La historia del narcotráfico en México no puede entenderse sin Juan Nepomuceno Guerra, cuyo nombre ocupa las primeras páginas de los anales del contrabando en el país.
Comenzó su carrera criminal como traficante de licor y tabaco en la década de 1930, hasta que controló toda la actividad de contrabando así como los bares de la zona fronteriza de Matamoros, en el estado de Tamaulipas.
Juan y sus hermanos Arturo y Roberto contrabandearon tequila, whiskey y cerveza a territorio estadounidense. A Texas llevaban alcohol, prohibido entonces en Estados Unidos por la Ley Volstead, y de allá traían dólares y diversos productos por encargo, como electrodomésticos y llantas.
Cuando la ley seca fue derogada en 1933, Juan Nepomuceno incursionó en nuevas actividades de contrabando como controles en casas de apuestas, trata de personas y robo de automóviles.
Su vínculo con el poder político local era tal que Roberto, su hermano menor, formó parte del gabinete estatal del gobierno de Práxedis Balboa, y el hijo de éste llegó a ser alcalde de Matamoros en 1984. Una de sus características es que siempre se presentaba como un hombre de negocios.
Fue hasta mediados de la década de los setenta que la organización criminal de Juan Nepomuceno incursionó en el tráfico de drogas. No lo había hecho anteriormente porque la idea le generaba dudas, pues consideraba que ese negocio los pondría en la mira de la Agencia de Control de Drogas estadunidense (DEA), pero al final terminó aceptando la propuesta de su sobrino y protegido Juan García Ábrego, fundador del Cártel del Golfo, bajo ciertas condiciones.
La primera fue su rechazo a participar directamente en las negociaciones con los cárteles colombianos, tarea que delegó a su sobrino; y segundo, sólo permitiría utilizar las redes de transporte y de protección gubernamental para mover las drogas, pero no intentaría recuperar cargamentos decomisados ni indagaría lo que pasaría con ellos.
No pasó mucho tiempo para que este nuevo negocio probara ser altamente redituable y se convirtió en la actividad predominante del grupo delictivo, a tal grado que se le empezó a llamar el Cártel de Matamoros por sus vínculos con los cárteles colombianos.
Antes de morir de causas naturales, el 12 de julio de 2001, a la edad de 86 años, le concedió una pequeña entrevista al reportero de The New York Times, Sam Dillon, en 1996, en la que dio su versión de todo lo que se decía en torno a sus negocios. Esa entrevista fue retomada en la segunda temporada de la serie de Netflix “Narcos México”, en la que el personaje de Juan N. Guerra aparece como clave en la caída del “Jefe de jefes”, Miguel Ángel Félix Gallardo.
La entrevista, fechada el 9 de febrero, se realizó luego que su nombre salió insistentemente en los periódicos por la detención de su sobrino, Juan García Ábrego, en Houston, Texas, durante una operación relacionada con el tráfico de cocaína.
Guerra aseguró al reportero que no era un traficante, sino sólo un ciudadano común. “Ve a hablar con el presidente o con un general o alguien importante”, aseguró el hombre, quien para ese momento ya se encontraba en silla de ruedas.
El periodista no pasó por alto que uno de los guardaespaldas del anciano sonrió cuando le dijo: . “Los periodistas escriben mentiras sobre mí… Solo soy un hombre trabajador. No fumo, no bebo y no canto”.
Dillon describió a Guerra como un bandolero cauteloso que supo construir su fortuna a través del comercio de armas, la prostitución y otra serie de actividades ilegales. Era el “patriarca de una dinastía criminal a lo largo de la frontera entre México y Texas”.
Ramón Antonio Sampayo, quien en esos años era alcalde en Matamoros, lo describió como una “leyenda”, lo cual no resultaba extraño, ya que los informes de inteligencia de Estados Unidos, lo describían como un hombre con gran influencia política.
Un informe de inteligencia estadounidense citado por el NYT señala que Guerra crió a su sobrino Juan robando autos antes de dejarle el control de su organización. “El ascenso de García Abrego a la cima del mundo de las drogas fue ayudado por dos factores”, dice el informe, uno de ellos es su alianza con el cartel colombiano de Cali. Su otro boleto para el éxito, dice, fue “la influencia política de su tío, Juan N. Guerra, un antiguo líder del inframundo de Matamoros”.
El reportero incluso lo comparó con Carlo Gambino, un mafioso de Nueva York, ya que ambos tenían restaurantes que gozaban de mala reputación.
Guerra se había casado con Gloria Landeros, una bella cantante que visitó Matamoros con un road show. La pareja tuvo tres hijos, pero un día, un actor y un viejo amigo de su esposa la visitaron, y en una furia celosa, el narcotraficante mató a la mujer, y aunque fue detenido, lo liberaron después cuando se determinó que el asesinato fue en defensa propia.
Cuestionado sobre este incidente, respondió al reportero: “No vivo por sueños sino por realidades… y lo que no me gusta, lo dejo en el camino”.
Otras leyendas alimentaron la reputación de sangre fría del narcotraficante, por ejemplo, se dice que mató a un hijo del caudillo revolucionario Pancho Villa y también que le disparó a un hombre por hablar demasiado alto en Piedras Negras.
Pero hasta su encarcelamiento, en 1991, por algunas semanas por cargos de evasión de impuestos, nunca había pasado más de unas pocas horas en la cárcel, supuestamente porque compró generaciones enteras de alcaldes, gobernadores, comandantes de policía y administradores de aduanas.
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