafia”, ubicada en el número 19 de la calle de la Loma, en el barrio San Ángel de la Ciudad de México.
Una de las anécdotas principales que se conoce del escritor, al finalizar Cien Años de Soledad es que trabajó 18 meses como un preso en el libro, era el mes de septiembre de 1966 y al terminar, Gabriel García Márquez fue a la oficina de correos más cercana de su casa de la Ciudad de México para enviar a Buenos Aires el voluminoso manuscrito de casi 500 páginas.
Gabriel y su esposa Mercedes Barcha se dieron cuenta que tenían dinero solo para enviar la mitad. Volvieron a contar los billetes y las monedas, nuevamente pesaron las hojas y pagaron.
Al volver a su casa empeñaron los únicos electrodomésticos que tenían: secador, calentador y la batidora. Después de venderlos regresaron a la oficina de correos para enviar el resto.
Al salir de casa, Gabo recordó toda su vida la frase con la que Mercedes cargó esos 18 meses acumulándose en su corazón:
“Lo único que falta ahora es que la novela sea mala”.
El escritor argentino Tomás Eloy Martínez era el jefe de redacción de la revista Primera Plana y Paco Porrúa el editor de Sudamericana. Cuando Paco recibió el manuscrito se lo enseñó a Tomás, éste quedó tan fascinado que decidió enviar un periodista a México para escribir un reportaje sobre el escritor.
Cuando García Márquez llegó a Buenos Aires, Tomás Eloy dijo que vio el momento exacto en que la fama cayó sobre Gabo “como un rayo”.
Mercedes Barcha y lo que no le dijo a su esposo
En la anécdota que pone Gerald Martin en el libro Gabriel García Márquez: Una vida cuentan cómo Mercedes Barcha sobrevivió a la falta de dinero, mientras Gabriel García Márquez se dedicaba a escribir.
Después de que Gabo renunciara a su trabajo y se dedicara a escribir su libro tardó en finalizar 18 meses en el cual el nobel de literatura se dedicó 6 horas al día. No tenía empleo y se empezaron a ver las carencias económicas.
En esos meses Gabo y Mercedes recibían una canasta llena de alimentos por parte de sus amigos. Fue entonces cuando Mercedes decidió pedirle prestado a el carnicero, el panadero, y los vendedores de verdura de la Colonia San Ángel, donde vivía, para poder alimentar a sus hijos.
Tanto así que evitó que Luis Coudurier, alcalde de la Ciudad de México en ese entonces, los corriera de su hogar. Mercedes habló por teléfono con él y le dijo que en seis meses le pagaría todo, a lo cual Luis le respondió “con su palabra me basta”.
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