En el mundo de habla hispana y particularmente en México es más que común que tu nombre sufra simples modificaciones, como que a los Alfonso se les diga Poncho o a las Mercedes se les diga Meche, entre muchos otros ejemplos. Sin embargo, también hay otros nombres en los que parece no haber relación, como el caso de José o Francisco, que se les dice Pepe y Paco, respectivamente.
Esta particularidad de la lengua se llama hipocorístico (originaria del griego, que significa “con caricias”), una forma abreviada, diminutiva o infantil que se usa del nombre propio como forma cariñosa, familiar o eufemística.
A pesar de ello, hay nombres que no se apegan a la regla de la abreviación o diminutivo, tal es el caso de José, a quienes en muchas ocasiones se le refiere como Pepe. La teoría más extendida tiene una fuerte relación con la tradición judeocristiana, ya que la figura de José de Nazaret, padre de Jesucristo, se acompañaba casi siempre por las siglas P.P., del latín Pater Putativus, que se traduce como “padre putativo”, es decir, “un hombre cuya paternidad es presunta pero no ha sido determinada”, según el Diccionario panhispánico del español jurídico.
De ahí, que en las distintas religiones de la tradición judeocristiana al referirse al padre putativo de Jesucristo en textos sea como P.P., que al pasar a la forma oral se mantenga y se diga Pepe, hasta nuestros días.
También ocurre que haya variantes derivadas directamente del hipocorístico como Pepito, Pepillo, Pepo, Pepín.
Un caso similar ocurre con el nombre de Francisco y su hipocorístico Paco, ya que a san Francisco de Asís, en la religión católica se le denominaba en latín como Pater Comunitatis (padre de la comunidad en español) con la abreviatura Pa.Co., y lo mismo que con José, la tradición oral preservó que Francisco fuera Paco.
San Francisco de Asís es un personaje relevante en la historia de la religión católica por su forma de vida de austeridad ya que renunció a la herencia de su padre y se dedicó a la oración y al servicio de personas pobres y enfermas. Además fue el fundador de la orden franciscana a principios del siglo XIII, que posteriormente fuera la primera orden religiosa en llegar a México en el siglo XVI encargada de la conversión al cristianismo de los pobladores de la entonces Nueva España.
La investigadora mexicana Margarita Espinosa Meneses, en su artículo De Alfonso a Poncho y de Esperanza a Lancha: los hipocorísticos, clasifica los hipocorísticos en pérdida de sonido, palatalización de sonidos, asimilación, préstamos y otros.
Para la pérdida de sonidos identifica tres ramas: apócope, supresión de sonidos finales, en los que encontró 37 ejemplos como Benja de Benjamín, Bere de Berenice o Caro de Carolina; aféresis, supresión de algún sonido al principio, Gela de Ángela o Mundo de Edmundo; síncopa, pérdida de sonidos intermedios, donde la autora ejemplifica con Beto de Roberto o Alberto, Neto de Ernesto o Tavo de Octavio.
Con la palatalización de sonidos, es decir, sonidos que se articular en el paladar duro, se muestran los resultados de los hipocorísticos como Chelo de Consuelo, Chole de Soledad o Chente de Vicente.
La asimilación, proceso en el se que asemejan o repiten sílabas, por ejemplo, Lulú de Lourdes o Lola de Dolores. También, está la clasificación de préstamo, que son aquellos que se retoman en otra lengua como Richard de Ricardo, Charli de Carlos o Miki de Miguel.
Por último, hay hipocorísticos que no pueden ubicarse por su cambio fonético sino por otros diversos procesos lingüísticos o históricos. Tal es el caso de Güicho con Luis, y los Pepes y Pacos.
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