Cuando el teléfono sonó aquella mañana de mediados de abril, ya sabía lo que ocurriría. Era mi jefe y llamaba para despedirme.
Sentí un choque eléctrico en todo mi cuerpo. Luego me quedé como pasmado. Mientras una especie de “otro yo” me observaba desde el aire, azorado, yo contesté de forma serena la llamada y asentí inmutable a todo lo que me decía mi jefe desde el otro lado del auricular.
Me dijo que la empresa estaba en graves problemas por la crisis provocada por COVID-19, que no podían sostener el pago de salarios de la mayoría del equipo. Así que después de casi cuatro años al frente la revista para emprendedores que dirigí, era momento de decir adiós junto con otras 20 personas.
No voy a negar que sentí miedo, y mucho. Con una esposa y un bebé de menos de dos años, y una carrera de más de dos décadas en periodismo de negocios sin saber lo que era el desempleo, por supuesto que tenía muchas más dudas que certezas.
Ya en los días previos al despido, tratando de liderar a mi equipo a distancia, había sentido zozobra y frustración. ¿Cómo podía ayudarlos a sobrellevar su estrés, la incertidumbre y la tremenda carga de trabajo que se nos vino encima, cuando yo sentía que me ahogaba tratando de atender las mil juntas virtuales de trabajo cada día, los tantos proyectos lanzados, cuidar a mi hijo, hacer malabares para darle espacio al trabajo de mi esposa y, claro, los quehaceres domésticos imposibles de posponer?
La respuesta parecía obvia, pero no lo era: ¡No podía ayudar a nadie!
Para alguien que por más de 20 años sintió que no había nada imposible, que era un “gran líder” (y lo digo como burla a mí mismo) y que podía sacar adelante al equipo más difícil fue un golpe muy duro al ego.
El golpe final fue el despido, y entonces sí ya no tenía para dónde hacerme: no podía ayudar a nadie. Sólo podía tratar de ayudarme a mí mismo a salir de esta crisis tremenda… ¿Por dónde empezar? ¿De dónde agarrarme?
Ciclos y tribus
Los días que siguieron a mi salida de la revista se convirtieron en un doble viaje: uno, hacia afuera, de donde recibí muchas muestras de apoyo, cariño y reconocimiento, y el otro viaje, el más difícil, fue hacia adentro: con casi 45 años sobre mi espalda, trabajando desde que era niño, sin parar nunca, hoy había sido obligado a parar en seco.
Fue entonces que caí en la cuenta: estaba en el cierre muy claro de un ciclo, tal vez el segundo más importante de mi vida; el anterior había ocurrido justo 20 años atrás, cuando también me quedé sin trabajo.
En aquel entonces, lo que me mantuvo ocupado y a flote fue el objetivo de ponerme a redactar mi tesis de licenciatura, que tenía como un gran pendiente desde mi graduación en la UNAM.
Recuerdo que, al quedarme sin empleo, me quedé en medio de una gran deuda de un depa que terminaría de pagar en 30 años, así que vendí mi coche para aguantar, pero pasaron seis meses sin que entrara dinero nuevo y hubo días que ya no había ni para comer.
En ese departamento semivacío, con sólo un colchón en el suelo, sin muebles, sin tele, sin refri, sin nada, me hice una nueva rutina: por las mañanas, de corbata y traje, iba a recorrer redacciones de revistas y periódicos para dejar currículums, en tanto que por las tardes me sentaba a redactar la tesis.
La única forma en que pude redactar esa tesis y titularme fue gracias a mi tribu. Hubo un amigo periodista que me regaló vales de despensa para poder comprar comida. Otro amigo me prestó una computadora que ya no ocupaba (yo no tenía) y mi mamá me regaló una mesita de madera corriente, de esas que ofrecen vendedores ambulantes de casa en casa.
Esa mesita sigue hoy conmigo, en mi casa; nunca quise regalarla o tirarla porque en ella veía y sentía el amor de mi madre, de mi familia y amigos.
Hasta hoy, en medio de la segunda crisis sistémica de mi vida, me doy cuenta de que mi sostén en esos días aciagos fue esta mesita en la que hoy escribo este artículo con el que inicio mis colaboraciones semanales para Infobae México. También en esta mesita de madera construyo mi nuevo futuro como emprendedor, apoyado por mi tribu.
Gracias, mamá, por regalarme esta mesita que sigue fuerte y entera, como tu amor por mí, como mi fe en el futuro que viene.
*Periodista de negocios, consultor en comunicación integral y speaker. LinkedIn Top Voices 2019
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