Si analizamos con detenimiento, al menos desde la doctrina norteamericana de finales del siglo XVIII, el federalismo fue acuñado como una institución para edificar su modelo de organización política.
Así, de origen el federalismo nació como una aspiración, guiada bajo la premisa en donde las entidades federativas unidas entorno a un “pacto nacional” (we the people) aseguraban su autonomía e identidad propia, al tiempo que participan en la construcción de un proyecto nacional común.
Desde esta base histórica, los sistemas federales fueron entendidos como modelos para organizar al Estado, que entre otras características, posibilitan la coexistencia y el intercambio de cuando menos dos niveles de gobierno – federal, estatal o local – cuyas reglas son definidas por el propio orden constitucional que los prevé.
Sin embargo, esta lectura del fenómeno – que si bien predominó en la literatura y el debate académico durante décadas – poco a poco comenzó a desdoblarse hacia nuevos puntos de inflexión a raíz del propio dinamismo y evolución de las federaciones, como por ejemplo: la expresión de las formas de gobierno, el funcionamiento de los órganos legislativos, el rol de los partidos políticos, la importancia de los tribunales, la evolución cultural, económica, demográfica, entre otras variables.
Más aún, la evolución que han experimentado las naciones federales durante las últimas décadas, tras la aparición de los derechos humanos como eje rector del poder público y el desarrollo de la economía global, ha hecho evidente que la noción del federalismo superó las bases clásicas previstas en Norteamérica que sugerían la división pura entre el poder federal y sus unidades constitutivas.
A la distancia, pareciera que el federalismo de América, no sólo se ha alejado de esta concepción original, sino que se han introducido elementos particulares de cada región que hacen de este tema una ventana de estudio por demás compleja, pero al mismo tiempo fascinante.
Esto explica como la conceptualización o definición del Estado federal contemporáneo, admite hoy perspectivas mucho más amplias que no se limitan exclusivamente al análisis del poder político como tal, ni a la forma como se organizan los Estados en su estructura territorial.
La realidad del federalismo se antoja hoy más diversa y compleja, entre otras cosas, porque el regionalismo y la importancia de lo “local” dejaron de ser una cuestión meramente geográfica para convertirse en el verdadero hito a resolver desde el terreno práctico, en donde las entidades federativas experimentan procesos de diversidad demográfica, cultural y sobretodo, constantes vaivenes en los fenómenos de transición política que impactan directamente en la calidad de vida de los ciudadanos.
Por esta razón afirmamos que el federalismo más que un valor jurídico-constitucional, pasó a convertirse en un proceso multi-dinámico y en constante evolución. A simple lectura esto pareciera ser una obviedad, pero a nuestro juicio es un dato para nada menor. Hoy desde la academia, por ejemplo, se comienza a analizar al federalismo bajo un enfoque de resultados, es decir como principio de organización política y al mismo tiempo como un modelo que facilite una determinada “forma de vida” para integrar a sociedades cada vez más heterogéneas. Vaya tarea.
Esta manera de abordar el tema, parte de la base de que el federalismo se asemeja más a un “traje hecho al medida” que cada país diseña y edifica a partir de variables específicas como su historia, cultura, tradiciones y desde luego, las condiciones socio-políticas que prevalecen en sus territorios.
Por ejemplo, no es lo mismo analizar la problemática del sistema federal estadounidense frente al diseño de las instituciones que configuran la República Federal de Alemania. Lo mismo ocurre cuando se intentan estudiar las problemáticas de los sistemas de distribución de competencias y la descentralización en países desarrollados y con características históricas, culturales y demográficas específicas como el caso de Canadá, Suiza, Austria, en comparación al funcionamiento del esquema federal de México o de los países latinoamericanos que han adoptado este modelo como Brasil o Argentina.
Suiza y Canadá son ejemplo claro de modelos federales bien consolidados por su grado de eficacia y estabilidad que se refleja en el calado de sus políticas públicas, ello a pesar de que en dichos países el gobierno federal cuenta con una importante reserva de poderes y atribuciones sobre sus unidades constitutivas.
Mientras que las federaciones de Latinoamérica como México, Brasil y Argentina se encuentran todavía en un proceso de perfeccionamiento que se explica a partir de las condiciones históricas bajo las cuales se adoptó el modelo y desde luego, tomando en consideración la evolución de sus sistemas altamente presidenciales y la endeble calidad de los sistemas políticos.
En otro extremo y condición, se encuentran Estados federales que atraviesan una situación de postconflicto y cuyos modelos federativos aún no se encuentran consolidados como el caso Irak o Sudán, o bien los casos emblemáticos de las federaciones de Austria o Venezuela cuyas configuraciones institucionales, normativas y sobretodo políticas apuntan hacia un alto nivel de centralización.
Pero más allá de la mirada comparativa, el federalismo resulta quizá una de las figuras más promisorias para la organización de las sociedades del futuro. La ingeniería que admite este tema se encuentra inacabada, pues creemos - por su flexibilidad – la forma de Estado federal representa una alternativa viable dentro de la comunidad global para mejorar la relación cotidiana entre los ciudadanos y los distintos estratos de gobierno.
Los tiempos de la pandemia, han dejado claro que las realidades locales forman parte de un núcleo vital y que es en los municipios, en las calles y colonias en donde deben brindarse las respuestas que exigimos los ciudadanos de a pie, solo ahí pueden materializarse las acciones y el funcionamiento coordinado de los sistemas de salud, seguridad, educación y la hacienda pública, vistos como expresiones del federalismo.
El mosaico de las federaciones y su funcionamiento actual se encuentran a prueba, tras una etapa que seguramente replanteará el papel de la ciudadanía frente a la Nación y viceversa. Todo ello en un escenario global en donde la gestión de la pluralidad se torna cada día más compleja y necesaria.
*Especialista en análisis y diseño de políticas públicas transversales y sistemas federales. Director Ejecutivo del Think Tank mexicano Early Institute.
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