“Cada tic-tac es un segundo de la vida que pasa, huye, y no se repite. Y hay en ella tanta intensidad, tanto interés que el problema es solo saberla vivir. Que cada uno lo resuelva como pueda”.
Con esas palabras, Frida Kahlo describió un día la fugacidad del tiempo; el avance incontenible de las manijas de un reloj, que imponen el más difícil de los retos: vivir cada instante, antes de que el segundero se detenga para siempre.
Este mes, se cumplen 113 años del aniversario natalicio de la consagrada pintora mexicana. Su tic-tac comenzó a sonar un seis de julio de 1907 y marcó una vida que no fue sencilla y terminó de forma prematura. Envuelta en dolor por sus continuos problemas de salud y los desoladores desengaños amorosos, sobrellevó sus días dando forma a su desbordante sensibilidad y regalando al mundo su incomparable capacidad artística.
Un grave accidente que condicionó su vida
Magdalena Carmen Frida Kahlo Calderón nació un 6 de julio de 1907 en una pintoresca vivienda de Coyoacán, conocida hoy como “La Casa Azul”. Sus padres, el fotógrafo Wilhelm Kahlo, de ascendencia húngaro-alemana, y Matilde Calderón, originaria de Oaxaca, se conocieron trabajando en la joyería La Perla, y juntos tuvieron cuatro hijas: Matilde, Adriana, Frida y Cristina. Concibieron además un hijo, Guillermo, que falleció a los pocos días de nacer.
En 1904, la pareja adquirió la propiedad de Coyoacán. La compraron gracias a los proyectos fotográficos que Wilhelm Kahlo realizó durante la presidencia de Porfirio Díaz. Unos trabajos que permitieron al inmigrante judío abrirse paso en México, adonde había llegado en 1890.
En sus primeros años, Frida, la tercera de las hijas, se encargaba de ayudar a su padre en el estudio. Participaba en el retoque y la impresión de las imágenes, y le acompañaba a sus sesiones, por miedo a que sufriera un ataque epiléptico, ya que él padecía esta enfermedad cerebral. Sin embargo, pronto sus roles cambiaron, y fue él quien se convirtió en un pilar para ella.
Con sólo seis años, Frida contrajo poliomielitis. Estuvo nueve meses en cama. Por la afección, su pierna derecha quedó más pequeña y delgada que la izquierda, lo que la convirtió en la escuela en motivo de burlas. Para evitar que se sintiera triste, su padre la animaba a practicar natación y bicicleta, de forma que ejercitara su pierna más frágil.
Parte importante de su juventud, la artista mexicana se centró en realizar deporte y actividades que le ayudaran a sobrellevar las secuelas de la enfermedad. Todavía, no había nacido en ella el interés por la pintura. En 1922, a los 15 años, ingresó en la Escuela Nacional Preparatoria (ENP), donde ebullían las ideas progresistas y avanzadas del momento.
“Hay testimonios acerca de su carácter en aquella época”, explica el biógrafo de la artista, Gerardo Ochoa Sandy. “El de una muchacha jovial, rebelde durante las clases, de un lenguaje chispeante, diestra para ponerle motes a sus compañeros y traviesa”.
Ese carácter divertido y vivaz, al que hacen referencia distintas voces, se apagó el 17 de septiembre de 1925, cuando ya había cumplido los 18 años. Aquella jornada, el autobús en el que viajaba Frida fue arrollado por un tranvía, destruyéndolo por completo.
“El pasamanos de metal atraviesa a la joven por la cadera, fracturándole el hueso pélvico y sale por la vagina. La colisión le ocasiona además tres fracturas en la columna vertebral, una en la clavícula, en dos costillas, y le descoyunta el hombro derecho. La pierna derecha, la quejada por la poliomielitis, sufre once fracturas, más dislocación del pie. Fue el inicio de una tortuosa existencia desde el punto de vista físico, psicológico y emocional”, escribe Ochoa Sandy.
Tras el accidente, la artista se sometió a 32 intervenciones quirúrgicas y permaneció más de tres meses en cama. Fue entonces cuando despertó en ella la vocación que la convertiría en una figura de talla mundial. Un talento innato que hasta ese momento desconocía.
Diego Rivera, el amor de su vida
La grave colisión marcó un punto de inflexión en la vida de Frida Kahlo.
Los dolores, y las largas estadías en cama, la minaron por completo hasta el final de sus días. Preocupado por su hija, su padre, con quien mantenía un vínculo especial, le prestó una caja de colores y pinceles. Y su madre, con quien la relación era más distante, encargó a un carpintero que elaborara un caballete especial para que pudiera pintar desde la cama.
El resultado fue soberbio. Tanto que sorprendió al mismísimo Diego Rivera, un artista ya consagrado, a quien conoció a través del comunista cubano Juan Antonio Mella, y su pareja, la fotógrafa Tina Modorri.
Ilusionada, la joven promesa acudió al taller del pintor para mostrarle sus creaciones. Su talento despertó en él una sincera admiración que con el tiempo se convirtió en un sentimiento mayor.
“Frida es el único ejemplo en toda la historia del arte, de alguien que se desgarró el seno y el corazón para decir la verdad biológica de lo que siente en ellos”, llegaría a decir Diego Rivera sobre ella.
Tras conocer a Frida, el autor del famoso cuadro Vendedora de Flores comenzó a visitar con frecuencia La Casa Azul, y en 1929, la pareja se casó. Él tenía 43, y ella 22. “La boda entre un elefante y una paloma”, escribió años después Kahlo, acerca del enlace.
Más allá de sus primeros años, el matrimonio fue tortuoso. Entre 1930 y 1933 vivieron en Estados Unidos, Nueva York y Detroit. Allí, la artista sufrió el primero de tres abortos, y perdió a su madre, Matilde Calderón. En 1934 regresaron a México y se instalaron en una propiedad ubicada en San Ángel, conocida hoy como Casa Estudio de Diego Rivera y Frida Kahlo.
Las infidelidades de su esposo, que llegaron a ser más de 20, afectaron profundamente a la pintora, que incapaz de tener hijos y sumida en numerosos dolores musculares por el accidente, vivía en una asfixiante depresión. El famoso artista mexicano llegó incluso a vivir un affaire con su cuñada, Cristina, la hermana menor de Frida Kahlo. Un dolor que hería a la artista, a pesar de que ella también tenía relaciones extra maritales con hombres y mujeres.
“Los conflictos eran igualmente frecuentes, derivados de las incontables infidelidades del pintor, acaso más de veinte, habría cuantificado Frida en algún momento. La artista incurría en la misma flaqueza, propensión o afición, por despecho, por capricho, o por placer, tanto con hombres como con mujeres, amistades o cercanos de ambos”, explica Gerardo Ochoa.
En 1939, tras 10 años de matrimonio, la pareja se divorció. En 1940, sin embargo, volvieron a casarse, dejando claro que tendrían vidas sexuales autónomas.
“El re-casamiento funciona bien. Poca cantidad de pleitos, mayor entendimiento mutuo (...) por fin ya supe que la vida es así y lo demás es pan pintado”, escribió la pintora mexicana.
Obra y sus últimos años
Para Frida Kahlo sus lienzos se convirtieron en una vía para liberar sus emociones, en especial el dolor que la perseguía. En 1938, tuvo su primera exposición individual. Fue en la Galería Julien Levy, en Nueva York, donde André Bretón la define como una referente del surrealismo, una descripción que Frida rechaza. Y es que en opinión de la artista, sus cuadros no hablaban de un mundo onírico o imaginado, sino de su propia realidad.
Aunque ella nunca quiso incluir sus creaciones en la corriente surrealista, lo cierto es que muchos críticos consideran que sus pinturas mostraron en muchas ocasiones una yuxtaposición entre sus sueños (haber sido madre, el amor de su esposo), y su realidad (el dolor y la impotencia por los problemas de salud que la ataban). En este sentido, también el biógrafo Gerardo Ochoa considera la presencia de lo onírico en el mundo imaginario de Frida.
“Frida encontrará en la pintura una vía de sobrevivencia y expresión de estos dolorosos episodios biográficos, en los que entrelaza la crudeza con la expiación y donde convergen los afluentes de lo onírico y lo simbólico, más notas irónicas y cruentas y referentes a la cultura popular en México”, explica.
Además, se aprecia en su obra la técnica del retrato fotográfico que aprendió de su padre, y su interés por rescatar las raíces del arte popular mexicano. Bajo la influencia del nacionalismo revolucionario de México, Frida vestía con faldas largas, peinaba su cabello con moños trenzados y cintas de colores, y utilizaba accesorios de estilo precolombino, tal y como se aprecia en Autorretrato como Tehuana, 1943, o Autorretrato con monos, también de ese año.
Nueva York no fue la única ciudad en la que Frida expuso su trabajo. También formó parte de muestras en París, en 1939, Boston, 1941 y Fildadelfia, en 1943. Además de en México, en la década de los cuarenta. En 1942, pasa a formar parte del Seminario de Cultura Mexicana, y un año más tarde, se convierte en maestra en la escuela de artes plásticas “La Esmeralda”. La primera exposición individual en su país llegó en 1953.
Durante esos años, la salud de la pintora decayó.
“En 1950 permanece prácticamente todo el año convaleciente en el hospital a causa de una infección derivada de un negligente injerto en su columna. En 1953 [...] le amputan una parte de la pierna derecha”, explica Gerardo Ochoa.
Ante la posibilidad de gangrena, Frida Kahlo perdió la pierna que a los 6 años se vio afectada por la polio. Este último golpe de su vida, la llevó a intentar suicidarse dos veces en 1954, con sobredosis de opiáceos. El dos de julio de ese año, acudió en silla de ruedas junto a Diego Rivera y Juan O’gorman, a la protesta por la intervención estadounidense en Guatemala. Y pocos días después, el 13 de julio, falleció a los 47 años de edad.
Un referente
Tras su fallecimiento, Frida Kahlo se alzó como un referente.
La artista nacida en Coyoacán no sólo alcanzó la fama internacional al consagrarse como una de las pintoras más destacadas de la historia, sino que se convirtió en bandera del feminismo, de la libertad sexual, de la discapacidad, y de la cultura mexicana.
Sus obras más importantes, entre las que se encuentran Las Dos Fridas, Unos cuantos piquetitos, La columna Rota, Diego en mi pensamiento, Diego y Yo, y sus magníficos autorretratos, se encuentran en las galerías de las ciudades culturales más importantes del mundo. Su rostro cubre libretas, y artículos decorativos y cuadros, y su biografía se ha llevado al cine y ha inspirado numerosas producciones artísticas.
Con orgullo, la pintora puso en valor la belleza de la tradición mexicana, y con su genuina personalidad, reivindicó sus ideas políticas comunistas, no cayó en el ideal de femineidad impuesto, amó con libertad y a pesar de los obstáculos y de la depresión, supo vivir su “tic-tac” aunque su reloj se detuvo demasiado pronto. Y para que todos vivamos nuestra cuenta atrás, dejó un mensaje que hoy inspira a miles de amantes de su filosofía.
“Pies para qué los quiero, si tengo alas para volar”.
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