“Ahí viene la buchona, vestida y a la moda. Sus uñas decoradas, su boca bien pintada. Ahí viene ya la plebe montada en su Cheyenne, con música de banda, corridos suene y suene”, recita la letra de una canción de Chuy Lizárraga llamada “La buchona”. Más allá de ser una canción más, demuestra tal cual un estilo, una cultura nacida del azote del narco en México.
El narcotráfico –lamentablemente– se ha arraigado tanto en ese país que prácticamente dio paso a una subcultura caracterizada, como otras, por un tipo de vestimenta, música, actitudes y manera de hablar: el estilo “buchón”.
Emma Coronel, esposa de Joaquín el ‘Chapo’ Guzmán –ambos encarcelados en Estados Unidos– es la personificación de ese estilo de vida: ropa, accesorios, viajes... todo marcado por un toque ostentoso que raya en lo absurdo. Y todo con la finalidad de presumirlo. En su entorno con los nombres gigantes de las marcas que se enfunden; para el resto del mundo a través de las redes sociales.
Se dice que el modo buchón nació en las montañas de Sinaloa, entre la jerga de los habitantes de esa zona y la veneración de la cultura del narco. Sus prioridades también son sus principales características: el poder que creen les da las armas, el dinero, camionetas llamativas... todo lo que demuestre que que tienen a manos llenas. Y por supuesto, entre los lujos que considera, está el whisky “Buchanas”.
Si bien el término “buchón” se popularizó en el territorio sinaloense, rápidamente se extendió por todo el norte del país, para referirse a los hombres dedicados al narco y adictos a exhibir sus ganancias por doquier.
Mientras que sus mujeres se empezaron a conocer como “buchonas”, también con estilos ostentosos, aunque lo de ellas son las cirugías estéticas para conseguir figuras voluptuosas y lucir rostros convencionalmente considerados perfectos. “El contexto donde esta feminidad es un símbolo de éxito es en la narcocultura mexicana”, señala Alejandra León en su tesis doctoral “La Feminidad Buchona: performatividad, corporalidad y relaciones de poder en la narcocultura mexicana”.
Pero no se queda solo en una manera de hablar o de vestir. La cultura buchona ha acompañado el azote de la violencia derivada del narcotráfico, y precisamente por la manera en que ven la muerte –castigo para los traicioneros y un medio para dejar claro el poder que se tiene– ha recrudecido la crisis de seguridad en el país.
Los narcocorridos son el himno de ese grupo social y son precisamente esas letras las que muestran cómo el la vida “buchona”. Son el narcomarketing de los cárteles, como el de Sinaloa, indica León Olvera. “Estas canciones fungirán como jingle para que identifiquemos a todas las figuras importantes de la organización, las formas de trabajo (incluidas las explícitas formas de ejecución), las armas que usan, las bebidas a consumir e incluso las formas de festejar y hablar”.
La violencia está inerte en esa cultura. Y es que para los “buchones” esta se vuelve un elemento de reafirmación personal. Los narcotraficantes entonces puede jugar un papel de bueno o de malo para esta cultura. Pero nunca dejan de lado el aspecto violento, porque es precisamente ese detalle en el que ellos ubican al poder.
Entonces, más allá de lo curioso que puede resultar el estilo de esta cultura, lo preocupante es cómo en su esfuerzo por demostrar que tienen una vida envidiable, muchas veces logran consolidarse como objetivos aspiracionales para una segmento importante de la población en México.
Y con eso, lejos de erradicar la violencia en un país seriamente marcado por cifras desorbitantes de asesinatos dolosos y feminicidios, las actitudes violentas se normalizan e incluso se vuelven atractivas, perpetrando la penosa tradición violenta que desde hace al menos dos décadas ensombrece el territorio mexicano.
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