En la sierra de Jalisco nadie escuchó un solo disparo. Tampoco en Michoacán. No hay testigos de la mayor muestra de beligerancia y capacidad de fuego del Cártel Jalisco Nueva Generación porque ocurrió a 103 kilómetros de la zona metropolitana.
El pasado 17 de julio, un grupo de unos 80 sicarios de dicha organización criminal, vestidos con equipo militar, armamento de alto calibre y camionetas blindadas, lanzó, a través de un video, una demostración de fuerza para amedrentar a sus rivales en la zona centro del país, principalmente al Cártel de Santa Rosa de Lima.
Las imágenes del desafío mostraban unas 40 camionetas blindadas, armas con el calibre suficiente para derribar un helicóptero y la bandera de México estampada en la pechera de los trajes de camuflaje de los sicarios. Según la información oficial, este último episodio se habría registrado en la frontera entre Jalisco y Michoacán, una de las regiones de influencias del cártel.
La zona —con una extensión de 563 kilómetros— es identificada por el fenómeno de “pueblos fantasmas”, pues muchos de los que nacen ahí abandonan el sitio, debido a la violencia desatada por la delincuencia y la falta de oportunidades para los jóvenes.
Desde hace algunos años se suceden las muertes, los decapitados, los cuerpos desmembrados arrojados en avenidas o las emboscadas a policías. En esta región, la pelea entre grupos criminales locales y el poderoso Cártel Jalisco Nueva Generación se disputa a sangre y fuego, metro a metro.
La zona cero
Durante décadas, los mexicanos asumieron que el narcotráfico es un fenómeno circunscrito a determinadas zonas del país, por lo general aisladas y distantes. En la frontera o en las sierras.
El límite entre Jalisco y Michoacán es la zona cero del narcotráfico en el centro del país. Ahí se encuentra enclavada la que se conoce como la “carretera de la muerte”, que atraviesa el poblado de Jilotlán (Jalisco), considerado el cuartel general del CJNG en el Oeste del país.
Un municipio de 9,000 habitantes conformado por muchos ranchos dispersos en un pequeño zócalo con casas de teja. Sobre la carretera hay una tienda de herramientas y un imponente campo de fútbol con unas gradas recién construidas. En el resto de la ruta hasta Tepalcatepec (Michoacán) son vestigios de llantas, casquillos y camionetas tiroteadas y abandonadas en la cuneta.
Hace unos días trascendía una grabación de presuntos integrantes del Cártel Jalisco Nueva Generación en Tepalcatepec, donde varios hombres armados aparecen lanzando advertencias. Todos llevaban armas y vestimenta tipo castrense. Aunque no hay imágenes del enfrentamiento, los presuntos criminales presumieron haberles arrebatado fusiles de asalto a los pobladores de esa región.
A 76,9 kilómetros del sitio, en el municipio de Aguililla han ocurrido una serie de ataques, balaceras y sucesos extraños, en menos de una semana. De acuerdo con la Fiscalía General de la República, 20 personas han muerto en los últimos cinco días.
La violencia en Michoacán no es nueva, de hecho, fue de los primeros lugares en exportar marihuana gracias a su fértil tierra. Sin embargo, en 2006 la situación se salió de control y el gobernador del estado lanzó un llamado de auxilio al entonces presidente de México, Felipe Calderón (2006-2012) ante la brutal violencia impuesta por Los Zetas, La Familia Michoacana y Los Caballeros Templarios. La respuesta del mandatario fue desplegar al Ejército y desde entonces no han vuelto a los cuarteles.
Michoacán es una región estratégica por ser un lugar de paso de la droga y el control del puerto Lázaro Cárdenas en el Pacífico, punto de entrada de los químicos para las drogas sintéticas que han hecho millonario al CJNG.
Como trasfondo de la violencia más reciente está la irrupción del cártel de Los Viagras (Cárteles Unidos) y el enfrentamiento entre dos vecinos: Nemesio Oseguera, alias “El Mencho”, líder del CJNG y nacido en Aguililla, y Juan José Farías, “El Abuelo”, un veterano ex líder de las autodefensas.
Hasta ahora, los único interesados en frenar al poderoso CJNG en su intento por controlar Michoacán han sido las autodefensas que, según los expertos, se mueven en una línea muy delgada entre quienes defienden legítimamente su pueblo y quienes se vincularon con otros cárteles.
Por lo que respecta a Jalisco, en los años ochenta y noventa fue la cuna de una de las primeras organizaciones criminales de México: el Cártel de Guadalajara. Varios de los mayores delitos cometidos en el territorio se ocurrieron durante esa época. Extorsiones, asesinatos, terrorismo.
El crimen que desencadenó la mayor investigación hasta entonces realizada por la Agencia Antidrogas de EEUU (DEA), la Operación Leyenda, fue el asesinato de uno de sus agentes, Enrique Camarena, que había conseguido infiltrarse en las entrañas de la organización criminal. Fue asesinado y torturado por orden de los zar de las drogas, Miguel Ángel Gallardo y Rafael Caro Quintero, “El Narco de Narcos”.
La lista es larga y continúa. En el municipio de La Barca, limítrofe con Michoacán, se encontró una de las fosas clandestinas más grandes que se ha hallado en México. Ahí yacían al menos 66 personas. La mayoría de los restos terminaron en fosas comunes. A la gran mayoría nadie los identificó.
En 2015, en una curva excavada en la sierra de Jalisco, 15 policías murieron durante una embocada. El convoy de Fuerza única, cuerpo especial anticrimen del Estado, venía de Puerto Vallarta, de cuidar a los turistas durante la Semana Santa e iba hacia Guadalajara.
El gobierno de Jalisco apuntó como autor de la matanza al CJNG en venganza por la muerte de uno de sus cabecillas.
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