Enero de 1993. En Ciudad Juárez, Chihuahua, aparecieron los cuerpos de Angélica Luna Villalobos y Alma Chavira Farel. Tenían 16 y 13 años, respectivamente. Las dos fueron asesinadas y abandonadas en predios. Alma fue encontrada el día 23 y Angélica, 48 horas después.
La era de los feminicidios en México había comenzado y su primer capítulo lo inauguraban “las muertas de Juárez”: las mujeres asesinadas en aquella ciudad fronteriza que desde hace 25 años apila los expedientes de cerca de 1,700 víctimas.
Desde entonces, el feminicidio es una sombra violenta que se extiende prácticamente a todos los estados del país, y es más oscura en entidades como Sinaloa, Veracruz, Oaxaca, Estado de México, Nuevo León y Ciudad de México, entre otros.
Sombra al fin y al cabo, el feminicidio se escurre en la oscuridad de las mediciones oficiales, porque resulta que no todos los homicidios de mujeres son considerados feminicidios –que implica combinar el crimen con los componentes de odio y género.
Pero la precisión para distinguir un feminicidio de un asesinato de una mujer tropieza con la impunidad. ¿Cómo saber cuándo hubo un componente de odio en el homicidio de una mujer si no hay investigación con resultados y la mayoría de los crímenes quedan sin responsable ni castigo?
Por eso, no concuerdan las cifras de homicidios de mujeres con feminicidios, que oficialmente comenzaron a contabilizarse en 2015 en las estadísticas del Sistema Nacional de Seguridad Pública.
La brecha es considerable y difícil de explicar si además se considera que el feminicidio no está tipificado como delito.
Por lo tanto, se habla aquí de un número redondo: México acumula, entre el 1 de enero y el 30 de noviembre del 2020, 860 presuntos feminicidios a nivel nacional. En el undécimo mes del año se sumaron 82 nuevos casos al total, informó este viernes el Secretariado Ejecutivo del Sistema Nacional de Seguridad Pública (SESNSP).
Y serían más si se considera que a la fecha hay como 9,000 desaparecidas. Pero la sola cifra de asesinadas significa el cupo completo de un estadio de fútbol como el de la Ciudad Universitaria, ubicado en el sur de la capital mexicana.
La mayoría de estos asesinatos están concentrados en el periodo de la guerra contra el narcotráfico, que comenzó el ex presidente Felipe Calderón en 2006 y mantuvo el gobierno de Enrique Peña Nieto de 2012 a la fecha.
Durante este periodo, el número de homicidios de mujeres escaló de 1.183 en 2006 a 2.642 en 2012, y llegó 3.324 en 2017.
De enero a julio del 2019 la cifra fue de 2,171 asesinatos, por lo cual el incremento para el 2020 fue de 3.1 puntos porcentuales o 69 casos más, todo a pesar de los meses por confinamiento ante la pandemia por COVID-19.
Sobre los 566 feminicidios registrados durante el 2020, la entidad federativa con más casos fue el Estado de México: ubicado en primer lugar, entre enero y julio, se contabilizaron 80 víctimas.
Narcotráfico y feminicidios
De Ciudad Juárez a Ecatepec, el feminicidio ha transitado casi de manera paralela por la ruta de la violencia y el crimen organizado, particularmente el narcotráfico, y el tráfico y la trata de personas.
El principio de los asesinatos de mujeres en Ciudad Juárez, por ejemplo, coincidió con el arribo de Amado Carrillo, “El Señor de los Cielos”, a la cúspide del cártel de Juárez, en 1993.
La ciudad, como territorio estratégico del trasiego de droga hacia Estados Unidos, se convirtió después en uno de los escenarios más violentos en México: por la ofensiva contra los cárteles que incluyó la militarización, y por la disputa de la plaza entre cárteles.
Sólo en la primera etapa de la guerra contra el narco, entre 2007 y 2010, Ciudad Juárez pasó de 300 homicidios a 3,000 y se convirtió en la más peligrosa del mundo, según los datos del Consejo Ciudadano para la Seguridad Pública y la Justicia Penal, AC.
Durante aquel periodo de violencia escalada, nadie se dio abasto. Ni siquiera los productores de bolsas de cadáveres. “Pedíamos como mil al mes y nos decían: no tenemos tantas porque no sólo eres tú. También está Monterrey, Durango, y no tenemos la capacidad”, recuerda Héctor Hawley, quien se desempeñó como jefe de peritos de la Fiscalía Especial para la Investigación de Homicidios de Mujeres.
Con el asesinato de mujeres ocurrió algo similar. En 2001, Juárez tenía una lista de 31 mujeres asesinadas y el número ascendió a 306 en 2010, de acuerdo con los datos de la Procuraduría General de la República (PGR) y la Comisión Nacional para Prevenir y Erradicar la Violencia contra las Mujeres (Conavim).
Impunidad y omisión
Desde entonces, la investigación de los feminicidios en México ha tropezado con la inoperancia de un sistema de justicia donde predomina la impunidad. Pero hay casos que rompen la norma.
Durante su paso por la Fiscalía Especial para la Investigación de Homicidios de Mujeres, entre 2003 y 2007, Héctor Hawley se dedicó a elaborar protocolos periciales para los crímenes de mujeres.
“Necesitábamos que los policías resguardaran la escena, que no la contaminaran”, dice el perito criminalista. Así, organizó todas las evidencias de los delitos contra mujeres acumuladas en el Servicio Médico Forense de Ciudad Juárez.
Pero un día, de pronto, le dieron la orden de quemar toda la evidencia. Hawley no lo podía creer. Allí podía haber evidencia útil, le argumentó a sus superiores. Le respondieron con la instrucción de fotografiar para elaborar un archivo. Pero en la fiscalía no había cajas ni presupuesto para comprarlas, de modo que fue a los supermercados y las tiendas de conveniencia a pedir que se las regalaran.
“Rescatamos evidencias genéticas que datan de 1993, pero sólo de mujeres. No pude rescatar más porque no me dejaron”.
Por fortuna, dice, muchas de esas evidencias se incorporaron entre 2004 y 2005 a los laboratorios de genética forense. En cambio, todo lo que correspondía a los hombres y otros eventos fue desechado y dejado en una fosa en el panteón.
La experiencia de Hawley como perito en la investigación de crímenes de mujeres se repite en todo el país, a pesar de normas y protocolos de investigación para indagar casos de feminicidio.
El acecho de los cárteles
La experiencia de Juárez se repitió en otras partes del país. Allí donde operan los cárteles o las bandas criminales, las mujeres se convierten en víctimas y botín de guerra. O como dijo alguna vez la socióloga colombiana Tania Correa, en un territorio de conquista que sirve para escarmentar al oponente a través de sus parejas, sus hijas, sus hermanas.
“Algunas de las jóvenes secuestradas, (los cárteles) las convierten en amantes de los jefes o como juguetes sexuales de la tropa con altas posibilidades de ser asesinadas y a otras las envían directamente a la prostitución”, describe Sanjuana Martínez, escritora y cronista, autora del libro La frontera del narco.
Entre 2010 y 2012, cuando la violencia del narcotráfico se elevó a una temperatura que el país no había conocido, el Observatorio Ciudadano Nacional del Feminicidio, una organización civil integrada por una red de agrupaciones de mujeres, documentó la muerte por violencia sexual de 4,112 mujeres y la desaparición de 7,088.
En su momento, la coordinadora de esta organización, María de la Luz Estrada, dijo que esos casos podían estar relacionados con los llamados “levantones del placer”, es decir, con el secuestro de mujeres a manos de narcotraficantes que las utilizan para su explotación sexual.
“Comenzaron en el norte, pero es obvio que se han extendido en todo el país y nos tomaron por sorpresa”, dijo entonces Bárbara Ybarra, fundadora de la organización Buscamos a Nuestras Hijas, tras el rapto y asesinato de su hija Gabriela Arlene Benítez.
Gabriela desapareció en Xalapa, capital de Veracruz, el 13 de julio de 2011, cuando salió de su casa para hacer ejercicio. Su cuerpo apareció tres meses después en un campo baldío con la cabeza separada y sin brazos. No se supo si hubo violencia sexual porque la policía cremó el cuerpo sin autorización de su familia y sólo informaron que había muerto por asfixia.
Bárbara afirmaba entonces que con la llegada de los “Zetas” a Veracruz habían comenzado las desapariciones de muchachas, “pero no lo relacionamos hasta que los padres nos conocimos y sacamos conclusiones, pues por ninguna había pedido rescate”.
El secuestro y asesinato de mujeres a manos de las bandas de narcotraficantes es un tema todavía silencioso en México. Sin embargo, ocurre.
En agosto del 2017 la policía rescató en Carichí, municipio de Chihuahua, a 13 mujeres –5 de ellas menores de edad– secuestradas por integrantes de grupo criminal Gente Nueva, brazo armado del Cártel de Sinaloa.
Las autoridades informaron de su rescate y de la detención de los responsables, pero nada explicaron sobre las circunstancias en que esas mujeres habían sido privadas de su libertad.
Ecatepec, la pesadilla revivida
En el recorrido del feminicidio en México hay tantas rutas que es imposible recorrerlas todas en un solo viaje. Habrá que adelantar el trayecto hasta Ecatepec, Estado de México, reciente escenario del “Monstruo Feminicida” detenido en la colonia Jardines de Morelos.
El caso, escandaloso por tratarse presumiblemente de un asesino serial, deja atrás la recurrente historia de violencia que viven las mujeres en el Estado de México, donde murieron asesinadas 463 mujeres en 2017 y sólo 64 de esos casos fueron considerados feminicidios.
Ecatepec es el epicentro de los asesinatos de mujeres en el Estado de México, desde hace al menos 8 años, cuando se descubrió en 2012 el llamado “tiradero de mujeres”, a partir de la desaparición y asesinato de una joven de nombre Dulce Cristina, de 17 años.
Hombres armados se la llevaron de las puertas de su casa junto con su novio, una noche de enero de 2012. Apareció después abandonada en el “tiradero de mujeres”, de la colonia Hank González.
Las autoridades detuvieron a tres hombres como presuntos responsables del asesinato de Dulce y su novio, pero su padre siempre reclamó que detrás del crimen estaba La Familia Michoacana, que entonces dominaba en el Estado de México. Nadie le hizo caso.
El asesinato de Dulce quedó enterrado bajo los escombros de aquel terreno que las autoridades convirtieron después en una reserva ecológica. El tiempo, sin embargo, no disipó la pesadilla de los feminicidios en Ecatepec, que ahora revive en un monstruo de carne y hueso.
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