En marzo de 2011, quince policías judiciales militares fueron detenidos en su batallón, con sede en Saltillo, en el estado de Coahuila. Sus captores, miembros del mismo escuadrón, los trasladaron a un cobertizo dentro de las instalaciones del cuartel y les interrogaron. También les torturaron tratando de probar que los quince habían pasado información a enlaces de Los Zetas. Para entonces, el grupo criminal de la última letra había desplazado al Cártel del Golfo en Coahuila y amenazaban su hegemonía en el norte del país.
Los soldados estuvieron en la habitación durante días. En sus declaraciones detallaron la historia de un infierno.
El periodista Pablo Ferri, quien con sus trabajos ha intentado entender por qué los soldados mexicanos, nacidos para proteger a la sociedad, acaban torturando o matando ciudadanos, documentó el caso de Francisco Soto, un subteniente del Ejército Mexicano en el 69 Batallón de Infantería en Saltillo, Coahuila.
La historia comenzó el 13 de marzo de 2011. Sonó el teléfono. “Le llamó el coronel para que fuera al batallón”, cuenta la esposa del teniente Soto a Ferri.
Aunque éste se encontraba de descanso, el coronel, comandante del 69 Batallón de Infantería, no le dejó demasiadas opciones. Soto se uniformó, agarró su auto y se dirigió al batallón. Él, su esposa Tanya y la hija de ambos vivían en un inmueble cercano a la instalación militar, así que no tardó en llegar.
Acostumbrada a los domingos perdidos, a Tanya no le extrañó la situación. Pasaron las horas y fue un par de veces al batallón. Alrededor de las 17:00 horas, Soto la llamó por teléfono, le dijo: “ve a Soriana y compra pelotas de tenis un cepillo y champú. Yo fuí”, recuerda. —El trabajo de Soto incluía cuidar y adiestrar a los perros del Batallón—.
La urgencia del coronel aquél domingo 13 de marzo respondía, según detalla Ferri, a un perro lastimado. “Le dijo que un binomio canino estaba lastimado, así que se vistió (Soto) y se fue”, declara Tanya.
Cuando llegó, le esperaba un subordinado del coronel. Soto recuerda que lo primero que hizo fue preguntar por él. En ese momento, el teniente recibió los primeros golpes. Soto dice que lo bajaron a empujones de la comandancia y lo esposaron, le pusieron una camiseta en la cara y lo subieron a un auto.
“Éramos como tres, nos tiraron a unos colchones y nos dejaron en paz”, señala Soto.
Dice Ferri que aunque Soto se resiste a dar los detalles de su experiencia, sus declaraciones ante las autoridades permiten acercarse a su dolor.
“(…) Al tiempo de unos minutos me quitó la bolsa de la cara y me hizo la pregunta, que quién era TAURO, para quién trabajaba y que me dejara de hacer pendejo (…)”, documenta el periodista sobre el testimonio de Soto.
Las acusaciones y los supuestos vínculos de Soto con Los Zetas nacen de las declaraciones de dos presuntos miembros del grupo criminal: el “Gerry” y “Guacho”. De acuerdo con éste último, en Saltillo tenían todo controlado.
La versión del sicario apunta que Los Zetas pagaban entre 10,000 y 50,000 pesos a los militares, y el era el encargado de la nómina.
La versión del “Gerry” es aún más contundente. En su declaración, el criminal inculpa a Soto argumentando que Soto era uno de los enlaces con Los Zetas. Luego, ante un juez militar, el “Gerry” negó la acusación y dijo que los agentes de la SEIDO le obligaron a incriminar al teniente.
El 1 de mayo de 2017, seis años de la detención de Soto, éste y ocho de sus compañeros militares fueron condenados a 26 años de prisión por colaborar con el Cartel de Los Zetas.
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