Ramón Malpica Medina infla y desinfla con la boca un globo rosa. Está sentado en una de las 50 camas que están acomodadas en cuatro hileras en un área que, hasta abril pasado, solía ser un dormitorio militar. Tiene 44 años. Recién los cumplió en los nueve días que lleva hospitalizado a causa del COVID-19. Ahora luce bastante recuperado, de hecho ya recibió el alta médica. Una condición muy distinta a la que tenía cuando lo internaron.
“La falta de respiración, la obstrucción para poder respirar con tranquilidad ya era insoportable; un dolor de cabeza al cien. Esos fueron los síntomas que me obligaron a llegar aquí al hospital”, recuerda, detrás de un barbijo negro, este hombre que se dedica a ser chofer de transporte público. De hecho, sospecha que se contagió mientras trabajaba. Dice que pese a que él se ha protegido todo el tiempo, no todos los pasajeros lo hacen, e inevitablemente está en contacto con todos ellos al momento de que le pagan el pasaje.
Él es una de las cerca de 500 personas que han recibido atención hospitalaria en el cuartel del Sexto Grupo de Morteros, del Campo Militar 1 A, ubicado en Naucalpan de Juárez, dentro del Estado de México. Esta es una del medio centenar de unidades operativas que el Ejército convirtió en hospital Covid, en atención al Plan DN-III –programa nacional de auxilio a la población en casos de desastres– implementado por la emergencia sanitaria del nuevo coronavirus.
Después de cuatro semanas de transformación, este hospital empezó a funcionar la primera semana de mayo. Desde entonces están al servicio de cualquier persona que presente síntomas de COVID-19. Cualquiera puede ser atendido. No hay costos ni requisito alguno. Ni siquiera la nacionalidad es un impedimento. Solo hay que acudir a la puerta 2 Bis del Campo Militar 1 A y solicitar atención.
El equipo de esta unidad está conformado por médicos, paramédicos, enfermeras, capturistas, afanadores y operadores de ambulancia. El personal lo integran militares y civiles. De hecho estos últimos representan hasta un 75% de la plantilla.
“Llegué a consulta externa e inmediatamente checaron mi saturación de oxígeno. Entonces inmediatamente me instalaron el oxígeno y me dijeron que ya no podía salir”, relata Ramón Malpica. Tal como él lo describe, cuando una persona con síntomas de contagio arriba a la unidad, primero recibe una evaluación médica, en un filtro denominado Triage, en el que se valora si requiere hospitalización o le basta con llevar tratamiento desde su casa.
“Una de las indicaciones para hospitalizarse en este centro es tener neumonía moderada o grave y que se requiera oxígeno suplementario”, explicó a Infobae México el Teniente Coronel, Raúl Sandoval de la Cruz, quien es el médico designado como asesor técnico de esta unidad operativa. “Nuestro enfoque es atender a los pacientes que están en el punto medio, que son los más recuperables, para evitar que pasen al punto crítico, donde la esperanza de vida es menor”.
El también especialista en neumología explicó que la mayoría de las personas que han hospitalizado, han sido dadas de alta en buen estado, siendo contados los casos que han requerido ser trasladados a otro centro. De hecho, el único deceso que tienen registrado, fue de una persona que arribó a este sitio ya sin vida.
“Una vez que requieren terapia intensiva los pacientes se pueden estabilizar e intubar aquí”, explicó el Dr. Sandoval, para después ser enviados a uno de los centros militares dedicados a brindar cuidados intensivos.
Hasta abril pasado, la entrada a los dormitorios militares era una especie de recibidor lleno de armas. Ahora es una estricto filtro de bioseguridad que, más que improvisado, pareciera que ha estado ahí desde siempre.
Cualquier persona que pretende ingresar al área donde se encuentran los pacientes, lleva a cabo un ritual de preparación que dura unos 15 minutos. El protocolo consiste en la colocación minuciosa de cada uno de los elementos de protección: bata y cubre calzado quirúrgico, doble guante en cada mano, mascarilla N95, goggles médicos y un gorro que recubre la cabeza. Todo puesto entre abundantes cantidades de gel antibacterial.
“Tuvimos una tasa de cero contagios (entre el personal) durante casi tres meses”, destaca el doctor Giorgio Franyuti (29), encargado de bioseguridad, quien tiene experiencia en el manejo de otras crisis sanitarias, por ejemplo la del ébola. Para él, la clave para un el funcionamiento ideal de un área médica dedicada a tratar el nuevo coronavirus radica, precisamente, en la protección del personal.
En mismo sentido se expresó el paramédico Ignacio Rendón, al apuntar que, para ellos como personal médico en ambulancias, es indispensable el equipo de protección –mascarilla N95, goggles, trajes Tyvek, doble guante, doble bota– debido al riesgo al que están expuestos: “los pacientes aquí siempre vienen tosiendo; sienten que se ahogan, se quitan la mascarilla”.
Él estuvo dos semanas de baja, a principios de julio, tras resultar contagiado. Junto con su caso, han sido apenas 11 los contagios entre el personal de esa unidad.
Mientras que para los pacientes que le toca trasladar –cuando requieren terapia intensiva– lo básico, explica el paramédico, es el oxígeno. “Aquí tenemos las cánulas, tenemos tubos endotraqueales, tenemos un ventilador, tenemos el ambú para ventilación manual. Estamos bien equipados”, describe señalando de lejos, hacia dentro de la ambulancia, cada uno de los artefactos que va mencionando.
En total son 100 camas las que tienen habilitadas en este hospital reconvertido. La mitad en un piso de mujeres y la otra mitad en uno de hombres. Ninguna de las áreas está ocupada a su capacidad total. Una de las enfermeras asiste a un hombre mayor con aparente dificultad para respirar. Con un aparato manual le practica ejercicios de respiración. Después le coloca en la boca una especie de triturador de píldoras, para facilitarle la toma de su medicación.
“La atención fue muy profesional y muy a tiempo. Me sentí luego luego aliviado, definitivamente sentí que la medicina que se me administraba era la correcta”, cuenta Román quien ha sido dado de alta. No precisamente porque ya diera negativo al COVID-19, sino porque su salud se estabilizó, por lo que puede continuar su tratamiento desde casa.
La atmósfera de las salas es (sorprendentemente) tranquila: algunos pacientes reposan acostados o sentados en las camas, otros pasean a paso lento por los pasillos de las salas, mientras unos más están leyendo algún libro. La calma que se percibe –contrario a lo que se espera en un hospital Covid– no es casualidad.
“Hacemos mucho énfasis en salud mental; trabajamos junto con varias asociaciones de la sociedad civil, principalmente Medical Impact, que proporciona desde los libros hasta los celulares para que las familias se comuniquen con los pacientes”, destaca el Dr. Franyuti, “en las tardes hay llamadas con médicos de la risa para disminuir y controlar la ansiedad y la depresión que pueden derivar del estrés agudo del aislamiento”.
Precisamente, durante su estancia, Román estuvo en contacto con su familia a través de un teléfono móvil le fue facilitado. “Ellos no pueden ingresar por el alto riesgo infeccioso que hay aquí en el hospital, así que me he contactado con ellos por medio de videollamadas”.
La atención de salud mental también está disponible para el personal médico. “Esto va para largo. Las funciones de esta unidad operativa se van a extender”, señala el médico Giorgio Franyuti explicando que la duración de esta unidad, que estaba prevista hasta el 31 de agosto, se ha extendido ya hasta diciembre. “Y también la estabilidad emocional y mental del personal es crítica para que los pacientes puedan seguir saliendo de aquí caminando”.
Y es que quienes brindan atención a los pacientes también han resentido el impacto de la pandemia. Por ejemplo Claudia Bravo (35), cabo enfermera y encargada de verificar el cumplimiento del protocolo de bioseguridad. Ella afirma que su labor la ve como un gran compromiso, del Ejército con la ciudadanía, pero desea que ya pase todo esto, ya que lleva varios meses sin ver a su familia.
“Desde que inició la pandemia no veo a mis hijos (...) el Ejército mexicano y el gobierno federal nos da un aislamiento en hoteles y ahí nos estamos aislando para no contagiar a la familia”, señaló la cabo enfermera, aunque insistió en que no pierde la esperanza.
“Un día más es un día menos, hasta que aparezca la vacuna”.
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