La Ciudad de México transita hacia la “nueva normalidad” y las calles capitalinas poco a poco van retomando sus actividades sociales y económicas. La gente camina, se angustia, se dirige a sus trabajos pensando en que este virus ya forma parte de su cotidianidad. No hay otra opción, protegerse con un cubrebocas y frotarse las manos con gel antibacterial ya son parte de la rutina.
Si bien las autoridades sanitarias han seguido exhortando a la población de “quedarse en casa”, hay quienes ven al aislamiento social como un privilegio, un gusto que no pueden darse porque necesitan llevar ingresos a sus hogares.
Son ellas y ellos, comerciantes de la CDMX, aquellos que no tienen asegurado un cheque a fin de mes y que si no los mata el coronavirus, los puede matar el hambre.
Mi viaje comienza en el centro de todo, específicamente en Paseo de la Reforma, una de las avenidas más transitadas del país. Ahí, a unos metros del Ángel de la Independencia, se encuentra doña Lucina Pérez, una vendedora de artesanías originaria del estado de Querétaro. Ella se sincera, confiesa que lleva más de 60 años dedicándose a este oficio y que nunca había visto algo parecido.
“Ya no me aguante encerrada, tengo que salir para poder llevar algo de comida a mi casa”, me dice Lucina mientras se cubre del sol con una hoja de papel. “Soy una persona de la tercera edad y estoy consciente de mi vulnerabilidad contra el COVID-19, pero mi única preocupación por ahora es no tener dinero, llegar con mi esposo con los bolsos vacíos”.
Una pequeña sabana en la banqueta basta para que Lucina muestre su trabajo. A su oferta, la cual consta de muñecas, aretes y pulseras, se le unió el cubrebocas, un producto que según ella “todos están vendiendo por cuestiones de adaptación”.
A lo lejos suena una sirena policial, los elementos de seguridad hacen rondines y revisan que “todo esté en orden”. Pasan a lado de Lucina, la miran y siguen su camino. La plática continúa y mientras acomoda sus productos me dice que las ventas han bajado considerablemente. “Apenas me alcanza para un taco, en ocasiones me gano 200 o 350 pesos, depende cómo esté el día”.
“Sé que mis artesanías no son un producto de primera necesidad, pero me voy aguantar, tengo que hacer mi lucha para vender. Lo único que tengo seguro es que le voy a batallar”, concluye Lucina mientras sigue ofreciendo sus productos a la clientela.
De la calle Génova, frente a la Glorieta de la Palma, camino hasta Bucareli, donde encuentro a Carlos, un reconocido bolero de la famosa “esquina de la información”. Al preguntarle sobre su día, él me contesta “de la fregada mano, pareciera que la gente ya no le importa tener los zapatos limpios”.
Carlos piensa seriamente en tomar su cajón y cambiarse a otro lado más concurrido. “En un día normal llegaba a sacar alrededor de 10 boleadas, de 25 pesos cada una. Ahora, ya van a dar las 4 de la tarde y no llevo nada”, me dice el hombre de 67 años de edad mientras piensa cómo va a pagar el próximo mes de renta. “El coronavirus ya se veía venir, está en la biblia católica, todo lo que está pasando viene ahí”.
Seguí caminando y, frente a los Estudios Tepeyac, me detuve y entré a la estación del metro Hidalgo. Luego de introducir mi boleto, una mujer policía me untó gel en las manos. El objetivo, ir a Tacuba para transbordar a la Línea 7 y llegar a la terminal El Rosario.
Durante mi trayecto, un desfile de cubrebocas pasaron frente a mis ojos. Había de todo tipo, de diferentes colores y tamaños. La sana distancia se hacía cada vez más imposible en cada estación que pasabamos. La epidemia de COVID-19 no detuvo el ambulantaje, al contrario, las personas se adaptaron a la nueva normalidad.
“En esta ocasión le traigo a la venta la careta protectora para el coronavirus”, grita un hombre que se sube a vender en la estación Camarones. Lejos quedaron aquellas épocas donde se vendían discos musicales o pequeños dulces. Ahora, la oferta va desde cubrebocas hasta pequeños botes de gel antibacterial.
Llego a la alcaldía Azcapotzalco, la cual de acuerdo con las últimas cifras, tiene 4 mil 448 casos confirmados de COVID-19. Salgo del paradero y lo primero que me encuentro es el local de Ángel del Pilar Sánchez, un hombre que desde los 15 años se ha dedicado al oficio de los tacos.
Entre otras cosas, Ángel me contó que en su taquería laboran 7 personas y que durante estos meses “tuvieron que renovarse para no desaparecer”. “Nosotros no aparecemos en las aplicaciones de Ubereats o Rappi, pero durante estos meses, ofrecimos servicio a domicilio”, señala mientras envuelve unos tacos de chicharrón prensado.
Al ser cuestionado sobre las ganancias, Ángel explica que sus ventas bajaron hasta un 50 por ciento y que hubo momentos que pensó en recortar su plantilla. “Todos ganan su sueldo, decidí no correr a nadie. Les dije que todos unidos vamos a salir adelante”.
“El simple hecho de ordenar y servir unos tacos cambió totalmente. Ahora usamos cubrebocas y guantes. La gente nos dice que el sabor ya no será el mismo, pero seguimos aquí”, me dice uno de los trabajadores de “Los Enfermos”, una taquería a las afueras del metro Rosario.
Por último fui con Agustín, dueño de la estética “Life and Style”. Apenas le pregunté cómo estaba el negocio, Agustín soltó una carcajada detrás del cubrebocas. “Estuve cerrado durante tres meses y medio, apenas comencé a abrir”.
“Life and Style” se encuentra en la colonia Tierra Nueva, en Azcapotzalco. Agustín me contó que sobrevivió estos meses cortando el cabello desde su casa y a través de citas. “A pesar de que no estaba permitido, brinde mis servicios a domicilio, pero me protegí con cubrebocas, guantes y gel antibacterial”.
Él vive en el municipio de Atizapán, en el Estado de México, pero su local se encuentra en la CDMX. Agustín también me contó que el arrendatario no le perdonó ni un peso de renta, pese a que no podía hacer uso de las instalaciones.
El hombre de 44 años de edad me cuenta que gracias a la confianza que le tienen sus clientes logró sobrevivir a la pandemia. “Ellos me buscaban y me llevaban a sus hogares para irles a cortar el cabello. Nos quedábamos de ver en algún punto y ya pasaban por mi en su automóvil”.
El reloj marca las 19:00 horas y, mientras Agustín atiende a su último cliente, Hugo López Gatell informa en la televisión que México llegó a los 50 mil decesos por COVID-19. Las autoridades señalan que “antes de ver las cifras”, tenemos que tomar en cuenta todos los factores que rodean la vida de los mexicanos.
Agustín termina, despide a su cliente y baja la cortina de su local. “Mañana será otro día”, concluye Agustín mientras toma su camión rumbo al Estado de México.
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