El término whitexican volvió a convertirse en tendencia en las redes sociales de México.
“A ti debería bloquearte por whitexican”, fue el tuit que puso el tema en la mesa, de nueva cuenta. Lo escribió una periodista mexicana en respuesta a un blogger.
Cientos de usuarios se expresaron en contra del mensaje, argumentando que el concepto es racista. También hubo unos más que aseguraron que había incongruencia.
Pero aunque el tono denostativo fue bastante explícito, el término ‘whitexican’ no es racista.
”Whitexican” y el mito del racismo inverso
‘Whitexicans’ es el término que se ha popularizado últimamente para hacer referencia a los mexicanos blancos (white+mexicans) que supuestamente gozan de cierto privilegio tácito otorgado por su estatus social. No se refiere literalmente a las personas de piel blanca sino a ese conjunto de actitudes de los sectores más adinerados y privilegiados de la sociedad que, precisamente por su estatus, no han sido menospreciados o discriminados, o nunca les ha sido negada alguna oportunidad o servicio por su color de piel o su posición social.
“Una cosa es tener la piel blanca y otra cosa es la blanquitud. La blanquitud son las costumbres, las maneras; desde qué como, qué visto, qué lugares visito; qué consumo, cómo lo consumo... Va más allá de eso, pero digamos que es como un estilo de vida, una cultura”, comentaba el actor Tenoch Huerta –quien se ha convertido una voz activa sobre temas de racismo en México– en una entrevista para el grupo de Facebook AFROMÉXICO, donde precisamente explicó que en el país hay gente morena con mucho dinero, pero están blanqueados; “asumen la blanquitud como el único medio posible de empoderamiento social”.
Desde que se popularizó la palabra whitexican, han sido muchos –famosos y desconocidos– quienes se han pronunciado en su contra, considerandola racista, discriminatoria. Precisamente son quienes han sido considerados así, whitexicans.
Entonces sale a relucir también otra expresión bastante común hoy en día: el racismo a la inversa, que –se supone– hace referencia a un supuesto ataque que reciben los privilegiados por haber nacido en una vida llena de privilegios, valga la redundancia. Un “ataque” de los oprimidos a los opresores, por decirlo de alguna manera.
Por ejemplo el director de cine mexicano Michel Franco, quien el pasado octubre aseguró que el término withexican, con el que se han referido a él y a varias de sus películas, es “profundamente racista”: “Alguien que acusa de racismo y está creando esos términos, está siendo profundamente racista”, recriminaba.
Pero el racismo a la inversa simplemente no existe.
La Real Academia Española define racismo como: “Exacerbación del sentido racial de un grupo étnico que suele motivar la discriminación o persecución de otro u otros con los que convive”.
El Consejo para Prevenir y Erradicar la Discriminación de la Ciudad de México (Copred) considera que el racismo “es el odio, rechazo o exclusión de una persona por su raza, color de piel, origen étnico o su lengua, que le impide el goce de sus derechos humanos. Es originado por un sentimiento irracional de superioridad de una persona sobre otra”.
Y la Convención Internacional sobre la Eliminación de todas las Formas de Discriminación Racial de la Organización de las Naciones Unidas (ONU), primer artículo define racismo como: “toda distinción, exclusión, restricción o preferencia basada en motivos de raza, color, linaje u origen nacional o étnico que tenga por objeto o por resultado anular o menoscabar el reconocimiento, goce o ejercicio en condiciones de igualdad, de los derechos humanos y libertades fundamentales en las esferas política, económica, social, cultural o en cualquier otra esfera de la vida pública”.
A nivel internacional, el caso de George Floyd, el hombre afroamericano que perdió la vida a manos de un policía blanco de Minnesota en Estados Unidos el pasado mes de mayo, es un claro ejemplo de racismo. En México los casos abundan, desde los más graves hasta los cotidianos: abuso policial en contra de indígenas; negación de servicios públicos a personas por su origen étnico; trato distinto en negocios, centros de trabajo o lugares de ocio por tener un tono de piel moreno.
En 2019 Oxfam México publicó un estudio llamado: “Por mi raza hablará la desigualdad”, en el que arrojaba datos como: 1 de cada 3 personas de tez blanca pertenece al 25% del sector más rico del país, 103% más que las de tez oscura; es 43% más probable conseguir un empleo prestigioso y bien remunerado si se tiene piel blanca.
Pero, más allá de ser nombrados whitexicans –cabe insistir– las personas consideradas bajo esa descripción no han vivido una discriminación sistemática. Es decir, no hay casos en los que alguien blanco –o blanqueado–, con un nivel socioeconómico privilegiado, haya sido perseguido solo por su origen o su posición social o su color de piel. Tampoco es un sector que tenga que preocuparse porque su apariencia u origen les afecte para conseguir algún servicio o les signifique ser indiscriminados en el trabajo o cualquier otro lugar. O un caso como el de Floyd, dificilmente se concibe que le pasa a alguien de características whitexicans.
Entonces tenemos que la indignación de este término, podría explicarse más en el enojo de ciertos sectores a los que de pronto les hacen evidente su situación de privilegio e, incluso, su racismo tan normalizado.
Huerta se expresaba en ese sentido al decir que decirle a alguien que es racista, pareciera que es un insulto, “y si además esa reflexión viene de una persona que es racializada, entonces es como ‘pinche resentido’, ‘eres racista con los blancos’ (...) Si lo dice alguien racializado entonces ya eres resentido. Si eres negro, morado, verde, amarillo, rojo... el color que sea, y dices ‘es que hay discriminación con el rojo’, entonces eres un resentido. Y si un blanco dice ‘hay discriminación contra el rojo, el negro, el amarillo, el morado’ el blanco no tiene autoridad para hablar. Entonces no hablemos del tema”.
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