El popular barrio de Nezahualcóyotl, en el Estado de México, es el escenario de la nueva vida de un grupo de deportados mexicanos que, en los últimos años, fueron expulsados de Estados Unidos por su situación migratoria irregular.
En un piso de apenas 50 metros cuadrados, entre un par de máquinas de coser, un pulpo de serígrafía y planchas para estampar prendas, están haciendo realidad una victoriosa ironía: confeccionan cubrebocas que son vendidos en el país del que fueron desterrados.
Si el sueño americano era trabajar allá, este podría considerarse el sueño deportado. Y en plena crisis por la pandemia del nuevo coronavirus el mérito vale doble. ¿Cómo lo lograron? Todo empieza con la historia de Ana Laura López.
“En el aeropuerto me estaba esperando migración”, recuerda esta mujer originaria de la Ciudad de México. Llevaba 16 años viviendo al norte de Chicago con su familia. Todo ese tiempo estuvo en calidad de indocumentada. La vida le cambió drásticamente de un momento a otro, el día que viajaba a México precisamente para iniciar los trámites de sus regularización migratoria.
Ana Laura fue deportada el 30 de septiembre de 2016. Ella hacía activismo en apoyo a los migrantes y cree que ese fue el motivo por el que la tenían en “la lista de los deportables”. “Los abusos laborales contra la comunidad migrante indocumentada son muchos, fue algo en lo que yo me empecé a involucrar (...) y creo que fue el trasfondo de mi deportación”.
Así fue como se vio obligada, de un momento a otro, a dejar toda su vida, y regresar a México a empezar prácticamente desde cero. “Gran parte de mi vida, mis hijos siguen allá. Todo lo que construyes en 16 años: mi familia, mis amigas, mi casa, mis plantas. Todo lo que había hecho en 16 años de construir una vida se quedó allá”, cuenta Ana Laura en un evidente esfuerzo para que no se le corte la voz mientras se le empaña la mirada. “Tu núcleo familiar se transforma completamente”.
Cabe señalar que Ana Laura no fue deportada por el gobierno de Donald Trump, sino por su antecesor. “Sabemos que Obama fue el deportador en jefe (...) Obama fue pieza clave para este tipo de deportaciones (masivas) y para el recrudecimiento de la criminalización de los migrantes”, indicó.
Y no lo dice al azar: ella es una de los 2.8 millones de migrantes deportados durante los 8 años de la administración Obama, la cifra más alta que se reporta en ese país en 30 años.
El Centro de Investigaciones Pew, uno de los más prestigiosos en EEUU en cuestión a datos y estadísticas, reveló que en 2017 había en ese país unos 10.5 millones de inmigrantes indocumentados. De esos alrededor de 4.9 millones son mexicanos. Es decir, los mexicanos ya no son mayoría en la cifra de inmgrantes indocumentados en Estados Unidos, como lo fueron durante décadas.
“Es importante estar organizados como comunidad deportada, porque si en algún momento hay una mínima posibilidad de que un presidente considere una reforma migratoria, en ella debemos estar incluidos todos los que fuimos expulsados de Estados Unidos y que no nos lo merecíamos”, sostiene Ana Laura.
“Chingona aquí y allá”
Mientras comparte su historia con Infobae México, Ana Laura usa una mascarilla, de las que confecciona, con la leyenda Chingona aquí y allá. La Real Academia Española (RAE) define ese adjetivo como “dicho de una persona competente en una actividad”. Es esa, precisamente, una de la principales características de los inmigrantes mexicanos en EEUU.
Prueba de ello es que mientras todos los analistas preveían que las remesas de los paisanos durante la contigencia tendrían históricas caídas, ocurrió lo contrario. Y no solo no cayeron, sino que durante mayo alcanzaron máximos históricos.
Ana Laura también tiene ese ADN migrante. Es terca. Intentó una, dos, y tres veces cruzar la frontera norte de México, hasta que logró quedarse por 16 años allá. La misma terquedad la llevó a crear el colectivo Deportados Unidos en la Lucha, a solo tres meses de haber sido exiliada del país que ya era su hogar, con la finalidad de crear una red de apoyo para todos los que estaban pasando por su misma situación.
Tampoco conseguía trabajo. Y es que sumado a la dificultad propia de encontrar empleo, había otro factor que le jugaba en contra, patrocinado por Donald Trump quien durante la campaña presidencial de 2016 no paraba de repetir que los mexicanos eran unos “asesinos y criminales”: “Aquí mucha gente tenía la falsa idea de que eso era cierto y al oír que éramos deportados nos atacaban, ‘son unas ratas’, nos decían”, recuerda Ana Laura.
Pero eso no la paró. Casi a la par del colectivo echó a andar la marca Deportados Brand con la que inició vendiendo dulces y terminó confeccionando playeras y bolsas.
La pandemia del COVID-19 significó un importante obstáculo para su fructífero negocio. Pero eso tampoco la detuvo. “Pasa esto del covid y empieza a cambiar todo. Una, nos quedamos sin trabajo; dos, la cuestión de salud, buscábamos cubrebocas y no había, estaban agotados”, relata Ana Laura, señalando que al mismo tiempo le alarmaba ver los cubrebocas tirados en la calle indiscriminadamente. “Sería mejor uno reutilizable”, pensaba.
Y ahí le llegó otra idea. Hizo unas mascarillas reutilizables. Las anunció en la página de Facebook del colectivo. Bingo. “Tuvieron muy buena aceptación y nos empezaron a comprar más”, celebró.
Así, el taller de costura de Deportados Brand pasó de elaborar bolsas a coser barbijos. El costo de cada pieza es de 30 pesos mexicanos (alrededor de 1.40 dlls). Confeccionan cerca de mil al mes. Del total de cubrebocas producidos tres cuartas partes –un 75%– se venden en Estados Unidos.
“Y desde abril eso es lo que estamos haciendo, cubrebocas”, señala Ana Laura, cuyo proyecto emplea también a otras personas deportadas que como ella se quedaron sin trabajo por la crisis del nuevo coronavirus.
Por ejemplo Gustavo Laviega, de 45 años. Él fue deportado el 11 de octubre de 2016. Todo a raíz de una infracción de tráfico en Washington, donde vivía. En Deportados Brand se dedica a la serigrafía. “No tenía conocimientos, fuimos aprendiendo sobre la marcha”, explica mientras hace una pausa en sus actividades en el taller.
Gustavo tiene dos hijas que se quedaron del otro lado de la frontera. Desde que lo expulsaron de EEUU solo las ha visto tres veces. Tres veces en cuatro años. La esperanza de volver a estar con ellas es la que lo mantiene en la lucha. “Pasan mil cosas, pero al final del día es por lo que luchamos, por la reunificación familiar”, afirma.
Héctor Nicolás Franco, de 62 años, es otro de los mexicanos retornados de Estados Unidos que ha encontrado en Deportados Brand una solución laboral. Él se dedicaba a arreglar ropa cuando vivía en Oakland, donde estuvo durante 23 años. Ahora es él quien cose todos los cubrebocas que se hacen en el taller de Nezahualcóyotl.
A diferencia de sus compañeros del colectivo, a don Héctor no parece desbordarle esa inquietud por regresar. No dejó nada allá, toda su familia siempre ha estado en México. “Dije, no ya es tiempo de que mejor me quede con mis hijos. Así que ya no le quise mover nada”, asegura mientras está sentado, con una convicente tranquilidad, frente a una máquina de coser, confeccionando las esperanzas de sus compañeros.
Migranta, Deportados Unidos en la Lucha o Keep the families together, son las leyendas en las mascarillas que, irónicamente, el grupo vende en su mayoría en Estados Unidos, lo que es posible gracias a la solidaridad de la comunidad migrante que sigue en el vecino del norte, reconoce Ana Laura.
“Ha sido muy curioso y muy irónico, e interesante. Para nosotros muy satisfactorio. Porque pues sí, nos sacaron, somos deportados. Y ahora los productos que estamos haciendo están regresando a Estados Unidos. Yo lo veo como que una parte de nosotros sigue estando presente en Estados Unidos”.
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