En 1984, en los desiertos del norte de México, se ocultaba una organización criminal formada por adoradores de la Santa Muerte. Juan García Abrego tenía el poder sobre la vida y la muerte de aquel infierno.
Entre 1984 y 1996, este hombre de mirada filosa fue el líder del Cártel del Golfo, y como su dueño gozó de lo que ciertas autoridades mexicanas denominan eufemísticamente “autogobierno”. Un fenómeno en el que el Estado mira hacia otro lado a cambio de evitar enfrentamientos.
En la entidad de Tamaulipas, en la convulsa frontera con Estados Unidos, el dominio del Cártel del Golfo pasó cualquier límite. Tenían un sello inconfundible. Cortaban cabezas, las arrojaban en lugares públicos, grababan sus torturas y mutilaciones. Hacían desaparecer los cuerpos en ácido y como una plaga, estos se extendieron por el noreste, siempre atento a la frontera con la Unión Americana, el mayor mercado de droga en el mundo.
Pero el infierno ya no es el mismo de antes. Los continuos golpes federales, las sucesivas caídas de los líderes han debilitado al cártel. El punto de quiebra fue la pandemia por coronavirus.
El Cártel de Golfo ha estado lidiando con una serie de guerras territoriales internas, que han dividido a la organización criminal en facciones rivales. Éstas batallas han dañado los recursos financieros de las células de la organización criminal que, junto con las pérdidas económicas causadas por el nuevo coronavirus, han causado un problema de flujo de efectivo.
La pérdida de esos ingresos han llevado a la facción de Reynosa a dedicarse a atracos y robos, mientras que por su parte, el grupo de Matamoros parece estar más centrado en la extorsión y el secuestro de rescate.
Antes, el Cártel del Golfo había sido debilitado por la ruptura de su brazo armado, Los Zetas, en 2010, un grupo criminal fundado por militares desertores que poco después creó su propia organización. Desde entonces, el sanguinario enfrentamiento entre los dos grupos por el control del territorio ha sido constante.
A principios del confinamiento nacional, en el mes de marzo, se dio a conocer que supuestos miembros del Cártel del Golfo realizaron la entrega de despensas con productos básicos a la población de Ciudad Victoria, Tamaulipas.
“Cártel del Golfo en apoyo a C.D. Victoria. Señor 46 Vaquero”, se leía en cada paquete. El reparto de provisiones prosiguió en comunidades rurales de Matamoros.
Evaristo Cruz, alias “El Señor 46”, responsable del envío de despensas, no es operador de la organización criminal en Ciudad Victoria, sino en Matamoros, por lo que los víveres habrían sido un desafío a los narcos de la capital de Tamaulipas, incluso a grupos rivales del mismo cártel de las drogas.
Además, la entrega no se habría dado en la zona urbana, sino en áreas retiradas o de invasiones como la colonia Esfuerzo Popular, lo que ratifica que sería un reto de “El Vaquero”.
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