Cuando obtuvo su libertad en 1976 por un indulto del entonces presidente Luis Echeverría, la Cámara de Diputados le rindió un homenaje por considerarlo un ejemplo de readaptación social al aprenderse durante su estancia en prisión el Código Penal y convertirse en abogado incluso de otros internos.
Gregorio Cárdenas Hernández, mejor conocido como El estrangulador de Tacuba, asesinó a cuatro mujeres menores de edad entre agosto y septiembre de 1942. Sus víctimas fueron una compañera de la carrera de ciencias químicas y 3 prostitutas. Con ellas primero tuvo relaciones sexuales y después las ahorcó y enterró en el jardín de su casa.
Además, a su última víctima, su novia Graciela Arias, la había violado repetidas veces cuando yacía ya muerta sobre la cama. Estos detalles causaron revuelo entre quienes leyeron la noticia; pues aunque se conocían ejemplos de violencia de género y de necrofilia, éstos siempre se relacionaban con individuos semificcionales (Jack el Destripador, Barba Azul, el Vampiro de Dusseldorf, etcétera)
El multihomicida nació en la Ciudad de México en 1915. Alfonso Quiroz Cuarón, padre de la criminología mexicana, determinó que Goyo Cárdenas desarrolló su conducta homicida a causa de una encefalitis en su niñez, misma que ocasionó una infección en el sistema nervioso central, destruyendo tejido no reproducible.
En su libro El caso del estrangulador el doctor Quiroz Cuarón relata el caso de Goyo, quien desde joven gustaba de torturar y matar pollos o conejos, además que padecía de enuresis y vivía una relación enfermiza con Vicenta Hernández, su madre.
Sin embargo, pese a estas condiciones, demostró tener un alto coeficiente intelectual y fue un alumno destacado desde su educación básica.
A los 27 años se encontraba realizando estudios de Química en la Universidad Nacional Autónoma de México y, debido a su alto desempeño estudiantil, obtuvo una beca de Petróleos Mexicanos (PEMEX) para continuar con su formación académica y colaborar con la empresa paraestatal.
Siempre se resaltó que era un notable estudiante, un empleado rentable, un hijo que cooperaba en los quehaceres domésticos y repartía su sueldo entre su madre, su novia y Sabina González Lara, muchacha con la cual se había casado clandestinamente dos años antes de cometer los asesinatos. Se podría decir que Gregorio era demasiado productivo: una vez terminado su día laboral y sus tareas domésticas se dedicaba a pintar, tocar el piano, hacer experimentos químicos.
En 1942 confesó sus crímenes luego de que su madre lo internó en un hospital psiquiátrico.
Preso en Lecumberri, Goyo fue un personaje singular en la cárcel: asistió a clases de psiquiatría, recibía visitas familiares, sostenía relaciones con las enfermeras, tenía licencia para salir cuando quisiera e incluso plantó un arbolito en su celda.
En un hecho sin precedentes, en 1976 el presidente Luis Echeverría le otorgó el perdón público. Y lo llevó ante el Congreso de la Unión donde fue recibido como un “héroe” por el hecho de representar “un caso claro de rehabilitación”. Para indignación de muchos, el feminicida fue reconocido en San Lázaro como “inspiración para los mexicanos”, y lo ovacionaron de pie.
Tras su liberación, ingresó a la entonces Escuela Nacional de Estudios Profesionales Aragón, de la UNAM, donde cursó la licenciatura en Derecho. En 1992 se tituló con la tesis Insuficiencia de nuestra legislación en la inimputabilidad por ausencia o disminución de capacidad mental.
A Gregorio Cárdenas se le considera el primer asesino en serie mexicano en buena medida porque representa una nueva suerte de delincuente. Este tipo de criminal que podría denominarse anacrónicamente como el “homicida yuppie” (conocido hoy día gracias a casos reales como el de Ted Bundy y obras ficcionales como Psicópata americano de Bret Easton Ellis) era completamente inédito en el México de los años cuarenta.
Buena parte del interés suscitado por sus crímenes tenía que ver con su relación con las diferentes empresas estatales, con su posición socioeconómica, su alta inteligencia y con su sentido de individualidad no habitual en la época.
Días después de su liberación, con voz pausada y muy tranquilo, Cárdenas comentó que el régimen penitenciario de su época ha sido el más humano de la historia del país, pue se apreciaba que “hay un verdadero interés por quienes han delinquido, para tratar de rehabilitarlos”.
Murió a los 85 años en Los Ángeles, California, donde fungía como abogado.
MÁS SOBRE ESTE TEMA: