Es conocido que Teotihuacan tuvo un cierto control hegemónico político y económico sobre buena parte de la región de Mesoamérica. Durante mucho tiempo la idea más compartida entre los historiadores sostenía que el crecimiento y la expansión política sobre las regiones occidentales se había logrado al modo de ‘una barredora militar’.
Sin embargo, nuevos estudios realizadas por la investigadora del Centro del Instituto Nacional de Arqueología e Historia (INAH) de Querétaro, Fiorella Fenoglio Limón, y el director del proyecto Tlalocan de la Zona Arqueológica de Teotihuacan, Sergio Gómez Chávez, parecen indicar que en realidad esta hegemonía era mantenida a partir de las relaciones comerciales y no de la guerra.
Cuando los españoles conquistaron el espacio (habitado por un grupo de pueblos étnica y lingüísticamente diversos) que hoy se conoce como México, saquearon las ciudades, y destruyeron las ciudades. Sobre las ruinas de los grandes edificios mesoamericanos se irguieron los cimientos de las nuevas ciudades coloniales. Deliberadamente se buscó destruir a las cosmovisiones mesoamericanas y, para conseguirlo, quemaron todos los códices y documentos escritos indígenas que cayeron en sus manos.
Una consecuencia de esto es que la gran mayoría del pasado mesoamericano nos es desconocido. Los más doctos historiadores del periodo tienen álgidos debates sobre la naturaleza política y económica de las culturas originarias.
Esta nueva información, que rompe con los paradigmas historiográficos, fue expuesta de manera virtual en el V Coloquio de arqueología de Michoacán y sus áreas vecinas, se expuso la existencia de diásporas comerciales financiadas por las élites medias de la antigua metrópoli.
La arqueóloga antes mencionada afirmó estar convencida de que “la política exterior de los teotihuacanos se sustentó en territorios discontinuos, es decir, no se expandían como una gran mancha de conquista, sino que habrían creado diásporas de su metrópoli en las regiones comerciales que más les interesaban”.
Las investigaciones comprueban que existieron diásporas, es decir grupos de habitantes procedentes de Teotihuacan, que vivían en las metrópolis de otras culturas que eran de su interés económico. Estas eran financiadas por las élites económicas y su función consistió en mediar el comercio entre los pueblos. Estas diásporas vivían en barrios específicos de las metrópolis extranjeras. Los edificios que habitaban tenían rasgos arquitectónicos propios de Teotihuacan y diferentes a los de la metrópoli en la que se encontraban.
La influencia cultural entre Teotihuacan y las otras metrópolis de la región no era unilateral. Formaba parte una relación de intercambio recíproco. En excavaciones realizadas en diversos sectores del sitio también conocido como la “Ciudad de los Dioses”, se han identificado sepulturas fúnebres cuyas características no corresponden a las tradicionales de esta civilización, sino que son producto de influencia de otros pueblos.
Los descubrimientos arqueológicos que han apuntado a este importante cambio de paradigmas histórico consisten en que se han hallado fragmentos cerámicos de diversos tamaños en cinco sitios arqueológicos, en los que había influencia política y comercial teotihuacana, estas antiguas metrópolis se encuentran en lo que actualmente se conoce: El Rosario, Peñitas, La Negreta, San Bartolo Agua Caliente y Santa María del Refugio.
Puntualizando la importancia económica y política del este mesoamericano el arqueólogo Gómez Chávez comentó: “En tiempos prehispánicos, el occidente debió ser una fuente importante de recursos. Por eso sostenemos un enfoque de tipo económico, y diferimos de quienes plantean que el interés de Teotihuacan en la región buscaba una imposición ideológica en ella”.
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