“Inició a las ocho de la noche, con la aparición de unas veinte parejas de rancheritos, [...] A las doce de la noche se presentó el coloquio o concilio de los diablos principales. Dos horas más tarde se anunció la presentación de una ‘obra de teatro’ sobre la historia de Adán y Eva. Como a las tres de la mañana aparecieron otras tantas parejas de pastores que cantaron villancicos al Niño Dios, después se presentaron nuevamente los rancheros [...] Se siguieron así varias secuencias de acción corporal, danzas, cantos, representaciones, hasta las doce del día”, así resumió la doctora Elizabeth Araiza Hernández una pastorela tradicional en Comachuén, Michoacán.
Las pastorelas, como ejercicio tradicional navideño son tan variadas como la gastronomía del país. Pero la distinción principal, propone la doctora en Estética, Ciencias y Tecnología por la Universidad de París 8 en su texto “El arte de actuar varias realidades particulares”, es entre las pastorelas urbanas y las pastorelas de las comunidades rurales.
Las primeras tienen una tradición cultural muy definida y una estructura específica. Las segundas sí son teatro, escribe la etnóloga, pero son una representación que no está limitada a los confines físicos de espacios como escenarios o foros, ni a los límites temporales de las dos horas que dura una función.
Las pastorelas rurales en México, describe el artículo de la revista Relaciones, no pueden ser entendidas sólo en el contexto de la representación decembrina. Son procesos comunitarios presentes en acciones rituales y preparativos que existen a lo largo del año (una comparación holgada puede ser la preparación para el Viacrucis de Iztapalapa).
Sin embargo, aunque haya diferencias, los temas principales persisten. La doctora Araiza Hernández identificó dos: la aparición de los diablos y la adoración del Niño Dios.
Son estos temas los que revelan el origen de la representación. De acuerdo con los registros históricos de los frailes Franciscanos, los indígenas del Valle de México solían llevar a cabo una representación tipo teatral llamada “Adoración de los reyes”. Estos religiosos aprovecharon el formato para usar el acto como herramienta de evangelización.
Pero, al ubicar la adoración en el contexto de la Natividad, y no de otro período de la vida de Jesucristo, los frailes también tomaron la decisión de usar un texto poético que la Península Ibérica cantaba desde la Edad Media, las pastorelas.
Estos textos, como poemas, eran uno de los “tipos” de historia que los trovadores usaban para entretener e informar en la Europa medieval. Por lo general, eran textos con múltiples diálogos entre campesinos. Los versos debían ser entretenidos y divertidos, para entretener a la audiencia que, muchas veces se identificaba con los personajes.
A causa o en consecuencia de esa identificación, las órdenes religiosas consideraron que eran textos efectivos para explicar el mensaje navideño de la Religión Católica. En ese contexto didáctico, adquirieron la estructura de advertencia (los diablos que representan los pecados van a tentar a los campesinos) contra éxito (ellos vencen la tentación y llegan al Portal de Belén para adorar al niño).
Con el tiempo, las pastorelas mexicanas dejaron de ser una herramienta de catecismo para convertirse en un ejercicio de identidad religiosa comunitaria. Ya no era la figura del fraile, o maestro, enseñando a los indígenas, o alumnos, sino la de vecinos, compañeros de escuela y amigos, uniéndose para contar una historia sobre la religión más popular del país.
En los últimos años, las pastorelas volvieron a experimentar una transformación de identidad. Dentro de un México que, poco a poco, se ha vuelto más consciente del valor de sus tradiciones, la pastorela navideña fue revalorizada de nuevo. Esta vez, como patrimonio cultural del país.
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