El presidente el “proclive a enunciar realidades que sólo existen en el discurso”.
Al día siguiente de que México superara los 100 mil fallecidos por COVID-19, Andrés Manuel López Obrador, no sólo aseguró que no cambiarían su estrategia para enfrentar la pandemia porque, dijo, estaba funcionando, sino que utilizó el espacio en cadena nacional para leer un comentario hecho por un usuario de Facebook, atacando la publicación que realizó El País con respecto a la mala respuesta del gobierno federal a la emergencia sanitaria.
“Los estragos sociales son y serán mayúsculos y no se pueden ni se podrán ocultar”, dice José Woldenberg en el capítulo “Las Pulsiones antidemocráticas” del libro Balance Temprano, editado por Grano de Sal y coordinado por Ricardo Becerra y él mismo. Ahí, anticipa que el humor social será “más agrio, más pesimista y más doliente”, mientras que el sistema democrático corre el riesgo de erosionarse, e incluso, desaparecer.
Para ejemplificar la peligrosa concentración del poder en un solo hombre que, en palabras de Guillermo O’Donnell, debilita “el entramado institucional” y lleva “a una fórmula de procesamiento de las decisiones no solo apresurada, sino caprichosa y por ello, a la larga, ineficiente”, Woldenberg menciona los siguientes acontecimientos:
1. El INE frenó las cartas enviadas a los beneficiarios de créditos firmadas por AMLO, pues el artículo 134 de la Constitución establece que la propaganda de las instituciones estatales en ningún caso puede ser “personalizada”.
2. López Obrador intentó cambiar la Ley Federal de Presupuestos y Responsabilidad Hacendaria para poder modificar el presupuesto él mismo, invadiendo facultades de la Cámara de diputados.
3. En lugar de fortalecer el Sistema Nacional Anticorrupción (SNA), que se creó en el sexenio pasado, fue congelado al tiempo que el presidente declara que “a mi me pidió el pueblo que yo cuidara el presupuesto... y no voy a permitir que nadie se robe el dinero”.
La vuelta al híperpresidencialismo
Hace unos meses, tras la entrada de la pandemia en nuestro país, el gobierno de López Obrador emitió un decreto mediante el cual se recortaba el 75% del presupuesto de las partidas de materiales, suministros y servicios generales para toda la administración pública federal, un recorte “parejo” sin un análisis previo, mucho menos pormenorizado de las tareas y recursos necesarios para cumplirlos. Para José Woldenberg, esta fue la muestra de la inexistencia del respeto o conocimiento de la labor que realizan esas instituciones y, en cambio, dejaba claro el desprecio de la presidencia hacia los organismos que son “fruto de largos años de trabajo y dedicación” que cumplen tareas fundamentales. “Un método bárbaro fruto del capricho”.
Para Woldenberg, “la sociedad no es un ejército ni una iglesia”, y es fundamental que se escuchen los intereses diversos, pues es en la pluralidad en donde “radica parte de la superioridad de la democracia sobre otros regímenes de gobierno”. Por lo que el riesgo de que el gobierno federal, aparentemente, desee que su voz sea equivalente a la verdad revelada, es alto. Sobre todo, cuando “el presidente aparece como vocero casi único del gobierno. Los secretarios (casi) no participan del debate público”.
Tras la Revolución, que se conmemoró apenas este 20 de noviembre, la creación del partido único y la intención de contar un Ejecutivo fuerte, dieron como resultado el “híperpresidencialismo” o “presidencialismo extremo”, en el que la figura presidencial era “el árbitro de la nación, el supremo guía del país, el receptáculo de los sentimientos de la patria”, que ejercía facultades constitucionales y metaconstitucionales, como apuntó en su momento Jorge Carpizo.
Este ejercicio del poder quedó obsoleto para la segunda mitad del siglo pasado cuando “México y su diversidad no podían reconocerse en una sola voz que, por inercia, deriva en autoritaria”. Sin embargo, para el exfuncionario del INE, Andrés Manuel “añora aquella presidencia concentradora y vertical”.
“Al parecer, ensueña Ejecutivo todopoderoso, sin contrapesos institucionales y sociales, porque cree que él encarna la voluntad popular y quienes se le oponen sólo pueden hacerlo desde posiciones ilegítimas”.
Muestra de ello es que, cada vez que se refiere a los órganos constitucionales autónomos, López Obrador “los trata como si fueran innecesarios (además de costosos) y tampoco esconde su animadversión por los otros poderes constitucionales, las organizaciones de la sociedad civil, los medios de comunicación, los partidos políticos o cualquier comentarista, cuando no se encuentran alineados a sus designios y proclamas.”
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