“Cuando en el futuro se revise la abundante historia delictiva mexicana, uno de los capítulos más gruesos será sobre el secuestro; el estado de Morelos aparecerá como primera cita y uno de los personajes principales será Daniel Arizmendi, El Mochaorejas, hombre de una crueldad que supera, a veces, la imaginación”.
Así lo describió el periodista Humberto Padgett en su reportaje y entrevista para Sin Embargo, “Daniel Arizmendi El Mochaorejas Soy Yo”, publicado el 10 de enero del 2014.
La historia de Arizmendi va más allá del sensacionalismo de la prensa. Aquella que lo bautizó y apadrinó con un nombre que quedó grabado en el colectivo de todos los mexicanos: un apodo que implica la mutilación de una parte esencial de un sentido del cuerpo humano.
El secuestrador nació en Miacatlán, Morelos, el 22 de julio de 1958. Junto con sus padres, Catarino Arizmendi y María López, y sus hermanos, Juan Ubaldo, Aurelio, y Diego, emigró a la Ciudad de México en 1967.
Vivían en la calle número Seis de la colonia San Juan Pantitlán, en la alcaldía Iztapalapa. Reprobó la prueba que tomó para ser admitido en la escuela y, a los nueve años de edad, repitió segundo de primaria en el instituto Juan de la Luz Enríquez.
Catarino era un hombre celoso y alcohólico que golpeaba a María constantemente. No obstante, los cuatro hermanos eran golpeados por ambos padres. Cuando Daniel tenía ocho años se divorciaron. Primero vivieron con la madre, pero después ésta los abandonó y regresaron con Catarino.
De acuerdo con Padgett, Daniel afirmaba que cuando María muriera no lloraría ante su cuerpo.
La familia se mudó a la calle Mario 101 en Ciudad Nezahualcóyotl. No terminó ni una de las dos secundarias a las que asistió, por lo que empezó a trabajar en el taller de Catarino. Con máquinas tejedoras de lana fabricaba gorras, abrigos para bebé y bufandas.
A los 20 años, Daniel Arizmendi conoció y se hizo novio de María de Lourdes Arias, quien estudiaba en ese entonces en la Escuela Nacional Preparatoria de Zaragoza de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM). Se casaron el 27 de agosto de 1977 cuando ella quedó embarazada de su primer hijo, Daniel.
Se conocían desde que Daniel tenía 10 años de edad, y desde ese entonces, se podían observar sus orejas enormes.
Daniel y Catarino eran similares: sin afectos hacia esposas e hijos, con una masculinidad frágil, alcohólicos, celosos, y violentos. Golpeó en repetidas ocasiones a María de Lourdes por acusarla de infidelidad. Tenía la fantasía de encontrarla con otro hombre en el hospital donde trabajaba.
Además de que ella tenía un empleo estable en el Instituto Mexicano del Seguro Social (IMSS) y él era incapaz de conseguir y mantener un trabajo.
La indiferencia se terminaba cuando golpeaba con violencia a su esposa y a sus hijos, quienes le preguntaban a su madre si su padre los quería.
Después de trabajos en otras fábricas, en la Secretaría de Marina, y como chofer particular y de transporte público, ingresó a la Policía Judicial de Morelos cuando tenía 26 años, recomendado por Aurelio, su hermano.
Estuvo solamente dos meses. Un detenido conocido como El Móvil, obeso y de piel blanca y a quien conoció en los separos del Ministerio Público, le enseñó cómo robar vehículos usando un desarmador y pinzas de presión.
Así comenzó su carrera delictiva. Escalando. Poco a poco.
Fue detenido por primera vez en diciembre de 1990 por la Policía Judicial del Estado de México. Encerraron a Aurelio a otros miembros de la banda criminal que había creado en el penal de Barrientos, en Tlalnepantla, pero después de empeñar una casa y conseguir dinero prestado, salió libre.
Comenzó a dedicarse al secuestro cuando una sobrina de su esposa le platicó que habían plagiado a una persona en la ciudad de Cuernavaca. Sus cautivadores habían exigido a la familia un millón de pesos.
Se dio cuenta de lo “fácil” que era y empezó a secuestrar con la misma banda con la que robaba automóviles: su hermano Aurelio, los hermanos Paz Villegas, Raciel El Rachi, Joaquín Parra Zúñiga, y un hermano de éste.
El primer secuestro que realizó fue el de Martín Gómez Robledo, dueño de una gasolinera. Lo trasladaron en una camioneta por la autopista México–Puebla a su casa de seguridad: el lugar también lo utilizaban como un refugio para guardar los vehículos robados.
Encerraron a Gómez Robledo desnudo en el baño, lo ataron de pies y manos, le vendaron los ojos, y no le dieron comida ni agua. Arizmendi exigió a la familia de la víctima un millón de pesos, pero como estuvo abierto a las negociaciones, terminó recibiendo 350 mil.
Al darse cuenta que el negocio no sería tan rentable si estaba dispuesto a negociar, El Mochaorejas comenzó a utilizar medidas más crueles. Durante su séptimo secuestro, le cortó una oreja a Leobardo Pineda, propietario de distintas bodegas en Ixtapaluca, Estado de México.
Su familia reprobó el hecho. No obstante, terminó pagando el rescate en su totalidad.
Daniel Arizmendi solía afirmar que tenía solamente un poco de humanidad. Así, halló la manera de conseguir el dinero que siempre había querido sin la necesidad de lanzar amenazas verbales o tener que persuadir a los familiares.
Solamente tendría que mutilar a sus víctimas y dejar su propia marca: concluyó que la oreja sería una parte del cuerpo espeluznante pero sutil y no tan perverso como cortar una pierna entera o un brazo.
“Yo creo que sí volvería a empezar. Aunque tuviera 100 millones de dólares lo volvería a hacer. Secuestrar era para mí como una droga, como un vicio. Era la excitación de saber que te la estabas jugando, que te podrían matar. Era como adivinar, ahora le corto una oreja a este cuate y va a pagar. ¡Y pagaban! No sentí nada ni bueno ni malo, al mutilar a una víctima; era como cortar pan, como cortar pantalones”, dijo en una entrevista, de acuerdo con el artículo “Un mal día en la vida de Daniel Arizmendi”, escrito por Carlos Monsiváis para Proceso en 1998.
“Cortar orejas era normal para mí, ni me daba miedo ni me daba temor. Como si fuera una cosa normal. Matar, secuestrar, todo es normal”, declaró.
No obstante, algo que tanto deseaba, la fama, se convirtió en un arma de doble filo: una pieza clave para su identificación, localización, y arresto, porque cada vez más víctimas lo señalaban y cada vez la gente hablaba más de él.
La banda de los secuestradores también perpetró asesinatos y burlas hacia las familias de los plagiados, por lo cual se propagó terror entre la población mexicana.
Su carrera delictiva terminó el 17 de agosto de 1998, cuando el grupo antisecuestros Yaqui, de la entonces Procuraduría General de la República e integrado por agentes policiacos de distintas entidades y del Centro de Investigación y Seguridad Nacional (Cisen), capturaron a Daniel Arizmendi, El Mochaorejas, y a toda su organización criminal.
El arresto ocurrió en las inmediaciones de Toreo Cuatro Caminos en Naucalpan, Estado de México. Incautaron 600 centenarios, 30,000,000 millones de pesos, y USD 500,000. Ese mismo día confesó haber asesinado a cuatro personas.
De acuerdo con el libro Devoted to Death: Santa Muerte, the Skeleton Saint, escrito por el académico estadounidense R. Andrew Chesnut, a través de todos los secuestros logró amasar una fortuna de hasta USD 40 millones.
Para su detención fue clave el previo arresto de su esposa y de uno de sus hijos, además de distintos cómplices.
A la banda del Mochaorejas se le atribuyen alrededor de 200 secuestros, entre los cuales están los de siete empresarios de España. Las conexiones y protección otorgada por altos mandos de la seguridad pública del país posibilitaron a Arizmendi extender sus operaciones a siete entidades federativas en el centro y sur de México.
El 22 de agosto del 2003 fue sentenciado a 393 años de prisión por los delitos de privación ilegal de la libertad en la modalidad de secuestro, delincuencia organizada, posesión de armas de fuego de uso exclusivo de las Fuerzas Armadas y homicidio.
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