Veintitrés de septiembre de 1846. Los regimientos de los Rifleros de Mississippi, Tennessee y el este de Texas, comandados por el general Zachary Taylor, asaltan la ciudad de Monterrey por su costado oriente y hostilizan las tropas del general Pedro Ampudia hasta las últimas líneas de defensa.
La ciudad se vuelve escenario de innumerables y parciales combates cuerpo a cuerpo entre mexicanos y estadounidenses. Por todas partes se escuchan detonaciones de rifles, fusiles y cañones. Espadas y bayonetas se hunden en los vientres enemigos.
Cuenta la leyenda que ese día, en el último recinto defensivo, recorría las filas mexicanas de combate, entre el humo y la sangre, una mujer de bello aspecto que repartía pan, vino y todo lo que hiciera falta a los exhaustos combatientes. Los cronistas de la época cuentan que dio de beber a los soldados, consoló a los heridos y alentó a los últimos que quedaron de pie.
“<i>¡Fuego, muchachos! ¡Fuego, buena puntería! ¡a ellos! viva México!... ¡allá voy! un momento... ¡allá voy! ¡no desperdiciar un solo tiro... ¡Viva México! ¡Viva la patria! ¡Viva Monterrey!</i>”, fragmento de<i> Episodios Militares Mexicanos.</i>
Heriberto Frías, José María Roa Bárcenas, David Alberto Cossío...fueron varios los historiadores y escritores que describieron aquel episodio histórico: “animó y municionó a la tropa”, “logró infundirles ánimo de lucha”, “inyectó nuevos alientos a los defensores”.
El nombre de aquella mujer que destacó por su valor y determinación en la Batalla de Monterrey: María Josefa Zozaya.
Aunque no fue la única que destacó en el campo de batalla, el hecho de que haya sido la única mujer mencionada en la obra Apuntes para la guerra entre México y Estados Unidos, publicada en 1848, contribuyó a su notoriedad, además de que pertenecía a una familia distinguida, a diferencia de las combatientes anónimas que también participaron en la batalla, algunas de las cuales perdieron la vida en las calles de la ciudad.
Orígenes de Chepita
La heroína de Monterrey nació el 12 de octubre de 1822 en San Carlos, Tamaulipas, hija de Don Cristóbal de Zozaya y Doña Gertrudis Valdez. Vivió los primeros 23 años de su vida en un pueblo de Tamaulipas ubicado a cincuenta kilómetros de la frontera con Nuevo León. Su padre fue un importante hacendado, por lo que tuvo una infancia privilegiada.
Su abuelo, el capitán Juan Miguel de Zozaya (de apellido navarro), emigró a México y se estableció en Villa Real de Borbón; fue gobernador de la provincia Nuevo Santander en dos ocasiones (1786 y 1789) y logró amasar una importante fortuna en tierras y dinero. Al morir en 1798, todo pasó a sus hijos; entre ellos el padre de Josefa.
Poco se sabe de la infancia de Chepita, como la apodaban sus padres y sus hermanos mayores Vicente, José Francisco Javier y María Francisca de Paula. Lo único comprobable es que su madre murió cuando ella tenía trece años.
María Chepita fue descrita más de una ocasión como una mujer atractiva. A los dieciocho años se casó en la parroquia de su pueblo con Manuel Urbano de la Garza Flores, un viudo de veinticuatro años que provenía de una importante familia con mucha tradición en Nuevo León y Tamaulipas.
Sus dos hijas, Juana Romana del Refugio y María Trinidad, nacieron en Villagrán. En 1845 ella y su familia decidieron dejar la vida rural y se mudaron a Monterrey. Al llegar se hicieron rápidamente con una enorme mansión situada casi enfrente de la catedral de la ciudad, que con el paso de los años se convirtió en el Hotel Continental.
María y su esposo probablemente llegaron a la ciudad buscando mayor prosperidad y seguridad, pero al poco tiempo se toparon con el escenario opuesto.
La Batalla de Monterrey
Las previas dificultades con Texas y la posterior admisión de ese territorio a la Unión Americana condujeron invariablemente a la guerra entre México y Estados Unidos. Los primeros conflictos armados sucedieron en los márgenes del Río Bravo.
Después de la desastrosa derrota de Palo Alto, donde los cañones americanos barrieron las filas mexicanas sin que estas pudieran vengarse con sangre enemiga, la igualmente malograda Resaca de Guerrero y la evacuación de Matamoros, el ejército estadounidense amenazó gravemente a la Sultana del Norte.
El 22 de septiembre de 1846 las tropas del general Taylor atacaron el Cerro del Obispado -al poniente de la ciudad-, que apenas fue sostenido por 200 hombres y tres piezas de artillería al mando del teniente coronel don Francisco Berra, quien inútilmente solicitó refuerzos al general Ampudia, pues llegaron muy tarde.
Con aquel triunfo los americanos se convirtieron en una potencial y fuerte amenaza para Monterrey, pues tenían tomado el camino del Saltillo, que permitía a las fuerzas mexicanas comunicarse con el resto de la República.
Apenas hubo tiempo para poner en marcha las obras de defensa: se edificaron fortines en la periferia, se levantaron murallas de contención, se cavaron trincheras en las bocacalles, se construyeron parapetos sobre los techos de las casas y se abrieron aspilleras o aberturas en las paredes para asomar los mosquetes de los francotiradores.
Naturalmente todas estas circunstancias causaron pánico entre la población. El miedo a quedarse atrapados en medio de una sangrienta batalla hizo que muchas familias abandonaran la ciudad y buscaran refugio en otros poblados.
No fue el caso de Josefa Zozaya. Voluntariamente tomó la decisión de quedarse y ayudar al Ejército del Norte en lo que este requiriera. Su casa terminó convirtiéndose en un punto estratégico importante del plan de guerra de Ampudia. Se sabe que fue ocupada por las tropas gracias a su visión privilegiada desde las alturas.
Al amanecer del día 23 “ya se había abandonado la primera línea y reconcentrado en la última toda la fuerza, que quedó reducida al pequeño recinto de la Plaza de Armas, blanco de las bombas y granadas”, escribió un oficial mexicano.
Los soldados mexicanos apostados en las azoteas aledañas, incluyendo los que se encuentran sobre la casa de Chepita, respondieron a las descargas de los rifles Withnfield de los experimentados rifleros de Mississippi.
Cuando las balas y las municiones comenzaron a escasear, y los ánimos de los soldados amenazaban con decaer, Josefa Zozaya subió voluntariamente a cada azotea que pudo llevando pólvora, nuevos proyectiles, alimentos, agua... y todo lo que pudiera hacer falta para resistir la embestida. Más de una ocasión la rozaron las balas enemigas.
Aquella muestra de valor y toma de iniciativa, según los historiadores, terminó por entusiasmar a los combatientes que ya se asumían derrotados.
Zozaya no solo apoyó a las tropas en el punto más álgido del conflicto, también se ofreció como parlamentaria para negociar la retirada del 25 de septiembre, cuando las derrotadas tropas mexicanas evacuaron la plaza de Monterrey.
Un año más tarde contrajo matrimonio con Manuel de la Garza Flores, pero cuatro años después él cayó súbitamente enfermo y a los pocos días murió “de una extraña fiebre”. Después se casó con don Juan Manuel de la Garza y Flores, su antiguo cuñado, y con él tuvo una niña llamada Elena.
María Zozaya murió el 17 de octubre de 1858 en Tamaulipas.
“Noble matrona, personificación hermosa de la patria misma”, llegó a decir sobre ella Guillermo Prieto, uno de los primeros cronistas de guerra.
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