En los campos áridos del occidente de México, detrás de los muros de la prisión federal de Puente Grande, Jalisco, se oculta un cuarto de tortura. Un sitio financiado con dinero público, donde las autoridades penitenciarias torturaban y “despedazaban” a los reos.
El Centro de Observación y Clasificación —mejor conocido como COC, “pasillo de los locos o encuerados”— es la puerta al infierno, según revela el periodista J. Jesús Lemus en su libro El Último Infierno (Malditos 2) Más historias negras desde Puente Grande, Editorial Grijalbo.
Lemus asegura que en aquel lugar las autoridades tenían el poder sobre la vida y la muerte. “Ahí se mantiene a los delincuentes más temibles de todos los que son enviados al penal federal. Es una parte de la terapia de reeducación a la que deben someterse los presos para reencauzar su comportamiento”, describe el comunicador.
Durante años, el COC fue una pesadilla para los presos. En su interior se ocultaban los reos más peligrosos, los incorregibles de la cárcel, pero también políticos, defensores de la tierra y periodistas como Lemus.
La zona general del sitio era conocida como “ZO” o “zona del olvido” donde había cinco pasillos con celdas de dos por tres metros. Según Lemus, al ingresar al lugar, se les hacía saber a los presos que la única política era la del exterminio.
Las autoridades fabricaban el utilaje necesario para su guerra. El periodista recuerda a un oficial que mezclaba la filosofía y el sadismo en su tratamiento a los presos. “Me dijo a gritos, mientras me pateaba en el suelo, que en la cárcel el dolor físico es nada comparado con el dolor del alma que viene luego. El día que conocí mi sentencia entendí la filosofía de Tizoc, que era el nombre clave con el que los presos reconocíamos a ese oficial dentro del COC”, se describe en El Último Infierno (Malditos 2) Más historias negras desde Puente Grande.
El primer día de los presos en el COC, se les desnudaba y luego, con toques eléctricos y brutales golpizas se les castigaba.
“Las acolchonadas”, describe Óscar Balderas, eran las peores celdas del lugar. Ahí, los reos no podían saber si era de noche o de día. El último capitulo de horror dentro de esos “campos de exterminio” ocurrió tras la pandemia de COVID-19, donde los enfermos pasaron sus días.
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