Roban, extorsionan o están involucrados en el narcomenudeo. Niños o adolescentes. Son parte de una generación a la que se le cerraron todas las puertas, menos una: la de la violencia generalizada del país. Del seno del narcotráfico y de las pandillas, a las prisiones juveniles, donde siguen siendo víctimas, ahora de la violencia institucional, malos tratos y remota esperanza de rehabilitación.
Les llaman los “Incorregibles". Según el experto en seguridad nacional, Oscar Balderas, dependiendo de la zona donde se escuche sobre ellos, ese mote cambiará: algunos los identifican como los “Malcriados” o los “Correcaminos”.
Para ellos —la mayoría niños— robar, vender drogas, vigilar, secuestrar, extorsionar, obedecer órdenes del grupo criminal la Unión Tepito es reconocido como su “trabajo”.
De acuerdo con Balderas, la primera vez que los trabajos de inteligencia de la policía capitalina dieron con ese brazo “desarmado” fue en 2018, cuando en un expediente detallado describieron en forma sucinta el hallazgo hecho por casualidad: un niño de unos 13 años olvidó su mochila en Plaza de Santo Domingo en el Centro Histórico de la Ciudad de México.
Preocupado, puso a sus compañeros a buscarla, pero los agentes la encontraron primero. Dentro hallaron unos papeles recortados torpemente, de unos diez centímetros cada uno. En ellos, se leía: “Guarde este mensaje como comprobante de que usted ya cumplió con la 'Empresa’ y la 'Empresa’ cumplirá con usted”.
De acuerdo con Balderas, esas hojas eran los “seguros de vida” de los comerciantes de la zona, que durante mucho tiempo han sido víctimas del negocio ilícito de la Unión: el cobro de piso.
Aquellos papeles tenían un costo de 2,000 y 5,000 pesos y amparaban a los dueños de los negocios de ser golpeados o hasta asesinados. Cuando los policías descubrieron los impresos, supieron que ese niño con uniforme escolar era quien cobraba las extorsiones.
El hallazgo destapó otros detalles. Los Incorregibles eran niños y niñas de hasta 10 años que hacían labores que los líderes de la Unión les enseñaron a manera de juego, como silbar de un cierto modo si llegaba la policía. Fungían como “halcones” (o vigilantes).
Los incorregibles, a diferencia de sus “maestros” criminales, no tocaban las puertas de los locales a cachazos ni eran violentos, al contrario, según las denuncias de los comerciantes, decían “por favor” y “gracias”, “eran niños buenos haciendo travesuras”, describe Balderas.
Centro Histórico, cementerio de la Unión Tepito
Niños, adolescentes, emergen de la extrema vulnerabilidad y violencia. Victimarios a veces, víctimas siempre, participan —de manera obligada o voluntaria— en delitos de alto impacto: narcotráfico, homicidio, secuestro, extorsión. Historias de pobreza y abandono, donde la fuga efímera a las armas, el dinero y las drogas no fue una elección, sino la única manera de sobrevivir.
El pasado 1 de noviembre, dos niños, de 12 y 14 años, fueron hallados descuartizados en el centro de la Ciudad de México. La policía encontró sus restos cuando un hombre los transportaba en una carretilla.
Héctor y Alan, dos menores de origen mazahua, habían desaparecido el 27 de octubre. Según la fiscalía, la última vez que se les vio fue en Eje Central, una vía que comunica el sur con el centro.
El periodista y escritor Héctor de Mauleón ha advertido que un hombre se llevó a los niños en moto. Él y otros reporteros de nota roja como Carlos Jiménez, apuntan en varias informaciones que la desaparición de los niños coincide con varios asesinatos y disputas entre dos grupos delictivos con presencia en Ciudad de México: la Unión Tepito y la Fuerza Anti Unión.
Según sugieren los expertos, los niños trabajaban para un integrante de la Unión que recientemente se había cambiado de bando y que fue asesinado un día antes de la desaparición.
El hallazgo ha confirmado una realidad incómoda de ver, pero que no puede ocultarse: la violencia en la capital mexicana se ha recrudecido.
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