Blanca todavía era una niña cuando ingresó a las filas del crimen organizado. Tenía 13 años y había crecido en el Estado de México, una de las entidades más violentadas e inseguras del país. Su trabajo al interior de la organización era sencillo: acercarse a los jóvenes que los sicarios del cártel iban a “levantar”. Ella los dirigía a un bar, los embriagaba y los entregaba en el lugar que le indicaran.
Luego de emborrachar a la víctima, Blanca le decía que “ya se había aburrido y quería salir a comprar algo”. Ella siempre escogía lugares como una farmacia o un Oxxo para llegar a pie. Su pago era de 10 mil pesos por cada persona que entregaba. Terminó secuestrando, pero ella se sincera y señala que empezó levantando y prostituyendo. “Ya no preguntes, es dinero y ya”, decía Blanca cuando su madre la cuestionaba sobre cómo obtenía el dinero.
Al norte de México se encuentra Damian, un niño que fue vendido por su madre a los 6 años, por lo que gran parte de su infancia la vivió en un basurero del estado de Tamaulipas. A los ocho años lo reclutan Los Zetas y lo usan para robar niños, esto para posteriormente vender sus órganos en el mercado negro.
A partir de ese momento, Damian perdió el registro de cuánta gente había asesinado. Cuando fue detenido no sabía la fecha de su cumpleaños ni sus apellidos, así que en la Fiscalía le asignaron un nombre. Las autoridades le tuvieron que hacer un peritaje de los dientes para conocer su edad. El crimen organizado lo utilizó para matar, secuestrar, disolver cuerpos en ácido y torturar rivales.
Narra que a los nueve años las drogas lo ayudaban a no tener hambre. De la marihuana pasó al cristal, las pastillas y terminó con la cocaína. Su sueldo como informante era de 5 mil pesos a la quincena. A los 14 años ya había hecho de todo en el mundo del narco.
La historias de Blanca y Damian, al igual que las de otros niños, se encuentran documentadas en “Un sicario en cada hijo te dio”, libro publicado por la editorial Aguilar y escrito por Saskia Niño de Rivera, Mercedes Castañeda, Fernanda Dorantes y Mercedes Llamas.
A través de testimonios, la obra brinda explicaciones para comprender por qué las niñas y niños del país se enrolan en el crimen organizado, esto ante la ineficacia de las dependencias de gobierno, la indiferencia social y la corrupción de las corporaciones policiacas. Para realizar esta investigación, las autoras tuvieron que visitar prisiones de Tamaulipas, Nuevo León, Guerrero, Jalisco, Estado de México y Ciudad de México.
En entrevista con Infobae México, Saskia Niño de Rivera explica que, el involucramiento de las niñas, niños y adolescentes con conductas delictivas, está directamente vinculado con la vulneración de sus derechos humanos, de su desarrollo en entornos complicados dentro de comunidades violentas o criminógenas, así como de la falta de oportunidades y marginación social.
“Son diversos factores, no hay una fórmula exacta para saber qué es lo que los orilla al crimen organizado. Lo que te puedo decir es que son niñas y niños que han normalizado la violencia desde una edad muy temprana, que vienen de contextos marginados y no necesariamente en un tema de pobreza, sino en un tema de afecto, ausencia materna y paterna en sus hogares. También tuvimos casos de niños donde sus padres o tutores directos han estado entrando y saliendo de la cárcel, además de las adicciones, un factor de alto riesgo en estos jóvenes”, señaló Niño de Rivera.
La psicóloga, especialista en reinserción social, indica que en estos casos “no estás hablando del niño ratero que quería tenis de marca o que deseaba dinero fácil, hablamos de niños que están inmiscuidos en delitos de alto impacto”. Mediante modelos de reinserción, Niño de Rivera ha descubierto que los menores tienen que pasar por procesos complejos que los hacen perder su capacidad de empatía, esto para poder realizar la clase de tareas que les piden.
De acuerdo con las conversaciones que tuvieron las especialistas con los menores, las organizaciones criminales han construido “universidades del crimen” en las que se les enseña a los adolescentes a cometer cierto tipo de delitos.
“En estos lugares se les forma como sicarios, se les enseñan tácticas israelíes y a las mujeres se les brinda el conocimiento necesario para poder transportar droga a través de su cuerpo. El adiestramiento puede tener una duración de hasta 3 meses e incluso estos sitios tienen nombres como si fueran centros educativos, uno de ellos se le denomina la ‘Escuela de Dámaso’, como el famoso narco”, sentencia Niño de Rivera.
Un reporte de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos (CIDH), publicado en 2017, señala que el número de jóvenes que se encuentra trabajando para el crimen organizado asciende a los 30 mil, pero la especialista estima que en la actualidad podría ser una cantidad que rebase los 75 mil niños sicarios.
En 2011, la Red por los Derechos de la Infancia en México (REDIM) reveló que la carrera delictiva de los menores es corta, pues se estima que su promedio de vida es de diez años, muchos de ellos tienen dos salidas: la cárcel o la muerte.
Los cárteles Jalisco Nueva Generación (CJNG) y del Noroeste, además de otros grupos criminales, han logrado consolidar sistemas de reclutamiento porque no hay suficientes políticas públicas para mejorar la situación de los jóvenes en el ámbito escolar, económico y laboral.
Saskia Niño de Rivera indica que la lógica de los grupos criminales consiste en “si me matan a uno consigo a otro”, por lo que se va construyendo una visión de una juventud desechable, es decir, “vivir rápido y morir joven”.
Otro factor que favorece al crimen organizado, cuenta Niño de Rivera, es el tratamiento distinto que le dan las autoridades a los delitos cometidos por menores de 18 años, respecto a los mayores de edad. En la práctica, un adulto puede pasar de 20 a 50 años en prisión por un homicidio, mientras un joven pasa como máximo una pena de cinco años bajo una medida privativa de la libertad.
Niño de Rivera asegura que es difícil hablar de “combatir el narcotráfico” cuando se tiene un problema de adicciones y de salud. “Para construir paz no podemos hablar de guerra, yo creo que tanto la de Felipe Calderón, como la de Enrique Peña Nieto y Andrés Manuel López Obrador son estrategias de seguridad reactivas y no preventivas, hemos dejado de apostar por la prevención en México y eso es peligroso”.
La también cofundadora de la organización civil Reinserta reconoce que nuestro país no tiene el hábito de realizar prácticas de reinserción que incidan en los factores de riesgo que llevan a niños y a niñas al crimen organizado.
“Para alcanzar una prevención del delito real, primero se debe ir al fondo, conocer las causas para entender nuestra situación. Fuimos una sociedad ausente, en el desarrollo y en la protección, ya que son niños que han sido vendidos, prostituidos y adictos desde los 10 años de edad. ¿Dónde estábamos como sociedad mientras pasaba todo esto”.
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