El nombre de Raya Kiselnikova aparece en la lista de desertores de la KGB, la agencia de inteligencia y espionaje soviética.
Ella desertó en México en 1970, por una razón: había conocido a un hombre en México y no quería volver a su país. Pero las personales circunstancias que la llevaron a tomar la decisión se convirtieron en un intrincado entuerto de espías, que desencadenó una crisis diplomática entre los gobiernos mexicano y soviético, y que tuvo como fondo la intervención de la Agencia Central de Inteligencia estadounidense (CIA, por sus siglas en inglés).
Esta es la breve historia de Raya Kiselnikova, reconstruida a partir de los legajos que guarda el Archivo General de la Nación en México y de libros que abordan las actividades de espionaje estadounidense en México. Una anécdota apenas que retrata las intensas actividades de inteligencia de estadounidenses y soviéticos en territorio mexicano, en la frontera de los convulsos años 60 y 70.
Una noche de amor que terminó en deserción
Durante toda la Guerra Fría, México fue un norte estratégico del espionaje en la región, como lo describieron Everette Howard Hunt y Greg Aunapu en su libro American Spy: My Secret History in the CIA, Watergate, and Beyond.
Howard Hunt, agente de la CIA que vivió en la Ciudad de México en la primera mitad de la década de los 50, se refirió en ese libro a las intensas actividades de espionaje y contraespionaje que ocurrían en la capital del país, ante los ojos del gobierno mexicano.
Describió a la Ciudad de México como una “especie de versión Latinoamericana de Casablanca: una gran ciudad llena de ideologías en conflicto, con agentes provenientes de distintos países espiándose los unos a los otros; alzamientos campesinos con grandes negocios tratando de controlarlos; tráfico de armas, tráfico de drogas; lavado de dinero; personas escondiéndose; personas buscando personas escondidas; y todas las demás permutaciones de una lucha de poder internacional apenas imaginable”.
En la capital mexicana, la CIA tuvo una de sus más importantes oficinas en el mundo, mientras los soviéticos hicieron de su embajada en este país el más importante centro de espionaje en América Latina, de acuerdo con Patrick Iber, profesor de historia en la Universidad de Texas en El Paso y autor de Neither Peace nor Freedom: The Cultural Cold War in Latin America.
Al estar acreditados como personal de la embajada de la URSS en México, los espías soviéticos de la KGB gozaban de inmunidad diplomática para operar con cierta holgura.
Por instrucción del gobierno soviético, Raya Kiselnikova se trasladó a México como traductora asignada a la oficina comercial de la embajada, el 4 de julio de 1968. Su llegada al país coincidió con el inicio del movimiento estudiantil y una fuerte campaña anticomunista azuzada desde el gobierno del entonces presidente Gustavo Díaz Ordaz.
Raya tenía 32 años, era viuda de un científico nuclear soviético, hablaba 4 idiomas de manera muy fluida y era una excelente secretaria, de acuerdo con el testimonio del libro Portrait of a Cold Warriot, de Joseph B. Smith, un agente de operaciones encubiertas que también vivió y trabajó para la CIA en México y que conoció de cerca el caso de aquella joven soviética.
De su pasado se sabía que había nacido en Moscú y procedía de una familia encarcelada y deportada por el régimen de José Stalin, acusada de anticomunismo y rehabilitada en 1959. El antecedente importa porque, en aquellos días, era motivo suficiente para que Raya estuviera bajo particular vigilancia de los servicios secretos de su país.
En cualquier caso, como medida de seguridad y como ocurría con todos sus empleados, la embajada le retiró su pasaporte y documentos personales al momento de concluir su trámite migratorio en México.
Ella, como el resto de los empleados soviéticos de la embajada en México, tenía prohibido relacionarse con personas de otras nacionalidades. Pero Raya desobedeció: durante sus solitarias visitas a museos, había conocido a un joven mexicano de origen español, Francisco Lurueña, que la invitó un fin de semana a Cuernavaca.
El 13 de diciembre de 1969, Raya accedió y no llegó a dormir a la embajada. El domingo que regresó a la Ciudad de México fue sometida a interrogatorio para que “confesara” con quién había pasado la noche.
La joven se negó a responder las preguntas de Oleg Netchiporenko, el segundo secretario consular, a quien la Dirección Federal de Seguridad, la policía política mexicana, identificaba como un agente encubierto de inteligencia. En realidad era responsable de contrainteligencia de la rezidentura, como se llamaban las estaciones de la KGB en el extranjero.
A las insistentes preguntas de Nechiporenko, la joven traductora respondía con la misma negativa: “No puedo decirlo”.
El telegrama que liberó a Raya
Años después, en una entrevista con el periodista mexicano Pascal Beltrán del Río, Netchiporenko recordó el episodio que terminó con su expulsión del país y la crisis diplomática entre México y la Unión Soviética.
Le contó que descubierta la ausencia de Raya, la mandó llamar para preguntarle por los motivos.
“Nechiporenko estaba consciente de los peligros que aguardaban a sus colegas afuera de esos cuatro muros. Al oficial de contrainteligencia Pavel Yatskov, la tentación lo tocó un día de pesca, en Puerto Escondido, donde recibió una carta, escrita en ruso, en que la CIA le ofrecía cambiarse de bando, y se comprometía a entregarle medio millón de dólares y darle la ciudadanía estadounidense como pago por su información”, escribió Beltrán del Río.
Cita además los casos de dos bailarines del Bolshoi, un miembro del Circo de Moscú y un oficial de la GRU (inteligencia militar), quienes también habían sido tentados en México.
“Los dos primeros habían caído en la red, uno en Guadalajara y otro en la capital, atraídos por sendas mujeres. Por eso, la salida subrepticia de Raya no podía ser tolerada. Menos aún cuando se negaba a revelar dónde y con quién había estado”, relató el periodista durante la entrevista que tuvo con el ex agente soviético en 2007.
Según la versión del espía soviético, Raya argumentaba que había dormido con un colega de la embajada, a quien no quería comprometer.
Después ella, al pedir asilo en México, declaró ante las autoridades que “la presionaron para que dijera con quién había salido fuera de la ciudad, sospechando que por sus antecedentes políticos, hubiera proporcionado alguna información indebida”, según constan en el expediente del caso que guarda el Archivo General de la Nación.
No había más que discutir. Raya sería enviada de vuelta a Moscú de manera discreta, sin despertar sospechas de los motivos de su salida.
Dos meses después, en febrero de 1970, todo estaba previsto para que Raya volviera a la URSS. El plan era el siguiente: aprovechar la visita de la selección soviética a México, que jugaría un partido amistoso con la selección nacional en el estadio Azteca, con rumbo al Mundial de Futbol de ese año, y después embarcarla en el avión con el equipo de su país rumbo a Alemania oriental con el pretexto de que sirviera de traductora.
Desde Moscú llegó el visto bueno a través de un telegrama que por error cayó en manos de Raya, quien se dio cuenta de la trampa. “Habíamos decidido mandarla a la fregada”, le dijo Nechiporenko a Beltrán del Río, 37 años después de aquel episodio.
Raya no dudo en su decisión. Buscó a Lurueña para que la ayudara a huir de su departamento, ubicado en el número 133 de la calle Montes de Oca, en la colonia Condesa, muy cerca de la embajada soviética en la Ciudad de México.
Desde el escándalo de su escapada, Raya había estado sometida a una estricta vigilancia. Una noche, sin embargo, pudo burlar a sus guardias y salir corriendo con rumbo a la Secretaría de Gobernación para pedir asilo.
Horas más tarde llegó Nechiporenko con otros dos agentes soviéticos para denunciar el “secuestro” de Raya. Según el espía, la encontró en un cuarto rodeada por personal de la DFS.
En la entrevista publicada en el diario Excélsior en 2007, Nechiporenko recordó: “Me puse a hablar con ella. Estaba llorando. Le dije que no tenía nada qué temer, que todo se iba a arreglar. Creo que la estaba convenciendo cuando nuestro embajador cometió una imprudencia: llamó a todo el personal de la embajada para que se presentara en Gobernación. Cuando ella vio llegar al chofer de un oficial de inteligencia militar, un hombre temible, se asustó. En ese momento, los agentes de la DFS me dijeron que el tiempo de la entrevista se había terminado”.
De acuerdo con los archivos mexicanos, un funcionario de Población careó a Raya y Nechiporenko y finalmente le otorgó a ella la protección del gobierno mexicano.
El pretexto de la expulsión y la crisis
El 4 de marzo de 1970 Raya Kiselnikova apareció ante los medios, en el hotel Vista Hermosa. En su conferencia de prensa aseguró que no podía soportar más vivir bajo el régimen soviético y denunció que Oleg Nechiporenko la tenía bajo constante vigilancia.
De aquel episodio, Joseph B. Smith escribió en Portrait of a Cold Warrior: “Las autoridades mexicanas estaban felices de entregárnosla (a la CIA) y olvidarse de ella”.
Kiselnikova se convirtió después en informante de la agencia estadounidense sobre las actividades de la KGB en México. A cambio, la trasladaron a Acapulco, le consiguieron un empleo como secretaria en un lujoso hotel y logró que la KGB le perdiera la pista.
Nechiporenko aseguró en la entrevista que en realidad “ella no sabía mucho, porque trabajaba en la oficina comercial, aunque sí conocía los nombres de quienes trabajábamos en la embajada; pero lo importante para el enemigo era la posibilidad de atribuirle información que había obtenido por otros medios”.
Smith concede razón a Nechiporenko en su libro. Escribió: “El principal uso que hicimos de la información de Raya fue hacerla pública para avergonzar y hostigar a los oficiales de la KGB en México. En la jerga de inteligencia, a eso le llamamos quemar. El oficial de la KGB que decidimos quemar con el fuego más caliente fue a Oleg Nechiporenko”.
En su testimonio narró que el espía ruso “había sido un blanco de reclutamiento por muchos años, pero sin que tuviéramos éxito. Como no lo podíamos reclutar, aprovechamos la deserción de Raya para darle amplia difusión al hecho de que fuera un oficial de la KGB e inventamos la historia de que había sido un importante instigador de las revueltas estudiantiles en 1968”.
La versión de la CIA sobre Nechiporenko encontró buenos oídos en el gobierno mexicano, que de por sí ya lo consideraba uno de los más hábiles y peligrosos agentes de la KGB en América Latina.
Se distinguía porque hablaba un español fluido y sin acento y en su contra pesaban las acusaciones de reclutar a jóvenes mexicanos para formarlos en la Universidad Patricio Lumumba de Muscú y alentar la organización de grupos guerrilleros que operaron en los años 70.
El gobierno mexicano quería deshacerle de él y la oportunidad llegó en noviembre de 1970. En aquellos días, al parecer, Oleg Nechiporenko irrumpió en la casa de una mexicana de nombre Cristina Aguirre Martínez, relacionada sentimentalmente con un asilado soviético, Guenadi Vostrikov, a quien la KGB seguía en México.
La DFS aprovechó el incidente para expulsarlo del país, acusándolo además de haber alentado desde la embajada soviética la formación de grupo guerrillero cononcido como Movimiento de Acción Revolucionaria (MAR).
Junto con Oleg, el entonces canciller Emilio Rabasa expulsó a cinco diplomáticos de la embajada soviética en México, quienes abandonaron el país el 21 de marzo de 1972.
¿Y qué fue de Raya Kiselnikova? Según Nechiporenko, “nos enteramos de que se había vuelto drogadicta, pero nada más”.
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