Con el sensible fallecimiento del mexicano José Mario Molina Pasquel y Henríquez, ganador del Premio Nobel de Química 1995, muchos personajes de la vida pública de México e instituciones de renombre internacional han manifestado su pésame por la pérdida de una de las figuras más significativas de la ciencia en el mundo.
El presidente Andrés Manuel López Obrador, el rector de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), Enrique Graue y la doctora Claudia Sheinabum Pardo han expresado sus más sinceras condolencias por el deceso ocurrido este miércoles 7 de octubre; sin embargo, una de las más simbólicas despedidas a Molina Pasquel y Henríquez fue la emitida por la Academia Mexicana de Ciencias, pues refirió a un pasaje del libro Mis Amigos de El Colegio Nacional, donde se puede leer un momento emotivo de la vida del ingeniero egresado de la UNAM, pues narra el episodio que vivió durante su infancia en el que se enamoró de la ciencia, particularmente de la química.
“Yo era un niño común y corriente… Con mis amigos me gustaba jugar a las canicas y a las escondidillas…Un día que estaba enfermo y no fui a la escuela, se me ocurrió hacer agua podrida. Puse una lechuga dentro de un recipiente con agua, y me esperé hasta que oliera horrible. Luego saqué una gotita para observarla en el microscopio. ¡Fue un gran descubrimiento ver la cantidad de vida que había en una gota de agua!”, indica la prosa del Nobel mexicano.
Este sencillo contacto con la química determinó el camino de quien haría una gran investigación en torno a la afectación que sufre la capa de ozono por los medios de producción y consumo industrializados. Actualmente, en los niveles básicos de educación se enseña a las niñas y niños a que existe un hoyo en la capa de ozono y, a partir de este punto, se especifica los riesgos generados por el desequilibrio en los gases con efecto invernadero y la polución excesiva de CO2 al exterior, todo esto es gracias al trabajo de un grupo de científicos entre los que destaca la participación del mexicano.
En la misma redacción del libro, se explica que el entonces niño manifestó un interés mayor por la ciencia y que gracias a la ayuda de una tía, pudo desarrollar sus aptitudes.
“A partir de ese día, gracias al microscopio, pude entrar a otros mundos que me parecieron fascinantes…Por suerte tenía una tía muy generosa, que era química, y que me sugería experimentos y me llevaba a comprar los reactivos y los recipientes a farmacias del Centro Histórico”, cierra el fragmento citado en el comunicado de la AMC.
Mario Molina nació el 19 de marzo de 1943 en la Ciudad de México y estudió ingeniería química en la máxima casa de estudios del país. Su trabajo más reconocido es la participación que tuvo en materia ambiental, pues junto con Paul J. Crutzen y Frank Sherwood Rowland, recibió la mayor distinción en ciencia en la década de los 90 por sus descubrimientos en el daño a la capa de ozono en la Antártida.
Molina Pasquel, después de graduarse como ingeniero químico de la UNAM en 1965, continuó sus estudios en la Universidad de Friburgo en Alemania, donde pasó casi dos años investigando sobre cinética de polimerizaciones (una manera de sistematizar el conocimiento que se tiene del mecanismo de reacción). Entre 1967 y 1968, pasó algunos meses en París y en la Ciudad de México. En 1968 ingresó al programa de doctorado en fisicoquímica de la Universidad de Berkeley, California.
El impacto del hijo de Roberto Félix Molina Pasquel, embajador de México en Etiopía, sigue manifestándose en investigaciones contemporáneas pues, desde la década e los 70, el mexicano mostró un gran interés en los daños ecológicos generados por los sistemas de explotación y producción industrializados.
En 1974 fue autor, junto con F.S. Rowland del artículo original en el que predijo el adelgazamiento de la capa de ozono como consecuencia de la emisión de gases industriales, los clorofluorocarburos con lo que ganó el Premio Nobel de Química.
Sus investigaciones y publicaciones sobre el tema lo condujeron al Protocolo de Montreal de las Naciones Unidas, lo que sería el primer tratado internacional que ha enfrentado con efectividad un problema ambiental de escala global y de origen antropogénico.
El paso del ingeniero mexicano por las instituciones educativas es amplio. En 1989 fue profesor investigador del Instituto Tecnológico de Massachusetts (MIT); en 2005 de la Universidad de California en San Diego; también fue miembro destacado de El Colegio Nacional (México) y de la Pontificia Academia de las Ciencias.
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