Lucía Zárate: la vedette mexicana que triunfó en el mundo con apenas 50 centímetros

Durante su breve, pero intensa vida de trotamundos –murió a los 25 años–, triunfó en Europa, recibió el aplauso y la mano de la reina Victoria y la admiración de espectador del zar Nicolás de Rusia

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Lucía Zárate, la vedette mexicana
Lucía Zárate, la vedette mexicana más pequeña del mundo.

Medía 50,8 centímetros y pesaba 6,3 kilogramos. Suficiente para hacer de Lucía Zárate una de las “estrellas” mexicanas más cotizadas en el mundo, a finales del siglo XIX.

Su vida es un cuento corto que el escritor mexicano Jordi Soler hizo novela en su libro El cuerpo eléctrico (Alfaguara, 2016), en el que pudo llenar con imaginación los reglones en blanco de la vida de Zárate.

La historia de Lucía me gustó mucho porque está muy poco documentada, tiene grandes espacios para poder inventar, y cuando las historias son nada más que un apunte, como es el caso de Lucía, me parece que son el territorio perfecto para inventar una historia”, dice Jordi Soler en entrevista desde Barcelona, España, su lugar de residencia.

Su novela, hasta ahora, es la única puerta de entrada que hay en México para acceder a detalles de la vida de la famosa vedette, quien a los 12 años ya era reina de farándula en Estados Unidos.

Un libro más se escribió sobre ella en 2017: Lucía Zárate. The Odyssey of the World’s Smallest Woman, de Cecilia Velástegui, escritora ecuatoriana radicada en Estados Unidos, quien fue finalista de los premios Foreword Indies con esta que también es una novela.

Velástegui dice que llegó a ella al indagar sobre “mujeres pequeñitas”, después de haber visto en un castillo en Francia un antiguo retrato de una mujer diminuta “con el rostro cubierto de pelo” y el nombre de Antonietta González, originaria de las islas Canarias (España).

De regreso a California, con la ayuda de Tina Trang, bióloga de la Universidad de California en Irvine, la autora ecuatoriana buscó en archivos y encontró que mujeres “pequeñitas de proporciones normales” sirvieron de atracción en espectáculos “que incluían a personas con deformidades”. Así llegó a Lucía Zárate.

Jordi Soler no sabía de su existencia hasta que un día su amigo Sergi Pàmies, escritor también, se la reveló. “Me dijo Sergi: a ti que te gustan las historias torcidas, aquí tienes una de primera magnitud”.

La gota alquímica

Allí estaba el personaje: la liliputiense que desde su medio metro se levantó hasta las alturas de la fama y la fortuna, a partir de su presentación en la Exposición Universal de Filadelfia de 1876, que celebró la Declaración de Independencia de Estados Unidos.

Zárate fue un éxito desde
Zárate fue un éxito desde su aparición en Filadelfia, cuando tenia apenas 12 años.

Durante su breve, pero intensa vida de trotamundos –murió a los 25 años–, triunfó en Europa, recibió el aplauso y la mano de la reina Victoria y la admiración de espectador del zar Nicolás de Rusia.

Ganó la fama con un único acto: exhibirse. Aparecer en el escenario tal y como era en su vida cotidiana. No había más que mostrar que su singular estatura.

“Desde mi punto de vista y por lo que pude ver de ella, era un personaje más bien fantasmal, etéreo, como digo en la novela, que no tiene demasiada profundidad como personaje y tampoco muchos matices”, dice Soler.

Era una mujer no muy expresiva, a la que llevaban de un sitio a otro como atracción de circo y esto me obligó a estructurar la novela a partir de un manager que yo le inventé”.

En su libro ese manager se llama Cristino Lobatón, un político veracruzano convertido en empresario, ambicioso, que sabe explotar la carrera de Lucía y combinarla con el tráfico de opio, transportado en su propio ferrocarril por todo Estados Unidos.

En la vida real el destino artístico de Lucía estuvo en manos de un empresario estadounidense de nombre Frank Uffner, que a partir de su éxito en Filadelfia convenció a los padres de Lucía de exhibirla con éxito por el mundo.

Nada tienen que ver el personaje real con el imaginario, aunque ambos –en la novela y en la vida real– supieron gestionar muy bien la carrera de la pequeña vedette mexicana.

En el libro de Soler, Lucía es el pretexto alrededor del cual emerge “toda una tropa de personajes”, dice el autor. “Es la gota que desamarra la alquimia de toda una historia”. Y en esta, sin duda, Lobatón es el oro.

Una pequeña singular

Lucía Zárate nació en el año 1864, en la comunidad de San Carlos, estado de Veracruz, que hoy corresponde al municipio de Úrsulo Galván.

Hoy la casa que fue
Hoy la casa que fue de la familia Zárate es un museo.

Al dar a luz a aquella pequeña criatura de apenas 17 centímetros, los médicos no le dieron muchas esperanzas a sus padres, Fermín y Tomasa, personas de talla normal que procrearon otros tres hijos, uno también de corta estatura a quien llamaron Manuel.

Si Lucía pudo superar sus primeros y difíciles años, Manuel no resistió y “murió pronto de una enfermedad tropical”, escribe el mismo Jordi en un artículo publicado en el diario El País, titulado “Medio metro de estrella”.

Lucía con su madre Tomasa,
Lucía con su madre Tomasa, quien la acompañaba a las giras.

El crecimiento de Lucía se detuvo a entre los 5 y 7 años al alcanzar 50.8 centímetros de estatura. A los 17 años, con un peso de 2.1 kilos, quedó registrada en el récord Guinness como la “persona adulta más pequeña del mundo”.

Fue además la primera persona identificada con enanismo primordial osteodisplásico microcefálico Tipo II (Majewski Osteodysplastic), una enfermedad que afecta el crecimiento de la persona sin modificar sus proporciones físicas, con excepción de la nariz, que curiosamente sigue su crecimiento normal.

Jordi Soler cuenta que una nota periodística publicada en la prensa de Estados Unidos en 1876, a propósito de su presentación en Filadelfia, hace énfasis en su prominente nariz al describirla: “Su cabeza, del tamaño aproximado del puño de un hombre, está bien formada y tiene el pelo marrón y suave. Lo único que se sale de proporción es la nariz, que parece la de una mujer de tamaño normal. Tiene ojos negros brillantes, es inteligente y conversa, en la lengua de sus padres, con una graciosa vocecita”.

Lucía tenía 12 años. Ese mismo año se presentó en una exposición médica organizada por la Universidad de Oxford. Allí la examinaron varios profesionales de la medicina, quienes determinaron que su desarrollo dental era de una niña de seis años.

La estrella de circo

Al cabo de su rotundo éxito en Filadelfia, su familia conoció a Frank Uffner y dejó en sus manos la carrera artística de Lucía, a quien embarcó “en una gira maratónica” que la llevó “de feria en feria y de costa a costa”.

Algo similar ocurre en la novela con Cristino Lobatón, el personaje de ficción que lleva a Lucía de gira por Estados Unidos en un ferrocarril, el que aprovechará después para traficar con el opio de los chinos.

De vuelta a la historia real, Uffner ofreció a Lucía al famoso circo de PT Barnum, donde presentaba un acto llamado las “Hermanas de hadas” y compartía créditos con otro famoso liliputiense, el General Mite, con quien tuvo una relación de amor.

El General Mite, con quien
El General Mite, con quien Lucía vivió una historia de amor.

“En 1880, cuatro años después de su llegada a Estados Unidos, Lucía era la estrella del circo más importante del mundo”, escribe Jordi Soler.

Ese mismo año arrancó su gira por Europa con la Compañía Liliputiense de Ópera, como la bautizó Barnum, “con media docena de liliputienses con nombres de guerra gigantescos como English Little Lady Millie Edwards o Sam Sammy the Sumptuos Sum, que contrastaban con sus tamaños y, sobre todo, con el nombre del gigante chino que los acompañaba, un hombre de 2.30 metros de estatura que respondía al breve nombre de Chang”.

Lucía y el General Mite actuaban representado escenas hogareñas de la vida cotidiana con esporádicas entradas en escena de Chang, que acrecentaba todavía más la diminuta estatura de la pareja.

Durante aquella gira, Lucía recibió la invitación de la reina Victoria para reunirse con ella en una audiencia privada.  “…la diferencia de estaturas obligó a Lucía a subirse a una escalera de tijera para estar a la altura a la hora del besamanos, las caravanas y las genuflexiones”, narra Soler.

Después cautivó al zar Nicolás en Rusia, para quien agregó un número de kasatchok con el gigante Chang.

En 1889 The Washington Post la destacó como la “maravillosa enana mexicana” y la describe como “un pequeño pero poderoso imán para atraer al público”. Así fue a lo largo de su corta vida que llenó de lujos y comodidades.

La fama freak

Cuenta Jordi Soler que a en sus giras viajaba “con una asistente personal, una traductora, una cocinera, sus padres y alguno de sus hermanos de talla normal; a este séquito habría que agregar las cajas con ingredientes para preparar la comida que toleraba su frágil organismo, su extensa colección de joyas y los baúles donde guardaba su ropita mínima”.

Lucía Zárate fue rica y
Lucía Zárate fue rica y famosa hasta su muerte.

Era tan famosa, escribe, que hubo mafiosos que quisieron secuestrarla en tres ocasiones.

En 1884 Lucía regresó a Estados Unidos y renunció al circo de Barnum para montar su propia compañía y seguir con sus presentaciones por cuenta propia.

En 1890, a la edad de 25 años, Lucía Zárate murió. Viajaba en ferrocarril rumbo a San Francisco, acompañada de su familia, con rumbo a una nueva presentación. Una gran tormenta de nieve los sorprendió al cruzar las montañas y dejó aislado al tren durante 13 días.

La pequeña Lucía falleció de hipotermia, el 28 de enero de ese año, luego de padecer problemas intestinales por comer lo único que había: carne enlatada.

Hoy su vida queda envuelta en la ficción de un personaje que por su propia condición impuso límites a su autor. “Los freaks condicionaron la intensidad de la prosa”, dice Jordi Soler de su novela El cuerpo eléctrico.

Los freaks ya son muy imponente y eso me restaba libertad para escribir una trama tan enloquecida como yo la quería escribir, porque era cacofónico, ya era suficiente galería de los horrores para aderezarla con una prosa demasiado inflamada, como fue escrita esta novela en su origen”.

Pero su objetivo parece cumplido, porque Jordi quería “que todos estos actores del circo se vieran, que fuera una puesta en escena muy visual”.

Por fortuna, dice, hay fotografía de ella con los actores, con su manager y su pareja, y “eso me metió en un viaje tremendo por los sótanos del freakshow al que pertenecía Lucía Zárate. Una estrella que jamás sonrió en ninguna de las fotografías en las que aparece.

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