Se cuenta que a inicios de la guerra de Independencia en México, un minero insurgente colocó una losa de piedra en su espalda para protegerse de los balazos propiciados por el ejército español, y corrió a la alhóndiga de granaditas para prenderle fuego. Así, los combatientes lograron entrar y vencer a los “gachupines” que se atrincheraban en el interior.
Pero poco se sabe sobre lo que sucedió después. Este encuentro en Guanajuato no sólo fue una de las primeras victorias de los militares dirigidos por Miguel Hidalgo y Costilla. También representó un giro en la Independencia de México que les costó muchos más años de lucha.
El 28 de septiembre de 1810 el Ejército Insurgente entró a Guanajuato para tomar la ciudad. En ella se encontraba un importante centro minero comandado por Juan Antonio Riaño, un español. Él, al enterarse de la llegada de Hidalgo (quien había sido su amigo en el pasado), ordenó a familias españolas que se refugiaran en la Alhóndiga de Granaditas.
Allí se resguardaron soldados, niños, ciudadanos, ancianos y mujeres, además de víveres, objetos de valor y documentos. Creyeron que era el lugar más seguro en el que podrían estar por la resistencia del local.
Cuando Hidalgo se enteró le envió una carta a Riaño para pedirle que se rindieran. A cambio lo tratarían bien a él y a su familia, explicó José Antonio Aguilar Valdez, secretario académico del Programa Universitario de Derechos Humanos en una publicación del proyecto.
El español se negó, por lo que los insurgentes tomaron la decisión de entrar a la fuerza a la alhóndiga. Fue aquí cuando se cuenta la participación del Pípila que, aunque no ha podido ser confirmada, es la explicación de la manera en la que entraron al edificio que en la actualidad está en pie.
El héroe incendió la entrada del lugar para que los independentistas entraran. Ya en el interior perpetuaron una de las peores masacres que tuvo lugar en la guerra. Con golpes y puñaladas, mataron a toda persona que se encontraba en el interior y destrozaron los objetos que resguardaban los españoles.
“En el suelo se entremezclaron en una masa informe la sangre, la carne, las vísceras y los huesos humanos, y los restos de comida, de objetos, de trapos y de papeles y documentos embarrados. Las paredes estaban empapadas de sangre, como si la piedra y el ladrillo la hubiesen rezumado desde dentro”, escribió José Aguilar.
También, a causa de la toma de Guanajuato, tuvo conflictos con Ignacio Allende. Fue él quien tomó la decisión de ingresar a la alhóndiga y saquearla, a pesar de que el cura se había puesto por temor al desenlace fatal que después se llevó a cabo.
La furia del Ejército Insurgente no cesó y durante tres días seguidos continuaron con la masacre en el resto de la ciudad. Hidalgo se horrorizó al ver el escenario de muerte que se desarrollaba frente a sus ojos y dudó sobre continuar con la batalla.
Sería este miedo el que llevó al cura a no continuar su trayecto a la Ciudad de México. Imaginar a los cuerpos tendidos y los ríos de sangre por la capital del país, lo hicieron retroceder en su cometido. Especialistas creen que si Hidalgo hubiera continuado con lo planeado, en ese momento habría tomado al poder monárquico y la guerra de Independencia hubiera terminado once años antes.
Para evitar un aniquilamiento como el de Guanajuato, el líder de la Independencia envió a personas a negociar con el Virrey Francisco Xavier Venegas mientras su ejército procedía con la toma de Valladolid. Fruto de esos tratados Hidalgo determinó retroceder, contó el historiador Silviano Hernández en su libro Luchas por la Independencia.
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