El canciller Marcelo Ebrard, en la conferencia de prensa matutina del 21 de julio, afirmó que México forma parte de los esfuerzos para desarrollar una vacuna contra el SARS-CoV-2, conocido como nuevo coronavirus. De manera específica, resaltó los cuatro proyectos que forman parte de la Coalición de Innovadores en Preparación para Pandemias (CEPI, por sus siglas en inglés).
El CEPI es una iniciativa de la Fundación Bill y Melinda Gates para estimular en la innovación y el desarrollo de vacunas contra enfermedades infecciosas emergentes. La institución entiende que las condiciones actuales de densidad poblacional y circulación internacional representan una mayor vulnerabilidad social contra enfermedades transmisibles. En sus palabras, “Las enfermedades epidémicas nos afectan a todos, no conocen fronteras”.
El primero de los cuatro proyectos mexicanos con apoyo de CEPI es el desarrollo de una vacuna recombinante por parte del Instituto de Biotecnología de la UNAM (IBt - UNAM). Los encargados del proyecto son la doctora Laura Palomares y el doctor Tonatiuh Ramírez.
La vacuna recombinante resultaría de extraer información genética de los anticuerpos que los pacientes curados de coronavirus generaron durante el ciclo de la enfermedad. La información resultante sería reproducida para su distribución.
Todos los organismos almacenan su información en genes, que están compuestos por proteínas, dentro de las células. Estas cadenas químicas tienen funciones específicas que varían de acuerdo a la estructura y elementos que las componen. Los anticuerpos son cadenas de proteínas que los linfocitos, las células que combaten enfermedades y existen en la sangre, usan para “apagar” al virus.
El otro proyecto en el que está involucrada la UNAM, junto con la empresa Avimex y el Instituto Mexicano del Seguro Social, parte del hecho de que hay animales que no se contagian del virus, pero sí generan anticuerpos. En la vacuna basada en una plataforma de uso veterinario, las proteínas que tienen afinidad con el SARS-CoV-2, es decir, los anticuerpos que “encajan” y lo neutralizan, tendrían que ser separadas de la información genética del animal porque ésta puede tener efectos adversos en humanos.
Los virus tienen una configuración genética propia. El tercer proyecto, del TEC de Monterrey y la Universidad Autónoma de Baja California, consiste en encontrar el código del virus y “apagarlo”. Después, introducir el antígeno, que es un bloque de información afín a la del virus, al cuerpo para que los linfocitos adopten ese código y aprendan a combatir el virus.
El doctor Pavel Marichal Gallardo, egresado del TEC, advirtió que el problema con este tipo de tratamiento es la distribución masiva. La empresa del veracruzano, ContiVir, recibió apoyo de algunas instituciones europeas para desarrollar equipo técnico que facilite la producción masiva de esta vacuna.
En los primeros tres casos, la vacuna utiliza un virus benigno como vehículo para que los anticuerpos o el gen entren al cuerpo. En el caso de la vacuna de péptidos que desarrollan la Universidad Autónoma de Querétaro y el Instituto Politécnico Nacional, tanto la partícula como el transporte son confecciones sintéticas diseñadas específicamente para tener afinidad con el virus. De acuerdo con un artículo publicado en la Biblioteca de los Institutos Médicos de Estados Unidos, la diferencia es importante porque el método “tradicional” con anticuerpos implica la inyección de una “carga innecesaria que contribuye poco a la respuesta inmune y puede provocar complicaciones y reacciones alérgicas”.
Independientemente del éxito clínico que pueda tener alguno de los proyectos nacionales o internacionales, los problemas logísticos de reproductibilidad y distribución adecuada son situaciones que impiden que la pandemia pueda ser controlada por medio de una vacuna antes del 2021.
Uno de los proyectos de la Organización Mundial de la Salud es diseñar un programa de creación y acceso a la vacuna, en el cual México también está presente.
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