La puerta de República de Cuba 60, en el primer cuadro de la Ciudad de México, se abre y da paso al recibidor del edificio. De frente, tres bragas de colores –rosa, morado y verde– y la palabra “okupa”, enmarcan un barandal negro con una cortina que impide la vista al interior. “Ni una menos”, “Vivas y libres”, “No hay libertad sin desobediencia”, son algunas de las frases que se amontonan en la entrada del nuevo fuerte feminista mexicano.
A un mes de la toma de la Comisión Nacional de Derechos Humanos, realizada por colectivos feministas, Infobae México hizo un recorrido al interior del lugar que ahora funciona como refugio para mujeres víctimas de violencia.
Después de la cortina, varios bultos de ropa y zapatos aparecen en las orillas del primero de los dos patios centrales del que era el recinto administrativo. Se trata de donaciones que durante estas semanas se han realizado como soporte a las okupas.
En las paredes los reclamos de justicia de las feministas están plasmados a manera de graffiti por todos lados. “El miedo ya cambió”, “México feminicida”, “Justicia para todas", son más de los mensajes que reivindican el principal motivo de este paro: el hartazgo por la respuesta nula de las autoridades de justicia, en un país en el que ocurren 10 feminicidios al día.
Todo comenzó cuando el pasado 2 de septiembre Marcela Alemán, madre de una menor víctima de violación sexual, se amarró a una silla al interior de la CNDH, luego de reunirse con la titular de la dependencia. Dos días después, colectivos feministas que acudieron en apoyo a ella y a más víctimas que se encontraban dentro del lugar, realizaron la toma pacífica de las instalaciones.
En el segundo patio aparecen los cuadros de Benito Juárez y José María Morelos, con las ya icónicas intervenciones que tanto dolor de cabeza le han dado al presidente Andrés Manuel López Obrador. Precisamente, desde que inició la protesta, el mandatario ha puesto más atención en ese detalle que en las exigencias de las manifestantes, a quienes acusó de “vandalismo”. Junto a los cuadros, también se encuentra el de Miguel Hidalgo, ese que rompieron esta mujeres en respuesta al presidente.
Una decena de las mujeres atrincheradas toma un taller, dictado por dos de sus compañeras, en el que repasan a profundidad los elementos de su movimiento. Más tarde, en el mismo patio central, escuchan una charla sobre el protocolo a seguir dentro de la ocupación por la actual pandemia del COVID-19, donde también les resolvieron sus dudas al respecto. Hasta el momento, cuenta una de las okupa, no han tenido casos positivo o brotes del virus dentro del refugio.
Hay varios salones en la primera planta del recinto. Algunos sirven como dormitorios para las integrantes del Okupa Bloque Negro, así como de otros colectivos. También se encuentran los baños que ellas mismas han adaptado para tener regaderas y lavar ropa. Una habitación más les sirve como depósito de los víveres –comida, agua, higiene personal– que desde que empezó la toma, han recibido como donación de quienes apoyan sus actos.
Pero están preocupadas porque entre las rupturas de los movimientos al interior que se han hecho públicas y los constantes ataques que reciben por parte de las autoridades, las donaciones al movimiento han bajado, y éstas les son indispensables para continuar su lucha.
En el segundo piso se encuentra la que solía ser la sala de juntas de la Comisión, salón que albergaba los cuadros pintados. Ahora lo usan como comedor. En un salón continuo está la que era la oficina de Rosario Piedra. “No perdonamos ni olvidamos” se lee en la pared detrás del que era el escritorio de la funcionaria.
Más adelante se encuentra la cocina y el cuarto donde están los refrigeradores. Ahí abundan los señalamientos con las reglas de convivencia y los horarios de uso. “Nadie tiene privilegios especiales”, es una de las advertencias escritas a la entrada. “Nos dedicamos a hacer repostería para vender”, explica una de las manifestantes, encapuchada, “hoy hicimos pan de elote y pan de chocolate”, agrega explicando una de las actividades con las que buscan generar ingresos para mantener de pie el movimiento.
Las mujeres dentro de la ocupación están organizadas “en más de 10 comisiones”, indica una de ellas, y se encargan “del alimento, de la limpieza, de la medicina, de la seguridad, de las finanzas”, agrega.
En otro cuarto de la de segunda planta tienen recolectadas todos los medicamentos y productos médicos con los que cuentan. En los demás cuartos de ese piso se alojan las víctimas de violencia, provenientes de varios estados del país, que se resguardan en este refugio.
Las feministas, dentro del que ahora es su nuevo fuerte, aseguran que no se irán de ahí; resistirán en esa trinchera todo lo que les sea posible.
“Nos han dicho (las autoridades) que nos podrían dar otro espacio”, cuenta una de las integrantes de los colectivos feministas, “nosotras no nos vamos a ir de aquí”, aclara enseguida. “Nos estamos cobrando esa deuda (de justicia con las mujeres asesinas y violentadas) y eso que no es toda, ni el uno por ciento con este edificio".
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