El olor del sanitizador que cada tres, cinco, siete o diez minutos rocían sobre la mercancía los comerciantes del tianguis rocanrolero capitalino es, quizá por vez primera, mucho más fuerte que el de otros que cada fin de semana permean el ambiente de la calle Aldama.
El Tianguis Cultural del Chopo, emblemático punto de reunión para los gustosos del Rock&Roll y sus derivados, fue obligado a levantar sus puestos tras 39 años de acomodarse cada sábado a un lado de la todavía joven Biblioteca Vasconcelos, en la colonia Buenavista, de la alcaldía Cuauhtémoc.
La Jornada Nacional de la Sana Distancia prohibió, entre otras cosas, el comercio no esencial como la venta de libros, discos, ropa; los estudios de tatuajes, de perforaciones y un largo etcétera que puso al borde del precipicio a los comerciantes del también llamado simplemente “Chopo”.
Fue hasta el 8 de julio que las autoridades capitalinas permitieron a los protagonistas de mercados ambulantes levantar nuevamente sus fierros y extender las lonas. Los rocanroleros avisaron con prisa en su Facebook oficial que punks, goths, rapers, skatos, thrasheros o rockabillys podían machacar el pavimento a partir del 11 de julio.
Eso sí, los protocolos de sanidad y prevención fueron claros: uso de cubre bocas. Estornudo de etiqueta. Evitar escupir. Circulación continua en los pasillos. Sana distancia. Quedarse en casa si hay sospechas de enfermedad respiratoria. Uso de gel antibacterial.
Queremos que el regreso del Chopo sea en las mejores condiciones y solo haciéndolo en conjunto lo lograremos: Amigos del Rock
Puntuales, marchantes de discos, playeras, joyería artesanal, panfletos, libros, viniles, casetes, botas, tenis, gorras, stickers, tablas o cualquier otra parafernalia musical aterrizaron desde temprano para iniciar las ventas con el pie derecho.
Cada uno cumplió a cabalidad con las normas sanitarias, e incluso le agregaron máscaras protectoras, guantes o fundas de zapatos al atuendo. “Hoy ni saludo ni abrazo, puro placazo”, se escuchaba por doquier. Uno que otro, nostálgico, rompió la regla del contacto y aprovecharon para darse unas palmaditas en la espalda.
Colgados de postes, puestos, rejas o paredes, las intervenidas pancartas del gobierno de la Ciudad de México destacaban por su color amarillo y par de guitarras que le hacen de logotipo de El Chopo: “¡Cuidado! Está usted entrando a zona de alto contagio rockero”, advertían.
No faltó quienes olvidaron el uso del cubrebocas o lo consideraron innecesario por pretextos que rayaban en lo increíble. Esos casos pudieron contarse con la palma de una mano y eran interceptados por visitantes o locatarios para pedirles respetar los protocolos.
En los pasillos pudieron escucharse las conversaciones entre colegas, describiendo los escenarios devastadores que los llevaron a conocer la crisis económica por el parón en sus actividades comerciales, a pasar insomnio, hambre y hasta contagios que los llevaron a ver de frente a la muerte; otros contaban sus experiencias de la venta en línea; los entusiastas presumían sus nuevas adquisiciones, sus productos de novedad: cubrebocas o caretas de agrupaciones metaleras.
Los coleccionistas, con mochilas y cajas de cartón al hombro, se instalaron, como desde hace tres décadas, en la parte final del Tianguis, donde la graffiteada subestación de la Comisión Federal de Electricidad, zona Tacuba, le ha dado un sello inolvidable a las postales sabatinas.
Estos tiempos de pandemia, donde reinaban las pesadillas de morir a manos del virus SARS-CoV-2, despertó en ellos una insistente responsabilidad de confiar a las nuevas generaciones el conocimiento acumulado a lo largo de los años, así que agarraron sus mejores objetos exclusivos.
“Un día yo me voy a morir y no me voy a llevar nada de esto. Son puras joyas que he acumulado a lo largo de 25 años, si ahorita las puedo sacar para que me den de comer, qué mejor. Ustedes los van a cuidar”, contaba el mítico editor del fanzine Banda Rockera cuando algún curioso se acercaba a checar casetes de Santa Sabina, viniles de Toño Quirazco o demos de hardcore.
La asistencia lució a menos del 50% en comparación a la gente que amanecía en las instalaciones del tianguis previo al encierro, pero el poco aforo evitó la competencia y aglomeraciones en las tarimas por ver quién cazaba las mejores piezas.
También faltó un buen número de comerciantes y, desde luego, el escenario que improvisan en el rincón donde choca la calle Luna con Juan Nepomuceno Rossains, a espaldas del llamado elefante blanco del ex presidente Vicente Fox Quesada.
Pero no faltó el espíritu de seguirse de largo por otros 39 años.
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